Topic: Infraestrutura

Oportunidades de bolsas

China Program International Fellowship 2024-25

Submission Deadline: November 30, 2023 at 11:59 PM

The Lincoln Institute’s China program invites applications for the annual International Fellowship Program. The program seeks applications from academic researchers working on the following topics in China:  

  • Impacts of the COVID-19 pandemic on the future of cities; 
  • Climate change and cities; 
  • Urban development trends and patterns; 
  • Urban regeneration; 
  • Municipal finance and land value capture; 
  • Land policies; 
  • Housing policies; 
  • Urban environment and health; and 
  • Land and water conservation. 

The fellowship aims to promote international scholarly dialogue on China’s urban development and land policy, and to further the Lincoln Institute’s objective to advance land policy solutions to economic, social, and environmental challenges. The fellowship is provided to scholars who are based outside mainland China. Visit the website of the Peking University–Lincoln Institute Center for Urban Development and Land Policy (Beijing) to learn about a separate fellowship for scholars based in mainland China.  

Application period: September 29 to November 30, 2023, 11:59 p.m. EST. 


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Submission Deadline
November 30, 2023 at 11:59 PM


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Oportunidades de bolsas

Premio Lincoln al periodismo sobre políticas urbanas, desarrollo sostenible y cambio climático

Submission Deadline: September 17, 2023 at 11:59 PM

El Lincoln Institute of Land Policy convoca a periodistas de toda América Latina a participar del concurso “Premio Lincoln al periodismo sobre políticas urbanas, desarrollo sostenible y cambio climático”, dirigido a estimular trabajos periodísticos de investigación y divulgación que cubran temas relacionados con políticas de suelo y desarrollo urbano sostenible. El premio está dedicado a la memoria de Tim Lopes, periodista brasileño asesinado mientras hacía investigación para un reportaje sobre las favelas de Rio de Janeiro. 

Convocamos a periodistas de toda América Latina a participar de este concurso, dirigido a estimular trabajos periodísticos de investigación y divulgación que cubran temas relacionados con políticas de suelo y desarrollo urbano sostenible. Recibimos postulaciones para el premio hasta el 17 de septiembre de 2023. Para ver detalles sobre la convocatoria vea el botón "Guía/Guide" o el archivo a continuación titulado "Guía/Guide".


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Submission Deadline
September 17, 2023 at 11:59 PM


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Keywords

Adaptação, BRT, Transporte Rápido por Onibus, Mitigação Climática, Desenvolvimento Comunitário, Fundos Imobiliários Comunitários, Preservação, Desenvolvimento, Resolução de Conflitos, Expropriação, Meio Ambiente, Favela, Gestão do Crescimento, Habitação, Inequidade, Mercados Fundiários Informais, Infraestrutura, Reforma Fundiária, Especulação Fundiário, Uso do Solo, Planejamento de Uso do Solo, Valor da Terra, Tributação Imobiliária, Governo Local, Saúde Fiscal Municipal, Recursos Naturais, Planejamento, Pobreza, Finanças Públicas, Políticas Públicas, Resiliência, Segurança de Posse, Segregação, Favela, Partes Interessadas, Desenvolvimento Sustentável, Desenvolvimento Orientado ao Transporte, Transporte, Desenvolvimento Urbano, Regeneração Urbana, Espraiamento Urbano, Melhoria Urbana e Regularização, Urbanismo, Recuperação de Mais-Valias, Água, Planeamento hídrico, Zonificação

Incendio del Hermits Peak y el Calf Canyon sobre Las Vegas

La segunda ola

Por qué puede haber inundaciones tras un incendio forestal y cómo pueden prepararse las comunidades
Por Amanda Monthei, Abril 1, 2023

 

El verano pasado, la mayoría de las personas del rincón montañoso al noreste de Nuevo México esperaban ansiosas la llegada de la temporada de monzones de cada año. El incendio forestal de Hermits Peak y Calf Canyon había comenzado en abril, llegó a quemar 138.000 hectáreas y destruyó cientos de propiedades. Los residentes anhelaban un respiro del humo y las evacuaciones que habían empezado a definir sus vidas. Pero, entonces, llegó el monzón, no solo antes de lo previsto, sino que con mayor intensidad de lo normal.

A medida que la lluvia caía a cántaros sobre la tierra que se había vuelto impermeable a causa del incendio, el barro y el agua bajaban en cascada por las pendientes de las sierras de la Sangre de Cristo y desembocaban en las vías fluviales, los campos, las rutas y las viviendas. Sin haberse recuperado aún del incendio, los residentes se vieron forzados a lidiar con un desastre nuevo, y en muchos casos, tuvieron que abandonar sus viviendas otra vez.

“Sus viviendas se inundaron, perdieron los corrales, los graneros se quemaron”, relató Veronica Serna, comisionada del condado de Mora, una de las áreas más afectadas por el incendio y las inundaciones. “Una roca se desmoronó y le bloqueó todo el acceso a una familia”. No tenían nada de agua y ningún camino para salir a conseguirla. Imagina no poder ducharte en tu propia casa ni lavarte las manos o usar el inodoro. Fue devastador”.

Serna recuerda otra familia “cuya casa se siguió inundando una y otra vez. Un día pasamos a ver cómo seguían, y estaban quitándose el barro del calzado y sacando el barro de la habitación con una pala. Es tan duro ver eso”.

La inundación también afectó al condado de San Miguel, exactamente en el sur: provocó daños en viviendas e infraestructuras, contaminó pozos y comprometió las fuentes de agua. “La mayoría de las personas ya regresaron a sus comunidades, pero aún les preocupa el futuro, porque la inundación no se detendrá”, dijo Ralph Vigil II, un agricultor y encargado del agua que creció en el condado de San Miguel y dirige la cooperativa de productores rurales allí. “Temo que tengamos que lidiar con esto por años”. De acuerdo con la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por su sigla en inglés), después de un incendio forestal, el riesgo de inundación sigue siendo alto por hasta cinco años, hasta que la vegetación se recupera (FEMA 2020).

Vigil tuvo la oportunidad de sobrevolar en helicóptero la cicatriz del incendio en otoño, cuando el fuego ya se había controlado por completo y las peores inundaciones habían menguado. “No entiendes realmente la inmensidad del daño hasta que estás allí”, dijo. No solo lo alarmaron la aniquilación de los paisajes y las comunidades que siempre amó: “También vi el riesgo de más incendios y los signos reales de lo que vendrá”.

Debido a que el cambio climático contribuye para que las temporadas de incendios forestales sean más intensas y prolongadas, los incendios están dejando secuelas en todo el oeste de los Estados Unidos, y eso expone a las comunidades aledañas al riesgo de inundaciones. Esas inundaciones, que pueden ser catastróficas, pueden ocurrir mucho después de que el incendio se apaga. De cara a estas amenazas, las comunidades pueden tomar decisiones en torno al uso del suelo que ayuden a generar resiliencia.

Después del fuego, el diluvio

El nombre de la Sierra de la Sangre de Cristo, que se extiende desde Colorado hasta las proximidades de Santa Fe, es acertado. Las cadenas, valles y cuencas que habrían tenido un aspecto más pequeño desde el punto de vista de Vigil en el helicóptero conforman la mayor parte de dos cuencas que son la fuente de vida de las comunidades y tierras agrícolas río abajo. Unas 23.000 personas de los condados de San Miguel y Mora dependen de estas cuencas para obtener agua potable y para la agricultura.

En condiciones apropiadas, las quemas programadas y los incendios naturales mantienen la salud del ecosistema. Pero el incendio del Hermits Peak y el Calf Canyon, el más grande de la historia de Nuevo México, se salió de control y causó un caos. Un 24 por ciento del área quemada se clasificó como incendio de gravedad alta, que causó la muerte de muchos árboles y tuvo efectos profundos en el suelo. Cuando los árboles y la vegetación se queman bajo llamas incandescentes, liberan gases que endurecen el suelo y lo transforman en un material impermeable, similar al hormigón. Esto le permite al agua correr por el suelo de los bosques como si fuera un estacionamiento en pendiente, mientras aumenta su velocidad y acumula sedimentos hasta desbordar en las comunidades que se encuentran abajo.

 

“Antes de un incendio, estos ecosistemas y pendientes forestados actúan como una esponja, pero después del fuego, nada detiene a la lluvia”, dice Micah Kiesow, científico especialista en suelo en el Bosque Nacional de Santa Fe y líder del equipo de incendios de Respuesta de Emergencia en Áreas Quemadas (BAER, por su sigla en inglés). Los equipos de BAER evalúan el daño de los incendios forestales en las tierras que son propiedad del gobierno federal. “Observamos una cantidad enorme de erosión, sedimentación y flujos de residuos en las áreas más gravemente afectadas por el fuego, que con el tiempo llegan hasta los drenajes y arroyos que se encuentran abajo”.

FEMA Flood After Fire Infographic
Crédito: Agencia Federal para el Manejo de Emergencias, Programa Nacional de Seguros contra Inundaciones.

Mientras las inundaciones posteriores al incendio afectaron a muchas comunidades alrededor del área quemada, en general, los daños más graves se produjeron en el condado de Mora. En el condado, uno de los más pobres del país, hay alrededor de 2.130 viviendas distribuidas en unos 3.200 kilómetros cuadrados. Serna estima que 200 de esas viviendas se incendiaron, y otra cantidad incontable se vio afectada por las cenizas, el agua y los sedimentos que llegaron hasta las comunidades de Mora, Holman, Chacon y Guadalupita. “Es triste, porque muchas de las viviendas de nuestras comunidades eran de adobe”, explica. “Nuestra gente ha vivido aquí por generaciones, heredaron estas construcciones de adobe de sus tatara, tatara, tatarabuelos”.

Gran parte de las personas que resultaron afectadas eran productores rurales. Según Serna, muchos residentes tenían frízeres llenos de ganado y carne de caza de alta calidad que tuvieron que tirar tras los cortes de luz que hubo como resultado de las inundaciones. Mientras tanto, las acequias (pequeñas zanjas o canales que desvían el agua de los arroyos y ríos para brindar agua a las tierras agrícolas y formar las bases del acceso al agua en esta parte de Nuevo México) se obstruyeron con madera, rocas y barro. Según la Asociación de Acequias de Nuevo México y los informes de Source New Mexico (Lohmann 2022), más de 40 acequias se destruyeron como consecuencia del incendio. La infraestructura de la que estas comunidades remotas dependen para todo, desde el cultivo de alimentos hasta el acceso a los servicios cruciales, sufrió un daño profundo.

Inmediatamente después del incendio, fue difícil acceder a fondos federales de emergencia. En los meses posteriores, sin embargo, se puso a disposición de quienes resultaron afectados por los incendios un volumen significativo de financiamiento: alrededor de US$ 3.900 millones en total, incluidos US$ 2.500 millones de la Ley Federal de Asistencia por el Incendio del Hermits Peak y el Calf Canyon que se aprobó en septiembre, y US$ 1.400 millones asignados en el proyecto de ley de Asignaciones Varias de 2023. Los daños totales generados por el incendio aún no se confirmaron, pero se estima que alcanzan los US$ 5.000 millones.

A pesar de la entrada de financiamiento, “De verdad, no creo que [US$ 3.900 millones] vayan a ser suficientes”, dijo Serna. “¿Cómo reemplazas árboles que tenían más de 100 años?” ¿Cómo recuperas todo eso? Es decir, ¿existe un importe en dólares que pueda compensar eso? ¿Cómo recuperas el tiempo?”.


Una vista del incendio del Calf Canyon desde Mora, Nuevo México. El incendio y las inundaciones subsiguientes destruyeron muchas de las estructuras de adobe del área. Crédito: REUTERS/Andrew Hay.

Si bien los esfuerzos de recuperación continúan, el riesgo de más daños por inundaciones persiste, con una dependencia vertiginosa en la intensidad de las futuras lluvias y deshielos. Los funcionarios del condado de Mora empezaron a desarrollar un plan de mitigación de riesgos para los impactos potenciales de incendios e inundaciones futuros. Este tipo de planificación es una de las muchas medidas que las comunidades deben implementar para volverse más resilientes ante desastres cada vez más graves y frecuentes.

De reactivo a proactivo

En muchos casos, después de un incendio, las comunidades enfrentan un riesgo de inundaciones, pero el tiempo no siempre está de su lado. “El desafío en Nuevo México es que tenemos una temporada de incendios que va de abril a junio, seguida inmediatamente de una temporada de monzones”, dijo Brian Williams, director de gestión de emergencias de Santa Fe. “Esa ventana de tiempo entre el final de la temporada de incendios y el comienzo de la temporada de inundaciones dura unas semanas, no meses. A menudo, se superponen, y entonces es una carrera frenética para mitigar los impactos potenciales lo mejor posible. Y, en cierta medida, las cosas que puedes hacer son limitadas”.

Cuando los equipos de BAER analizan la dimensión de los daños en las áreas que son propiedad del gobierno federal, parte de su responsabilidad es determinar las prioridades para las medidas de mitigación inmediata, idealmente, antes de que lleguen las precipitaciones extremas. Estos ecosistemas, que suelen estar forestados, son los candidatos principales para la siembra y la cobertura del suelo con mantillo con método aéreo, que puede ayudar a que las áreas quemadas empiecen a recuperarse; la restauración de cauces de arroyos también puede ayudar a combatir el riesgo de inundaciones. Para prepararse para los monzones de Nuevo México, el equipo de BAER también recomendó y supervisó cierta cantidad de intervenciones de emergencia, incluida la instalación de obstrucciones en cauces de arroyos para redireccionar los residuos y sedimentos, y reparaciones de puentes y obras de drenaje transversal para facilitar el acceso de los vehículos. Es probable que estas medidas hayan ayudado a minimizar algunos de los impactos más extremos de las lluvias, pero es difícil cuantificar su efecto, y la dura verdad es que lo que puede hacerse en el período entre la extinción del fuego y las lluvias extremas es limitado. Aún más duro es el hecho de que, en muchas regiones, ese período parece acortarse cada vez más.


El control de las inundaciones en las áreas afectadas por el incendio del Hermits Peak y el Calf Canyon incluyó la instalación de represas temporales. Crédito: Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos, Servicio Forestal de los Estados Unidos.

Es entendible que muchas de las conversaciones en torno a las inundaciones posteriores a los incendios se centren en las medidas de recuperación de los ecosistemas como las que los equipos de BAER recomiendan y facilitan. Sin embargo, prepararse con eficacia para los desafíos singulares de recuperación y las erosiones potenciales posteriores a un incendio también demanda una reflexión significativa por parte de las comunidades y los propietarios de viviendas.

Las decisiones sobre la planificación y el uso del suelo pueden minimizar el riesgo antes de que los incendios ocurran. En el terreno, las comunidades pueden instalar infraestructura que ayude a contener o redireccionar el flujo de residuos, acondicionar las viviendas con materiales menos inflamables, e identificar y mejorar las rutas de evacuación. Además pueden disminuir los combustibles peligrosos en los bosques y podar los árboles y la vegetación alrededor de las estructuras para crear espacios de defensa. Parte del trabajo de reducción de combustibles, que es una herramienta esencial de la gestión forestal, implica ciertos riesgos. El incendio del Hermits Peak y el Calf Canyon fue el resultado de dos incendios de los Servicios Forestales de los Estados Unidos que se desviaron: una quema programada y un proyecto de quema de pila. Los incendios se combinaron y se esparcieron a causa de los fuertes vientos. Pero en las condiciones correctas, las quemas programadas pueden reducir el riesgo de incendios y ayudar a mantener el ecosistema saludable.

En el plano de las políticas, las comunidades pueden tomar medidas, como prohibir o limitar el desarrollo en áreas vulnerables a incendios e inundaciones. En lugares donde se permite el desarrollo, pueden exigir el uso de ciertos materiales de construcción, como un recubrimiento exterior resistente no inflamable. Además, los funcionarios regionales y locales pueden mapear los riesgos de incendios forestales y de flujo de residuos para ayudar a determinar cuándo y dónde construir; desarrollar planes previos a los desastres, que permitan a las comunidades considerar cómo enfrentarán los desafíos de recuperación, como restaurar la electricidad; proveer viviendas temporales o gestionar la reconstrucción a largo plazo; y presupuestar proyectos de forma proactiva, como mejoras de infraestructura para el tratamiento del agua pluvial, que ayuden a las comunidades a sobrellevar mejor las inundaciones. Las comunidades pueden involucrarse en la planificación de escenarios, un proceso que puede ayudarlas a identificar y planificar varios futuros posibles.

 


 

Planificación de escenarios para la resiliencia ante incendios forestales

La planificación de escenarios puede ayudar a las comunidades a prepararse para un futuro incierto. La práctica guía a los planificadores, los integrantes de la comunidad y otras partes interesadas, al poner en consideración diversos futuros y maneras de responder a ellos de forma eficaz, y planificar en función de estos. En el caso de los incendios forestales, las comunidades pueden considerar los efectos de un clima cambiante sobre factores como la salud pública, la vivienda, la equidad, la economía, la disponibilidad de agua y la calidad de vida. ¿Cómo podrían sequías más intensas y frecuentes afectar los esfuerzos de erradicación de incendios forestales? ¿Cómo pueden las políticas climáticas regionales coordinadas reducir el riesgo de incendios forestales y mejorar la calidad de vida? Al hacer preguntas como estas y explorar múltiples resultados posibles, las comunidades pueden prepararse mejor para los desafíos futuros. Para obtener más información sobre esta práctica de planificación o asistencia para ejecutar un proceso de planificación de escenarios, visite el sitio del Consorcio para la Planificación de Escenarios del Instituto Lincoln.

 


 

Según un informe del Instituto Nacional de Ciencias de la Construcción cada un dólar de fondo público gastado en la mitigación de riesgos desde 1995, se espera ahorrar seis en los costos generados por desastres futuros (NIBS 2019). Después de décadas de centrarse en el financiamiento para la recuperación de los desastres, el gobierno federal inició un cambio hacia el financiamiento de la planificación previa a los desastres y la mitigación. La FEMA publicó una guía de planificación previa a los desastres y ha puesto a disposición un monto limitado de fondos para los proyectos de mitigación de desastres (FEMA 2017). Lamentablemente, este tipo de planificación anticipada, a menudo, depende del tipo de interés político y el financiamiento que suele llegar con mayor facilidad una vez que el desastre ya ocurrió.

“Pienso que el desafío fundamental con todo esto, al igual que con la mayoría de los peligros naturales, es que nos resulta muy difícil planificar con anticipación”, dijo el Dr. Kimiko Barrett de Headwaters Economics, un grupo de investigación sin fines de lucro con sede en Montana que trabaja para mejorar el desarrollo de la comunidad y las decisiones sobre la gestión del suelo en todo el país. “Somos reactivos por naturaleza, respondemos a los estímulos, en lugar de anticiparnos. Incluso después de que ocurre un incendio forestal, tenemos una pequeña ventana para movilizar y ejecutar los cambios transformadores necesarios antes de que la amnesia surta efecto, o de que la subjetividad surta efecto, donde se siente que [como el incendio ya] ocurrió, jamás volverá a ocurrir”.

Un enfoque holístico

A medida que más áreas resulten afectadas por los incendios forestales cada vez más destructivos, la amenaza de erosión e inundaciones en estos paisajes también aumentará, y esto debe tenerse en cuenta en la planificación y las decisiones de uso del suelo, dice Barrett.

Explica que los principios de la política holística de uso del suelo para la resiliencia ante los incendios forestales se conectan inherentemente con la planificación para los impactos potenciales posteriores a los incendios, como las inundaciones. Las medidas que se solían utilizar para generar resiliencia en las comunidades ante los incendios forestales (como la reducción de combustibles peligrosos cerca de infraestructuras críticas, la planificación de rutas de evacuación, la consideración de la densidad de viviendas y los patrones de desarrollo en las obras nuevas, y el mapeo del riesgo) también brindan beneficios intrínsecos en el período posterior al incendio.

“[Adoptar esas medidas] significa que las comunidades tendrán más probabilidades de sobrevivir a un incendio forestal, por lo que este elemento de reconstrucción y recuperación está inherentemente mejor posicionado, ya que se priorizan esa reflexión y esa planificación estratégica premeditada”, dice Barrett. “Así que [la planificación para los incendios y sus impactos] deben ir de la mano. El desafío es que el financiamiento federal y la política a menudo no lo analizan en dichos términos, o dentro de dicho marco holístico”.

Además, cuantificar y analizar las necesidades de planificación de los peligros muy localizados de comunidades individuales (desde el mapeo del riesgo hasta la implementación de la mitigación a una escala significativa) es complejo cuando un área aún no ha sentido los impactos de un incendio forestal o no ha vivido el desastre posterior a un incendio. Por ejemplo, al mapear el riesgo, se reduce el desafío de predecir dónde y cómo un incendio forestal puede afectar un paisaje; sin embargo, crear mapas integrales y precisos sigue siendo difícil, no solo debido a los datos contundentes necesarios para hacer dichas predicciones, sino también a la resistencia de la comunidad.

“Existe mucha resistencia, muy similar a lo que se observa en Florida y en otras partes con respecto al aumento del nivel del mar y otras situaciones, donde los políticos, desarrolladores y dirigentes comunitarios suelen decir ‘La verdad, no queremos saber (o puede que queramos saber, pero, en realidad, no queremos que se haga público’)”, dijo Molly McCabe, directora ejecutiva de Hayden Tanner, una empresa de asesoramiento en inversiones que se centra en el impacto social y la sostenibilidad en el ambiente construido. “Así que existe esta tensión entre ‘Queremos que nuestra gente esté segura’ y ‘Además, es un riesgo económico’”.

En 2022, el estado de Oregón creó un mapa de riesgo de incendios forestales de todo el estado, y lo distribuyó a 150.000 residentes que vivían en áreas que enfrentaban un riesgo alto o extremo. De inmediato, surgió una controversia: los propietarios de viviendas sospecharon que el mapa podría afectar los valores de los bienes inmobiliarios y las tasas de seguro, y a algunos les preocupó que esto pudiera generar nuevos códigos de edificación o exigencias para el fortalecimiento de las viviendas (un enfoque de acondicionamiento que implica medidas que van desde el reemplazo de ventanas hasta la poda de árboles y arbustos cercanos). El Departamento de Silvicultura de Oregón retiró el mapa para continuar con su desarrollo, pero la respuesta fue una reflexión clara de los desafíos relacionados con adelantarse al riesgo.

 

Oregon Wildfire Risk Map
El mapeo de los riesgos puede ayudar a las comunidades y a los propietarios de bienes inmobiliarios a prepararse mejor para los incendios forestales. La herramienta de exploración de riesgo de incendios forestales de Oregón, Wildfire Risk Explorer, permite a los usuarios filtrar resultados según diferentes factores que varían desde la longitud promedio de la llama hasta la susceptibilidad. Crédito: Departamento de Silvicultura de Oregón, Universidad Estatal de Oregón.

Este problema se embarra más cuando se trata de planificar para la erosión y las inundaciones después de los incendios: ¿cómo podemos cuantificar, de forma significativa, los impactos potenciales de un desastre que es el resultado de otro desastre, que también es muy difícil de predecir? Y ¿cómo se puede obtener la aceptación de los residentes que podrían verse económicamente afectados por un mejor entendimiento del riesgo en ciertas áreas?

A pesar de los desafíos, algunas comunidades están progresando, dijo Barrett: “Puedo decirte que existen comunidades que reconocen su nivel de riesgo y lo están combatiendo enérgicamente, de formas que superan lo que vemos por parte de las exigencias federales y las regulaciones del estado”.

Comunidades que pasan a la acción

Barrett dijo que algunas comunidades en California han implementado exigencias más allá de los requisitos estatales ya existentes para los estándares de resistencia a la ignición. Portola Valley, por ejemplo, adoptó una ordenanza de fortalecimiento de viviendas para complementar el código de edificación del estado que requiere materiales de construcción no inflamables para los desarrollos nuevos en áreas de alto riesgo. En 2020, los residentes del condado de Marin aprobaron una medida que aplica un impuesto a los bienes inmobiliarios de diez centavos cada 930 centímetros cuadrados para apoyar los esfuerzos de prevención de incendios forestales. Se espera que la medida, que incluye excepciones para la ciudadanía de la tercera edad de bajos ingresos, genere alrededor de US$ 20 millones al año por un período de 10 años.

Tanto Barrett como McCabe mencionaron que las propuestas de bonos fueron un medio satisfactorio (aunque no se usaron mucho), para que las comunidades motivadas reserven financiamiento para los incendios forestales y la resiliencia posterior a estos. Un ejemplo muy destacado es el Proyecto de Protección de la Cuenca De Flagstaff (FWPP, por su sigla en inglés), iniciado después de que el incendio Schultz quemara unas 6.000 hectáreas en la zona montañosa al norte de la ciudad en 2010. El incendio en sí mismo tuvo poco impacto en las viviendas y bienes inmobiliarios privados de Flagstaff, pero, un mes después, fuertes lluvias desencadenaron flujos de residuos e inundaciones que arrasaron con el valle, lo que causó la muerte de una joven y la pérdida de 85 viviendas. Dos años más tarde, los residentes aprobaron un bono de US$ 10 millones que ayudaría a proteger la cuenca de agua, las viviendas aledañas y bienes inmobiliarios contra impactos similares.

 

Flagstaff residents clean flooding debris
Residentes de Flagstaff lidian con inundaciones un mes después del incendio Schultz en 2010. Desde entonces, los ciudadanos han financiado esfuerzos colaborativos de protección de la cuenca junto a la ciudad, el estado y el Servicio Forestal de los Estados Unidos. Crédito: Josh Biggs/Arizona Daily Sun vía AP.

El FWPP es una asociación entre el estado, la ciudad y el Bosque Nacional Coconino, que busca ayudar a reducir el riesgo de incendios forestales y las inundaciones posteriores a los incendios. “Resultó ser uno de los mejores ejemplos que he visto de una asociación que realmente surgió como resultado de un evento bastante devastador que se relacionó con otro posterior a un incendio”, dijo Barrett. “Es un muy buen ejemplo de lo que puede suceder cuando están presentes los actores correctos, y de comunidades y socios locales que reconocen un riesgo y actúan en consecuencia”. El año pasado, el electorado de Flagstaff mostró un apoyo constante para continuar la extinción de los incendios forestales de la ciudad y los esfuerzos de gestión del agua pluvial, con un 76 por ciento de votos a favor de una propuesta para emitir US$ 57 millones en bonos para invertir en infraestructura relacionada con los incendios y el agua.

McCabe mencionó a Montecito, California, como otro ejemplo destacable de resiliencia comunitaria que surge de la tragedia. El incendio Thomas de 2017 desestabilizó las pendientes que están encima de Montecito. Cuando estas pendientes se vieron sometidas a un diluvio tan solo unas semanas después, 23 personas perdieron la vida y 130 viviendas se destruyeron. Desde entonces, funcionaros del condado de Santa Bárbara han desarrollado mapas de riesgo de flujo de residuos para el área, y una organización sin fines de lucro dirigida por la comunidad, llamada Proyecto para las Comunidades Resilientes, facilitó la instalación de tejidos de acero para captar los residuos en los drenajes arriba de la comunidad.

Installation of flood control net in Montecito, CA
En 2019, trabajadores instalaron un tejido de acero en San Ysidro Canyon arriba de Montecito, California, para reducir el impacto de los flujos de residuos posteriores a los incendios forestales. Crédito: Christy Gutzeit.

En Montecito y otras comunidades, McCabe dice que, “las personas están usando de forma voluntaria los subsidios y otras sumas de dinero para construir sus viviendas sobre bases con tres metros de elevación, así, si estas llegan a encontrarse en medio del trayecto del barro, este correrá por los costados. Pero no vi ninguna política que exija eso para las construcciones nuevas, mucho menos para las construcciones existentes”.

Aun así, la política local y regional puede apoyar dichas acciones individuales. Pueden ofrecerse subsidios e incentivos para seguros a propietarios de viviendas que creen espacios de defensa alrededor de sus casas, o a quienes acondicionan sus viviendas con materiales no inflamables. Los programas como FireWise USA, una iniciativa de la Asociación Nacional de Protección contra Incendios, pueden ayudar a los vecinos a organizar proyectos colectivos de mitigación de incendios y responsabilizar a los residentes para que mantengan las propiedades a lo largo del tiempo.

Otro factor para lograr una aceptación a nivel local es la comunicación estratégica. En el condado de Chelan, en el centro de Washington, las campañas de información pública en torno a la reducción de los incendios forestales incluyeron a traductores para atraer la atención de las comunidades hispanohablantes. La interacción con personas que no hablan inglés y comunidades migrantes, sumado a otras comunidades que corren un riesgo desproporcionado de incendios forestales e inundaciones posteriores a los incendios, es un componente importante de las campañas de información pública a lo largo del proceso, desde la preparación para los incendios forestales hasta la navegación por la etapa de recuperación.

Un cambio decisivo

En 2012, un incendio forestal enorme quemó 35.200 hectáreas cerca de Fort Collins, Colorado. Durante los meses posteriores al incendio, las cenizas y el barro obstruyeron el río Poudre, que provee agua potable para 135.000 residentes río abajo. Los sedimentos taparon las tuberías de la planta local de tratamiento de agua, lo que demandó tareas adicionales de limpieza y tratamiento e hizo que la ciudad tuviera que instalar sensores para la supervisión de sedimentos en el río. “Éramos privilegiados y, en cierta forma, probablemente dimos por sentado que estas cuencas siempre nos brindarían agua limpia y fresca todo el tiempo”, contó la gerenta de calidad del agua de la ciudad, Jill Oropeza, a una estación de radio local (Runyon 2020). “Para muchos de los que trabajábamos allí, esa fue la primera vez que tuvimos que enfrentar la realidad de que nuestras cuencas se encuentran bajo presión”.

Según el Servicio Forestal de los Estados Unidos, las cuencas forestadas del país proveen agua potable a 180 millones de personas. Noventa y nueve por ciento de la gente que depende de los sistemas hídricos públicos en los Estados Unidos obtienen, al menos, parte de esta agua de los ecosistemas forestados (USFS 2022). La investigación sugiere que, entre 2017 y 2020, inundaciones posteriores a incendios forestales contaminaron el agua potable de cientos de miles de personas del oeste (Romero 2022).

En el condado de Mora, “las personas me enviaron fotografías de cuando abrían el grifo y salía lodo”, relató Serna, la comisionada del condado. Muchos pozos quedaron destruidos, y algunos residentes lograron recuperar el agua recién en octubre y noviembre. La ciudad de Las Vegas, en el condado vecino de San Miguel, casi se queda sin agua para sus 13.000 residentes después de que los restos de un incendio trazaran su curso hasta el interior del embalse local. Con un resto de agua limpia para apenas 20 días, la ciudad usó los fondos de emergencia del estado para convertir un lago local en una fuente de agua de reserva a corto plazo. El alivio a largo plazo llegó en forma de US$ 140 millones a través del proyecto de ley de asignaciones varias que permitirá a Las Vegas invertir en mejoras para el tratamiento y la filtración del agua.

 

Las Vegas, New Mexico, utilities manager
Maria Gilvarry, directora de servicios públicos de Las Vegas, Nuevo México, en un paseo por la cuenca del Gallinas en 2022. Gilvarry dijo que la inundación causada por el incendio del Hermits Peak y el Calf Canyonwas fue “más allá de lo que hubiésemos podido entender”. Crédito: Nadav Soroker/Searchlight Nuevo México.

En respuesta a situaciones como estas, organizaciones como Coalition for the Poudre River Watershed, en Fort Collins, y Greater Santa Fe Fireshed Coalition, que se centra en un área de riesgo alto justo al sur de la zona del incendio del Hermits Peak y el Calf Canyon, están reuniendo a partes interesadas para entender mejor los riesgos que presentan los incendios forestales para el suministro y la calidad del agua. Muchas comunidades del oeste se enorgullecen de los lugares de donde proviene el agua. Es fácil persuadir a las comunidades que dependen de los recursos que proveen estos ecosistemas para que se protejan las cuencas contra incendios forestales (y, por ende, de flujos de residuos) de mucha gravedad, y, al generar resiliencia en las cuencas, inherentemente, se genera resiliencia para las comunidades río abajo.

Ya sea que el foco esté en incrementar la resiliencia de una cuenca, en dirigir los desarrollos hacia zonas menos vulnerables, o en prever múltiples futuros posibles y prepararse para estos, las comunidades pueden implementar muchas medidas para generar resiliencia ante los incendios forestales posteriores a las inundaciones. La profunda influencia que tienen las decisiones presentes y pasadas con respecto a la gestión del suelo sobre los resultados de las inundaciones y los incendios forestales dejan cada vez más en claro que podemos prepararnos mejor para eventos que están exacerbados por las acciones humanas, y, en algunos casos, por la falta de acciones. La planificación adecuada para los incendios forestales y los flujos de residuos o inundaciones subsiguientes en el oeste exige una cantidad significativamente superior de financiamiento, recursos y soluciones normativas creativas a la disponible hoy en día, pero si se actúa y se invierte en una etapa temprana, se puede dar paso a comunidades más fuertes y mejor preparadas para enfrentar desastres futuross.

 


 

Amanda Monthei es escritora autónoma, productorade pódcasts y exbombera de humedales. Su trabajo sobre adaptación y resiliencia ante incendios forestales se expuso en The Atlantic y The Washington Post, así como en su pódcast Life with Fire. Vive en Bellingham, Washington.

Imagen principal: Incendio del Hermits Peak y el Calf Canyon sobre Las Vegas, Nuevo México, en mayo de 2022. Crédito: Robert Browman/Albuquerque Journal vía AP.

 


 

Referencias

Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) 2017. “Pre-Disaster Recovery Planning Guide for Local Governments”. Washington, DC: Agencia Federal para el Manejo de Emergencias. www.fema.gov/sites/default/files/2020-07/pre-disaster-recovery-planning-guide-local-governments.pdf.

Agencia Federal para el Manejo de Emer-gencias (FEMA) 2020. “Flood Risks Increase After Fires”. Hoja informativa. Washington, DC: Agencia Federal para el Manejo de Emergencias. Noviembre. www.fema.gov/sites/default/files/documents/fema_flood-after-fire_factsheet_nov20.pdf.

Lohmann, Patrick. 2022. “After Fire and Flood, Ash Chokes Acequias in Northern New Mexico”. Source New Mexico. 25 de julio. https://sourcenm.com/2022/07/25/after-fire-and-flood-ash-chokes-acequias-in-northern-nm.

Agencia Federal de Gestión de Emergencias (NIBS). 2019. “Natural Hazard Mitigation Saves: 2019 Report”. Washington, DC: Agencia Federal de Gestión de Emergencias. www.nibs.org/projects/natural-hazard-mitigation-saves-2019-report.

Romero, Simon. 2022. “How New Mexico’s Largest Wildfire Set Off a Drinking Water Crisis”. The New York Times. 26 de septiembre. www.nytimes.com/2022/09/26/us/new-mexico-las-vegas-fire-water.html.

Runyon, Luke. 2020. “For the West’s Drinking Water, Wildfire Concerns Linger Long After Smoke Clears”. KUNC. www.kunc.org/2020-10-20/for-the-wests-drinking-water-wildfire-concerns-linger-long-after-smoke-clears.

Servicio Forestal de los Estados Unidos (USFS). 2022. “Quantifying the Role of National Forest System and Other Forested Lands in Providing Surface Drinking Water Supply for the Conterminous United States”. Washington, DC: Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. https://www.fs.usda.gov/research/treesearch/64978.

Ilustración muestra cómo el rediseño de calles con elementos como jardines pluviales y pavimento permeable puede ayudar a frenar y almacenar el agua pluvial.

Futuros Inciertos

Cómo integrar la planificación del agua y el suelo en una era de volatilidad climática
Por Heather Hansman, Abril 1, 2023

 

“Cambio climático es cambio hídrico”. Este adagio se ha popularizado en ciertos círculos, ya que nuestros sistemas globales cambiantes afectan a cada parte del ciclo del agua. En los Estados Unidos, se materializó en una sequía y aridificación récord en el oeste, inundaciones masivas en el centro oeste y supertormentas en el este. Tales cambios climáticos, además, tuvieron impactos secundarios, como la subsidencia del suelo, temporadas de incendios forestales más prolongadas y suministros de agua contaminada. Y todos estos efectos se ven agravados por factores que van desde el crecimiento demográfico hasta infraestructuras viejas.

Mientras estos efectos azotan a todos los rincones del país, los planificadores y gestores del agua buscan nuevas formas de enfrentarlos, trabajando de forma colaborativa para generar resiliencia frente a un clima cada vez más volátil.

La planificación para un futuro que podría incluir una combinación impredecible de sequías, inundaciones, contaminación y otros problemas relacionados con el agua exige un cambio significativo, explica Bill Cesanek de la Red de Agua y Planificación de la Asociación Estadounidense de Planificación. “Históricamente, las comunidades de los Estados Unidos han lidiado con la planificación del uso del suelo y la gestión del agua por separado”, comenta Cesanek. “Pero ahora sabemos que tenemos que gestionarlos usando un enfoque integrado”.

Tradicionalmente, explica, los planificadores y departamentos hídricos, a menudo, han trabajado dentro de diferentes límites geopolíticos, estructuras de gestión y líneas de tiempo, incluso cuando su trabajo se superponía en el terreno. Pero las comunidades crecen rápido, sobre todo en el sur, y el cambio climático exacerba los riesgos relacionados con el agua, por lo que la planificación se complejiza y la necesidad de colaboración se vuelve más urgente.

“Necesitamos un enfoque multidisciplinario e integrado”, admite Brenda Bateman, directora del Departamento de Conservación y Desarrollo del Suelo de Oregón. Bateman es directora de la Conferencia Especializada sobre el Agua y el Suelo de la Asociación Estadounidense de Recursos Hídricos, un evento que se centra en conectar el suelo y el agua para lograr comunidades saludables. “Estos problemas son tan complicados que si intentamos resolverlos uno por uno, o por cuenta propia, terminamos obteniendo soluciones o resultados que no son eficaces. Están unidos, sin importar cómo funcionen nuestros presupuestos y burocracias”.

El objetivo de mejorar la planificación y los procesos de gestión de recursos para que se integren más y sean más resilientes, flexibles y creativos es complicado debido a las diferencias regionales: “Lo que funciona en California, no funcionará necesariamente en Nueva Jersey”, explica Cesanek. Y, como la naturaleza de la volatilidad climática implica que lo que funciona en California hoy en día no necesariamente funcionará en el futuro, los planificadores y gestores del agua deben prepararse para diferentes escenarios posibles. “En el mundo de la planificación, se solía pensar, ‘imaginemos el futuro más deseado y construyamos con eso en mente’”, dice Jim Holway, director del Centro Babbitt para Políticas de Suelo y Agua del Instituto Lincoln. “Ahora tenemos que implementar políticas que se mantengan firmes en los diferentes futuros, no solo los deseables, e incorporar programas que sean más adaptables. Este es un cambio de enfoque”.

Anticiparse a potenciales futuros y cambiar prácticas para tener en cuenta la incertidumbre es complejo, pero no imposible. A pesar de la naturaleza local de la planificación y la gestión de recursos, las prácticas y estrategias compartidas pueden funcionar en todo el país. Aquí podemos ver cómo tres comunidades que enfrentan diferentes desafíos están adaptando sus enfoques y prácticas para prepararse para un futuro cambiante.

Nueva Orleans: convivir con el agua

Pocas ciudades han dedicado tanto tiempo y energía a luchar contra el agua como Nueva Orleans. La ciudad se construyó sobre un dique natural a lo largo del Río Mississippi, una ubicación valorada que ofrece beneficios económicos y medioambientales. Pero siglos de esfuerzos para diseñar el río y drenar los pantanos circundantes condujeron a una subsidencia del suelo tan grave que algunos barrios se encuentran tres metros por debajo del nivel del mar, lo que los hace propensos a inundaciones frecuentes. Además, Nueva Orleans es uno de los lugares más lluviosos del país, con 1,5 metros de precipitaciones anuales, y es vulnerable a huracanes cada vez más potentes que frecuentan la costa del golfo.


Siglos de esfuerzos para combatir el agua están abriendo camino a una nueva filosofía en Nueva Orleans. Crédito: pawel.gaul vía E+/Getty images.

Cuando el huracán Katrina azotó en 2005, e inundó el 80 por ciento de la ciudad, reveló de forma explícita una verdad que poco a poco venía saliendo a la luz: Nueva Orleans no pudo usar sus enfoques históricos para combatir las tormentas más fuertes y las crecidas de agua que genera el cambio climático. Tuvo que pensar diferente.

“Katrina fue el punto de inflexión”, explica Ed Blakely, un experto en políticas urbanas globales que dirigió los esfuerzos de recuperación de la ciudad. Blakely dice que el enfoque anterior que la ciudad adoptó para los asuntos relativos al agua (con la intención de dominarla en lugar de planificar en torno a los patrones de inundaciones y el flujo de las corrientes naturales) reflejó un patrón urbano común en los Estados Unidos. “No hemos usado la historia para planificar los asentamientos”.

A medida que el trabajo urgente de recuperación fue avanzando, también empezó a surgir un nuevo enfoque de planificación a largo plazo. Con el apoyo de un fondo para la resiliencia comunitaria del estado impulsado por el presupuesto federal para la recuperación de desastres, la organización para el desarrollo económico de la región, Greater New Orleans, Inc. (GNO) encomendó un proyecto que ayudaría a la ciudad a reimaginar su relación con el agua.

Inspirado por el enfoque holandés para la gestión del agua, que se basa en la colaboración entre todas las disciplinas y en la visión del agua como un bien, el Plan Hídrico Urbano de Greater New Orleans hizo uso de la experiencia internacional, nacional y local, y previó sistemas y estrategias inspirados en la naturaleza que pudieran ayudar a gestionar el agua pluvial con mayor eficiencia y contribuir a la salud de los residentes, los ecosistemas y la economía. Las propuestas de infraestructura verde en el plan variaban desde acondicionamientos de escala pequeña como jardines de biofiltración y pavimento permeable, hasta el uso más integral y estratégico de parques, canales y vía fluviales para frenar y almacenar el agua (Waggonner & Ball 2013).

El plan ambicioso se centra intencionalmente en el espacio físico, no en las políticas o la política, explica Andy Sternad, arquitecto y experto en resiliencia, y uno de los autores principales del plan para la empresa radicada en Nueva Orleans, Waggonner & Ball. Obtuvo el reconocimiento de organizaciones como C40 Cities y la Asociación Estadounidense de Planificación (APA, por su sigla en inglés), y como consecuencia, recibió el Premio Nacional a la Excelencia en Planificación en 2015, en parte, debido a su naturaleza colaborativa. En la descripción de su premio, APA destacó que “los planificadores tuvieron una participación decisiva en la comunicación con los diseñadores y los ingenieros sobre los impactos culturales, políticos, socioeconómicos y espaciales”. “Además, integraron con éxito el Plan Hídrico Urbano con el Plan de Ordenamiento Territorial Costero de Luisiana y otros procesos de planificación locales”.

“El plan hídrico nos facilitó una nueva forma de abordar el agua, local y regionalmente”, explica Robin Barnes, una asesora sobre resiliencia y recuperación económica radicada en Nueva Orleans que es la ex vicepresidenta ejecutiva y directora general de GNO, Inc. “Nos brinda información, esquemas e instrucciones sobre todo, desde materiales hasta proyectos de demostración específicos, e ilustra cómo funciona Living with Water”.

Barnes es directora de la Junta de Agua y Sistemas Cloacales de Nueva Orleans (SWBNO, por su sigla en inglés) desde 2014, y dice que ha visto cómo la filosofía orientadora del plan se filtra en las operaciones tanto en las ciudades como en las regiones. La idea del enfoque Living with Water (convivir con el agua) puede verse en todo, desde los requisitos de almacenamiento de aguas pluviales para las obras de construcción nuevas y los proyectos pilotos financiados por la SWBNO, hasta iniciativas más amplias como el Gentilly Resilience District, un esfuerzo de enfoques múltiples que busca reducir el riesgo de inundaciones y apoyar la revitalización en todo un barrio. La ciudad recibió un financiamiento federal considerable para infraestructura verde, incluido un importante premio de la Competencia Nacional de Resiliencia frente a Desastres del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de los Estados Unidos.

El plan de ordenamiento territorial de la ciudad prevé que para el 2030, Nueva Orleans se convertirá en “una ciudad que celebra su relación con el agua” (Ciudad de Nueva Orleans 2018). El plan prioriza la conservación del agua, la gestión sostenible del agua pluvial y la protección de los humedales y otras áreas necesarias para el almacenamiento del agua. Respalda enfoques de uso del suelo que fueron elementos clave del esfuerzo de reconstrucción posterior al Katrina, comenta Blakely, como la densidad, el desarrollo en terrenos vacíos y la construcción en terrenos altos.

Recomendaciones como aquellas son resultados constructivos de la devastación provocada por Katrina. También lo son las conversaciones en el ámbito de la comunidad sobre gestión del agua y resiliencia, que siguen evolucionando, dirigidas, en parte, por Water Collaborative of Greater New Orleans, que se formó tras el lanzamiento del plan hídrico.

Al igual que muchas ciudades, Nueva Orleans, a medida que trabaja para implementar estas ideas, ha enfrentado desafíos, como la pandemia y transiciones políticas. Aún hay mucho trabajo para hacer, pero otros lugares del país propensos a inundaciones han empezado a adoptar el modo de pensar de Nueva Orleans: Sternad y sus colegas de Waggonner & Ball introdujeron el enfoque Living with Water en ciudades como Houston, Miami, Charleston, Hampton, Virginia, y Bridgeport, Connecticut.

“Estamos dispuestos a guiar soluciones climáticas futuras, en parte porque las cosas que experimentamos aquí brindan enseñanzas valiosas para otras ciudades”, expresa Sternad. “Está bien vivir en un lugar que a veces se inunda, siempre que la cultura y, con el tiempo, la infraestructura puedan adaptarse”.

Evans, Colorado: prepararse para la escasez

La ciudad del norte de Colorado, Evans, tiene una población de 21.000 habitantes, una tasa de crecimiento proyectado del tres por ciento por año y un suministro confiable de agua de la cuenca del río de la región. Pero se espera que, para finales de la década, la demanda de agua se acerque a los límites de dicho suministro, sobre todo si el estado sigue enfrentando sequías y calentamiento debido al cambio climático. A medida que la ciudad crece, sus departamentos municipales intentan trabajar de manera conjunta para asegurarse de que la demanda no exceda la oferta.

“Estamos camino a un período donde tenemos una demanda creciente de agua, pero cada vez queda menos pastel”, comenta Anne Best Johnson, exdirectora de desarrollo comunitario de Evans. “Una cosa es repartir un pastel que crece, pero se hace cada vez más difícil repartir un pastel que se encoge”.

En 2019, la ciudad completó un Plan Municipal de Eficiencia Hídrica, una guía para sus medidas de conservación del agua (Ciudad de Evans 2019). Dicho plan identificó 34 actividades de conservación del agua cuya implementación la ciudad priorizará. Estas van desde ordenanzas para paisajismo y riego al aire libre, hasta requisitos para cosas como sensores de viento y lluvia para los nuevos desarrollos, y acondicionamiento de aparatos con uso eficiente del agua para las construcciones existentes. Si se adoptan todas estas medidas, las proyecciones sugieren que la ciudad podría experimentar ahorros totales de agua de hasta el 17 por ciento para el 2028, en comparación con la demanda proyectada.

 


Conscientes de las demandas crecientes sobre el agua y el suministro decreciente, la ciudad de Evans incorporó paisajismo apto para las sequías en un proyecto de ampliación de una ruta en 2022. Crédito: Ciudad de Evans.

En la época en que se presentó el plan hídrico, los funcionarios de la ciudad estaban iniciando la actualización del plan integral de la ciudad, que se realiza cada 10 años. “La fecha fue importante, porque estos documentos guían a la ciudad por 10 a 30 años”, dice Justine Schoenbacher, coordinadora de conservación del agua de la ciudad. Ambos procesos de planificación incorporaron aportes interdepartamentales y tuvieron una extensa proyección pública, añade Schoenbacher: “El hecho de que ambos planes se actualizaron en un momento de gran conciencia en torno a los problemas de recursos hídricos fue beneficioso”. Dice que la fecha oportuna y los enfoques colaborativos permitieron que la ciudad integrara los planes sin dificultad y analizara los recursos hídricos de forma integral.

Johnson, quien renunció a su cargo en Evans a principios de 2023 para asumir un cargo similar cerca de Berthoud, dice que los funcionarios de la ciudad fueron capaces de consolidar principios del Plan Municipal de Eficiencia Hídrica en el plan integral, que incluye un capítulo sobre la conservación y la administración del agua, así como instrucciones para la incorporación de principios de conservación del agua dentro de la planificación (Ciudad de Evans 2022).

Esto posicionó a Evans en un camino sólido hacia un suministro de agua sostenible. Pero la ciudad no lo hizo por sí sola. Johnson dice que el apoyo de otras organizaciones ayudó a la pequeña ciudad a maximizar sus esfuerzos. En 2018, mientras los funcionarios trabajaban en el plan, participaron en un taller llamado Growing Water Smart organizado por el Sonoran Institute y el Centro Babbitt, que les permitió aprender de otras comunidades y crear su propio plan de acción. La ciudad también participó como comunidad piloto para un programa de Métricas de Uso del Suelo y el Agua coordinado por el Sonoran Institute, lo que les ayudó a medir sus datos locales de conservación del agua. Para implementar el plan de acción Growing Water Smart, recibieron apoyo técnico de WaterNow Alliance y Western Resource Advocates, a fin de administrar un programa de auditoría de eficiencia hídrica, y ejecutar un programa de sustitución e instalación de aparatos en toda la comunidad. Schoenbacher dice que esto fue clave para ayudarlos a lograr un progreso tangible, y para educar a la comunidad sobre la aplicación y los beneficios del plan de eficiencia hídrica.


Officials from Greeley and Evans, Colorado, at the Growing Water Smart workshop in 2018. Credit: Sonoran Institute.

Johnson comenta que, mientras ponen los planes en práctica, los dirigentes de la ciudad intentan ser proactivos y claros respecto a sus objetivos, al hablar con la comunidad y reunir datos que muestren qué está funcionando bien. “Se invirtió mucho tiempo, dinero, esfuerzo e información de la ciudadanía en nuestra guía para avanzar”, explica. “No queremos un plan integral que quede olvidado en una repisa”. Johnson dice que la ciudad comenzó con los proyectos más fáciles, como el acondicionamiento de aparatos, para mostrarle a la comunidad que reducir el consumo de agua no tenía por qué ser difícil. Luego empezaron a sumar algunos peces más gordos. Usando tales herramientas, confían en que pueden equilibrar el crecimiento demográfico y el nuevo desarrollo a la vez que se disminuye el uso del agua en la ciudad.

“Las personas pueden sentirse muy amenazadas por el cambio”. Si les ofreces oportunidades para alcanzar el éxito, entonces te verán como una comunidad que promueve el comercio a la vez que respeta el medioambiente y los recursos limitados”, explica Johnson. Evans, añade, “quiere tener una oportunidad de crecer y cambiar cuando no sea una situación reaccionaria”.

Schoenbacher dice que esto es así en toda la región, donde las comunidades deben planificar para hacer frente a la escasez. La comunicación y las medidas sensatas y anticipadas son clave a fin de estar preparados, señala: “Apoyamos el lema que está circulando en el oeste: necesitamos hacer más con menos. Estamos analizando esa brecha potencial entre la oferta y la demanda a largo plazo. ¿Qué cambios pueden hacer las comunidades ahora para preservar nuestros derechos y la capacidad de crecer en el futuro?”.

Golden Valley, Minnesota: pensar más allá de los límites

Una década atrás, los planificadores y los ingenieros hidráulicos de Golden Valley, a las afueras de Mineápolis, trabajaban en departamentos y pisos diferentes del ayuntamiento. “Existía un acuerdo general respecto a la dirección que estaba tomando la ciudad, pero la coordinación era mínima”, dice el director de Planificación, Jason Zimmerman. Para facilitar la comunicación y la colaboración en esta ciudad de 22.000 habitantes, que depende, principalmente, del redesarrollo para darle lugar al crecimiento, la ciudad combinó la planificación, la ingeniería y las inspecciones en un único departamento, lo que creó una oficina con un concepto abierto en un solo piso del edificio. Hoy en día, Zimmerman dice, “existe una comunicación cercana entre el personal de planificación y de ingeniería, en relación con los proyectos de redesarrollo en especial . . . Las decisiones de planificación siempre consideran los requisitos y desafíos asociados con el agua”.

Estos desafíos han aumentado a medida que el cambio climático agrava las tormentas en la región. “Nuevas elevaciones de inundaciones debido a lluvias más fuertes generaron desafíos para los bienes inmobiliarios de áreas bajas”, dice Zimmerman, y destaca que los planificadores evalúan con cuidado aspectos como la nivelación al revisar los planes de los lugares, teniendo en cuenta las mayores escorrentías que provocan las condiciones climáticas extremas.


El ayuntamiento de Golden Valley se encuentra junto a la torre de agua de 170 pisos a las afueras de Mineápolis. Crédito: Ciudad de Golden Valley.

Mientras Golden Valley sigue ajustando sus prácticas para satisfacer necesidades cambiantes, una agencia de planificación regional habilitada por el estado, la Metropolitan Council, está ayudando a la ciudad a enfrentar la contaminación, planificar para las inundaciones y proteger la calidad de sus arroyos y lagos, pensando más allá de los límites.

Golden Valley le compra su agua a la ciudad de Mineápolis, como parte de un acuerdo conjunto con otros dos suburbios cercanos, Cristal y New Hope.  Metropolitan Council supervisa la infraestructura para la recolección y el tratamiento de aguas residuales y la planificación del suministro de agua en el área, una modalidad casi única que ayuda a las comunidades a aprender unas de otras. “Estamos trabajando con nuestros socios de la región para asegurarnos de contar con suministros sostenibles para el crecimiento que se planificó”, dice Judy Sventek, gerenta de recursos hídricos de Met Council. “Las personas piensan en Minnesota como un estado rico en agua con 10.000 lagos, pero tenemos limitaciones en el suministro del agua”, incluidas las diferencias en el tipo y la cantidad de agua que las comunidades pueden obtener.

En 2005, el consejo creó una Unidad de Planificación de Suministro Hídrico para reunir a las comunidades de toda la región. Una década más tarde, este trabajo ayudó a dar forma a las actualizaciones de la política hídrica regional que se reflejaron en el Plan de Políticas de Recursos Hídricos para el 2040. Este plan tuvo una influencia directa sobre el Plan Integral para el 2040 de Golden Valley, y su objetivo de responder al desarrollo nuevo y cambiante, a las futuras demandas hídricas y a los patrones climáticos dinámicos (Metropolitan Council 2018, Golden Valley 2020).

“En la década de 1980, cuando la mayoría de las personas vivían en el núcleo urbano alrededor de Mineápolis y St. Paul, la mayoría de los residentes y negocios dependían del agua superficial”, explica Sventek. “Hoy en día, el 75 por ciento de los residentes del área metropolitana usan agua subterránea de pozos en los suburbios. Estamos pensando en las implicaciones de este cambio a medida que las ciudades siguen creciendo hacia afuera, y estamos observando cómo el cambio climático afecta el suministro del agua”.

Lanya Ross, analista medioambiental de la Met Council, dice que la visión regional del consejo puede ayudar a las comunidades como Golden Valley a hacer planes a largo plazo con respecto al suministro de agua, de cara al cambio climático y las dinámicas demográficas. Además, sirve como un centro de datos sobre asuntos como el modelado de aguas subterráneas regionales y los efectos de las inundaciones, a los que las comunidades individuales podrían no tener acceso o que no suelen considerar. En Golden Valley, donde Bassett Creek es una vía fluvial crítica, los dirigentes pueden usar esta información compartida para ver dónde pueden ser más útiles los proyectos de gestión de agua pluvial, y cómo pueden ayudar los proyectos de redesarrollo con el control de las inundaciones.

“Podemos observar a la totalidad de la región: cómo planificamos para el conjunto de recursos hídricos sostenibles y cómo se dan esas interacciones”, dice Ross. Ante el cambio climático, la comunicación entre las comunidades vecinas puede ser de particular importancia desde el punto de vista de la oferta. Puede conducir al uso compartido de herramientas y recursos para proteger el agua de origen, supervisar los niveles acuíferos y combatir la contaminación causada por sustancias como el fósforo y el nitrógeno que vienen de la escorrentía agrícola.

Sventek dice que otros estados y organizaciones han observado el enfoque de Met Council, especialmente desde el punto de vista de la oferta, porque planificar para la salud de la cuenca es cada vez más relevante y necesario. Tener una entidad que planifica para una región y aborda los problemas en todas las fronteras locales también es útil para transferir conocimientos y para pensar de forma más abarcadora, explica; y eso se ve reflejado en la forma en la que lugares como Golden Valley están planificando para el futuro.

Arduas decisiones por delante

La necesidad de un pensamiento global, a largo plazo por parte de los gestores de políticas de todo el país es clara. “No existe un lugar que no sea susceptible a algún tipo de desastre en los Estados Unidos, ya sean sequías, ciclones o tornados. Hemos visto inundaciones año tras año”, expresa Blakely, quien dirigió los esfuerzos de recuperación tras el huracán Katrina en Nueva Orleans. “Debemos estar a la altura de las circunstancias, no sumar a la destrucción”.

Las amenazas varían de un lugar a otro y de ecosistema a ecosistema, pero existen formas muy diversas de enfrentar los desastres relacionados con el clima. Las comunidades pueden almacenar y reutilizar agua, en lugar de depender de infraestructuras hechas por las personas para ahuyentarla. Pueden planificar teniendo en cuenta la incertidumbre, anticipar una diversidad de futuros e implementar planes adaptables a largo plazo. También pueden colaborar y trabajar entre fronteras para gestionar los recursos a escala regional, aumentar la resiliencia y mejorar la flexibilidad.

Para estar a la altura de las circunstancias, los planificadores y gestores del agua deben implementar cambios ahora, trabajando de forma conjunta entre departamentos para integrar la planificación del suelo y el agua. “Tomamos muchas decisiones que pospusieron las soluciones al decir: ‘Intensificaremos los controles o las regulaciones más adelante’. Ese momento llegó”, dice Bateman, directora de la conferencia de la AWRA de este año (ver nota de recuadro). “Tendremos que tomar algunas decisiones difíciles. Necesitaremos líderes que estén dispuestos a tomar decisiones con base en la ciencia”.

Holway dice que las organizaciones como APA, AWRA y la Asociación Estadounidense de Obras Hídricas, y el Centro Babbitt pueden ayudar a las comunidades a generar las capacidades que necesitan para implementar soluciones, al brindarles herramientas y apoyo, y al ayudarlas a superar las fronteras burocráticas y geográficas para conectarse. “No intentamos predecir el futuro, intentamos prepararnos para una diversidad de potenciales condiciones futuras. Concientizar y trabajar de nuevas maneras puede servir como puntapié para cambiar la narrativa y sentar las bases para implementar los programas necesarios”, comenta. “Si miras hacia el futuro, los desastres serán una realidad constante. Vendrán uno tras otro, y, si ese es el futuro, tenemos que prepararnos”.

 

 


 

Recursos y lecturas adicionales

El programa Growing Water Smart les presenta a las comunidades estrategias y herramientas que las ayudan a integrar la planificación del uso del suelo y del agua para adaptarse mejor al cambio y la incertidumbre. Growing Water Smart, un programa conjunto del Sonoran Institute y el Centro Babbitt para las Políticas de Suelo y Agua, llegó a más de 80 comunidades de Colorado, Arizona y Utah, y este año se está expandiendo a California y a lo largo de la frontera con México. Para obtener más información, mire el video en www.lincolninst.edu/growing-water-smart.

Para obtener más información sobre cómo las comunidades están incorporando el agua en sus procesos de planificación, consulte Integrating Land Use and Water Management: Planning and Practice (Integración de la gestión del agua y del suelo: planificación y práctica), un enfoque en políticas de suelo del Instituto Lincoln elaborado por Erin Rugland.

Conectar el suelo y el agua para tener comunidades saludables es el tema de la conferencia de verano de la Asociación Estadounidense de Recursos Hídricos que se celebrará este año, del 17 al 19 de julio, en Denver. El comité de planificación de este evento incluye representantes del Centro Babbitt del Instituto Lincoln y muchas otras organizaciones, agencias e instituciones que trabajan para mejorar la integración de la planificación del suelo y el agua.

 

 


 

Heather Hansman es periodista autónoma, columnista medioambiental de la revista Outside y autora del libro Downriver: Into the Future of Water in the West.

Imagen: Un ilustración muestra cómo el rediseño de calles con elementos como jardines pluviales y pavimento permeable puede ayudar a frenar y almacenar el agua pluvial. Crédito: Plan Hídrico Urbano de Greater Nueva Orleans, Waggonner & Ball.

 


 

Referencias

Ciudad de Evans. 2019. “Municipal Water Efficiency Plan Update”. Evans, Colorado. https://www.evanscolorado.gov/media/Departments/Water_Conservation/evans_mwep_report_2019.pdf.

Ciudad de Evans. 2022. “Explore Evans, Where Rivers and Opportunities Meet: City of Evans Master Plan”. Evans, Colorado. https://www.evanscolorado.gov/media/Departments/Planning_and_Zoning/Plans/2022%20Master%20Plan.pdf.

Ciudad de Golden Valley. 2020. “2040 Comp Plan”. Golden Valley, Minnesota. https://www.goldenvalleymn.gov/191/2040-Comprehensive-Plan.

Ciudad de Nueva Orleans. 2018. “New Orleans: A Plan for the 21st Century”. Nueva Orleans, Luisiana. Agosto. https://masterplan.nola.gov.

Metropolitan Council. 2018. “2040 Water Resources Policy Plan”. Mineápolis, Minnesota. https://metrocouncil.org/Wastewater-Water/Planning/2040-Water-Resources-Policy-Plan.aspx.

Waggonner & Ball. 2013. “Greater New Orleans Urban Water Plan”. Nueva Orleans, Luisiana. Octubre. https://wbae.com/projects/greater-new-orleans-urban-water-plan-2.

 

Protesters hold signs opposing a planned hydroelectric corridor in Maine

Grid Locked: How Land Use Battles Are Hindering the Clean Energy Transition

By Anthony Flint, Junho 12, 2023

 

One emerging consensus to combat climate change is increasingly clear: electrify everything, and make that power come from renewable sources, like wind, solar, and hydro power. Removing fossil fuels from electricity generation can be surprisingly smooth, as clean power facilities have rapidly become more cost-efficient. Renewables are currently 20 percent of US power generation and steadily growing.

But there’s a sprawling and daunting land use task that is necessary to make that clean energy transition happen: not only the siting of solar arrays and wind farms, but the construction and improvement of transmission lines and substations and pipelines, across thousands of acres of land.

Researchers at Princeton University have estimated that if manufacturing capacity for turbines and photovoltaics continues to ratchet up as it has been for the last several years, up to 400,000 square miles will be needed in the US to harvest wind energy alone. That means much more visible renewable energy infrastructure on hilltops, in suburban neighborhoods, and in what may feel like people’s backyards.

Battles over the siting of wind and solar installations, and opposition to the key upgrades and expansion of the grid that will allow clean power to plug in, are occurring on a state-by-state basis, in the absence of federal authority or oversight. In many cases, renewable energy facilities have been cleared through the permitting process to start operating, but remain in limbo because they can’t plug in to the existing, antiquated grid.

 

Power lines in California
Power lines in California. Credit: pgiam via E+/Getty Images.

A crazy quilt of local land use regulations—including bylaws restricting solar fields and wind farms—has amplified the voices of opposition from neighbors and organized groups, including, in what many climate advocates consider a profound irony of the times, some environmental organizations. In addition, land use conflicts are hindering another critical component of the clean energy transition: the mining of metals such as lithium to make high-capacity rechargeable batteries, for electric vehicles and storing power from renewable sources when the sun doesn’t shine or the wind doesn’t blow (see sidebar).

Those targeting net-zero emissions by mid-century hoped for a high-level wave of renewable energy that would transform the way everyone gets their power. Instead, there are standoffs and bottlenecks, at the state and local level, as the execution of this extraordinary transition gets bogged down, literally, on the ground.

“I would agree things aren’t going well right now—though I would suggest that we also have way more shots on goal than in previous years, so there are more stories of projects getting blocked because there are just more project proposals,” said Sarah Banas Mills, senior project manager at the Graham Sustainability Institute and lecturer at the School for Environment and Sustainability, University of Michigan.

As frustration mounts at what many see as a fumbling of the ball at a key moment in the fight against climate change, Mills, who has been tracking battles over renewable energy all over the US and coauthored a paper on the topic, says a more nuanced analysis is required about each and every site, now that installations are ramping up. Wind projects in places with more people or higher scenic amenities are more likely to be opposed; neighbors may also be more likely to balk at large solar arrays on farmland, which many clean-energy advocates thought would be an easier sell.

“Renewables present one of the biggest economic opportunities rural communities have seen in decades,” she said. “But with all opportunities, there are trade-offs. That we have so many communities saying no suggests to me that in many places communities are finding that the positives—economic benefits—don’t outweigh the negatives. Changes may need to be made to project characteristics, like size, location within the community, and distribution of economic benefits . . . to get more communities to ‘yes.’”

 

It wasn’t always this way. In the past, there was little to no veto power exercised at the local level, as industrialization advanced and critical infrastructure was deemed necessary, whether canals, railroads, and telegraph lines in the 19th century, or the interstate highway system in the 1950s.

A common thread for infrastructure is the intensive use of land, which is necessary to complete networks and distribute benefits across large expanses. This was especially true in the development of the grid. Power plants were built at whatever location was required, whether near a coal mine or on a river. Then, a decentralized but highly connected system of substations, transformers, and transmission and distribution lines got the power to the end user—homes and businesses. The flow of power is from point to point and as it happens, since large amounts of electricity are not stored; the power is used as it is produced, and vice versa.

Although the construction, organization, and regulation of the grid started out in a patchwork state-by-state and regional framework, the federal government established oversight with the Federal Power Act of 1920, which Congress passed to coordinate the development of hydroelectric projects such as the Hoover Dam. Major new agencies like the Tennessee Valley Authority, established in 1933, helped create a sense of intention and purpose; bringing electricity to rural areas was part of a national mobilization in economic development during the Great Depression (and, also intentionally, a fountainhead of jobs). Among other federal agencies, what is now known as the Federal Energy Regulatory Commission (FERC) took the lead in managing power generation and the grid, although generally oversight of utilities, and the prices they charge in particular, remains a state responsibility.

Rural electrification work in the 1930s in California's San Joaquin Valley.
A photo by Dorothea Lange of electrification work in California’s San Joaquin Valley in 1938. Credit: Library of Congress, Prints & Photographs Division, FSA/OWI Collection, LC-DIG-fsa-8b32664.

In terms of the extraordinary accomplishment of the grid, the ultimate result of planning and coordination is the familiar landscape of today: 160,000 miles of high-voltage power lines draped on shiny metal stanchions up to 200 feet tall, with forest and brush cleared away underneath, crisscrossing the countryside, whisking electricity generated by 7,300 power plants to nearly 150 million customers across the US, according to the US Energy Information Administration (EIA). The North American grid—three grids, technically, called the Eastern, Western, and Texas Interconnect—is completed by millions of miles of low-voltage power lines and distribution transformers.

To date, most electricity is produced using conventional sources such as natural gas, oil, coal, and nuclear. But at least 20 percent of the nation’s power is now generated by renewable energy facilities—wind, solar, hydroelectric, biomass, geothermal—and that proportion is growing, as coal-fired power plants, for example, are steadily phased out. Over the past decade, 290 coal-fired plants were decommissioned in the US, leaving 224 in operation.

The Biden administration has pledged to eliminate fossil fuels as a form of energy generation in the US by 2035, setting the goal of 80 percent carbon-free electricity by 2030. Wind, solar, and hydroelectric power have been the fastest-growing segment of the energy sector, and will be further fueled by some $370 billion in funding under the Inflation Reduction Act. Wind and solar projects, steadily improving in their technology and efficiency, are ready to roll.

But therein lies the current land use challenge—not only in the siting of renewable energy installations, but also in the all-important upgrade to the grid to carry and distribute all that clean power. On both fronts, the development of renewable energy has been stymied in recent years.

 

Map of U.S. power grid
The U.S. power grid comprises three sections: the Eastern, Western, and Texas (ERCOT) Interconnects. The circles represent the system’s 66 balancing authorities, which ensure the balance between supply and demand. Credit: US Energy Information Administration.

 

Opposition to offshore wind farms, notably the Cape Wind project off Cape Cod, was perhaps the first and most infamous example of affluent homeowners objecting to clean-energy infrastructure because they claimed it spoiled the view. But wind farms on land, whether atop ridges or on farmland, have also ignited fierce opposition, even in remote areas.

In Northern California, Shasta County supervisors rejected a proposal by Connect Wind/Fountain Wind for 48 turbines on rural land after hearing concerns about impacts on wildlife habitat, Indigenous lands, and even whether the turbines would interfere with fighting wildfires from the air. A local ordinance passed shortly afterward banning large wind projects outright. The California Energy Commission is allowing the developers a second chance under a provision of Assembly Bill 205, which can override local veto power over clean energy projects.

In Iowa, a judge ordered developers to dismantle three 450-foot turbines on farmland after neighboring landowners complained about the noise they made. The victorious opponents, who successfully argued that the zoning board shouldn’t have issued the permits, hope their battle “will empower other rural landowners and small towns to take on wind,” according to the Des Moines Register.

A typical concern as well is the danger posed by wind turbines to birds—although pesticides, buildings, and housecats kill many times more birds than the slowly rotating blades, and clean-tech researchers, using artificial intelligence, have come up with ways to keep birds away anyway.

Solar installations have not fared much better. While more than 2,500 solar farms are up and running in the United States, solar projects are increasingly running into blockades, in Indiana, Ohio, Virginia, and elsewhere. Neighbors often get in an uproar when they see how large, visible, and land-intensive some of the solar arrays are, describing them in alarming fashion, as in one battle over a Midwest proposal, as filling up thousands of football fields with shiny, deep blue panels.

 

Solar array in western Masscahusetts
Solar array in western Massachusetts. Credit: Jerry and Marcy Monkman/EcoPhotography.

 

Researchers in a 2021 Michigan study found that despite readily acknowledged benefits such as economic development, tax payments, and compensation for the landowner and community, “projects have increasingly faced local resistance . . . [due to] aesthetics, noise, and negative impacts to rural and Tribal culture, values, and community energy sovereignty, along with . . . risk to wildlife, productive farmland, biodiversity, and human health.” Additional perceived risks included lowered home and property values, increased electricity rates, impacts to tourism, and the toxicity of materials used in construction and operation, the study says.

A team at MIT studied 53 American renewable energy projects that were paused, delayed, or canceled between 2008 and 2021 in 28 states because of local opposition. The researchers identified seven common drivers of conflict: environmental impact; financial viability; quality of public engagement; Tribal rights; health and safety concerns; and concerns related to land and property values.

“We found overwhelming evidence to suggest that federal, state, and local regulators need to rethink the design and operation of their facility siting processes,” the researchers conclude. “A fast and fair transition to renewable energy will not be achieved in the US if policymakers and energy developers do not anticipate and respond proactively to the full array of sources of local opposition.”

High-profile standoffs have the effect of scaring off partners worried about bad publicity. In Queensland, Australia, the tech company Apple withdrew from an agreement to buy power from a proposed 80-turbine windfarm on nearly 2,000 acres, a project the World Wildlife Fund (WWF) had criticized for threatening koalas, wallabies, and red goshawks. A WWF spokesman applauded the move, saying it demonstrated “leadership and a commitment to renewables that are good for climate and nature.”

Opposition to transmission lines and the upgrades and expansion of the grid that are necessary to handle new clean power has been perhaps the most strenuous of all—leaving renewable energy installations that have already been built or permitted to remain in limbo, an untenable scenario for green-tech companies and investors.

A four-year legal battle over a 145-mile transmission line that would carry hydroelectric power from Quebec to Massachusetts has been representative of the bare-knuckle brawling over land use. Conservation groups said the pipeline threatened wilderness areas in Maine, where most of the line would be constructed, prompting a statewide vote against the project, though it had already been permitted. A judge recently ruled that construction could resume.

Proponents complained that the opposition had been financed and motivated by a rival natural gas utility seeking to block competition. Joseph Curtatone, president of the Northeast Clean Energy Council, said he hoped the court decision “marks an end to the self-interested, corporate-funded attempts to sabotage this project.” Building the project as planned, he said, would remove more than 3 million metric tons of carbon annually and provide $200 million in desperately needed upgrades to the electric grid.

“This is essential work in our effort to electrify everything in order to avoid the worst effects of climate change. Without grid upgrades we can’t deliver power to heat pumps and electric vehicles. These are the kinds of big leaps we need to take after decades of minimal progress on climate action,” he said. “If we’re fighting tooth-and-nail over removing 3 million tons of CO2 with lower-cost energy, we’re never going to reach net zero.”

In the book Superpower, the author Russell Gold chronicled the ultimately futile attempt by Houston businessman Michael Skelly to get approval for a transmission line to connect windfarms in Oklahoma to the grid in Tennessee, which became emblematic of community opposition paired with politics. But the same problem keeps recurring. It took 18 years before a 732-mile transmission line was approved by federal authorities to carry clean power from the proposed 700-turbine TransWest wind farm on ranchland in Wyoming to homes and businesses in California. The interstate project required multiple approvals under the National Environmental Protection Act (NEPA), with detailed examination of impacts on flora and fauna, including the sagebrush grouse.

 

Wind turbines in Washington state
Wind turbines in Washington state. Credit: Ryan J Lane via E+/Getty Images.

 

The objections to green infrastructure have evoked past battles over endangered species, sacred sites, and otherwise culturally valuable land. The Greenlink West project, a 470-mile transmission line through Nevada, is under fire because it might disturb woolly mammoth tusk fossils.

The irony is not lost on many that environmental laws passed in the 1970s to combat rampant pollution are now being used to fight renewable energy projects that will curb climate change. Environmental litigation is threatening a wide range of environmentally advantageous initiatives across the country, from dense housing to bike lanes to congestion pricing.

“I’m an environmentalist, which means I’ve got some practice in saying no. It’s what we do,” wrote Bill McKibben in an essay for Mother Jones titled, “Yes in Our Backyards.” McKibben’s decades of activism include successfully fighting the Keystone XL fossil-fuel pipeline. “But we’re at a hinge moment now, when solving our biggest problems—environmental but also social—means we need to say yes to some things. . . . One way may be to back up a little and think of the slightly longer term.”

Without any sense of a grand plan or rationale, and environmentalists divided—one camp saying impacts on the environment must always be considered, the other that there will be no functioning wildlife habitats or thriving species if climate change isn’t curtailed—renewable energy projects are increasingly being viewed as what Harvard professor Alan Altshuler called LULUs: “locally unwanted land uses,” like prisons or landfills.

 

An array of solutions for overcoming this impasse has emerged recently, including legislation introduced just this year. At least three steps are needed to adequately and effectively deploy clean energy infrastructure, says Patrick Welch, an analyst in the Climate Strategies group at the Lincoln Institute of Land Policy: federal-level permitting reform, local regulatory changes, and more strategic and creative planning.

“In many instances, there are genuine issues regarding the proposed siting of new solar, wind, and hydro projects—whether that is related to stormwater runoff issues, other impacts on important ecosystems, or new land grabs on Indigenous lands,” Welch said. “We need to be more strategic and creative. Things like co-locating solar on parking lots and rooftops or interstate rights of way, rather than clearcutting forests, are good solutions.”

The Nature Conservancy’s Site Renewables Right initiative, which identifies suitable sites for wind and solar energy by mapping factors including environmental impact and agricultural production, is a good example of trying to find workable solutions, he said; another is Baltimore County’s study on solar siting, which identified nearly 34,000 acres of potential optimal solar sites on rooftops, parking lots, and degraded lands.

 

Solar installer in Lowell, Massachusetts
Solar installer in Lowell, Massachusetts. Credit: Jerry and Marcy Monkman/EcoPhotography.

 

But even with more appropriate siting, Welch said, permitting and local land use regulations can get in the way. “Both sides of the aisle have known for decades that NEPA and the associated permitting spiderwebs are responsible for long, unnecessary delays. Now, the climate crisis has brought new urgency to that conversation. Local regulations must allow for the appropriate siting of renewable energy infrastructure, too.”

Federal coordination—harkening back to the more intentional establishment of infrastructure in the first half of the 20th century—has seemed to many the obvious first step. This spring, US Senator Sheldon Whitehouse (D-RI) and US Representative Mike Quigley (D-IL) introduced the Streamlining Interstate Transmission of Electricity (SITE) Act, which would establish a new federal siting authority at the Federal Energy Regulatory Commission to ease the process of constructing long-range, high-voltage transmission lines.

“If we don’t build more long-range transmission lines, much of the low-cost clean energy that is coming online will simply not be able to get to the homes and businesses that need it,” Whitehouse said when unveiling the bill. The goal is better reliability, an upgrade of the nation’s creaky grid infrastructure, and lower emissions while “responsibly balancing local needs and preferences,” he said.

There is action at the state and regional scale as well. After criticism that state regulatory authorities have been dragging their feet on the clean energy transition, Massachusetts Governor Maura Healey appointed climate-savvy commissioners to the state Department of Public Utilities, and established two new commissions, one to review clean energy siting and permitting, and another to coordinate offshore wind development.

In Washington State, Governor Jay Inslee recently signed a bill requiring longer-term planning by utilities and allowing bigger transmission projects to go through the state’s streamlined siting process. The Bonneville Power Administration (BPA), which manages hydropower from 31 federal dams in the Northwest, has proposed some upgrades to its system, which, if completed, will help increase transmission capacity.

The electricity market is structured differently in the Pacific Northwest than in California and other states, making coordination and planning that much more difficult, said Emily Moore, director of the Climate and Energy program at the Sightline Institute. Washington and Oregon have assertive climate action plans to shift to clean energy, but even if all utilities agreed to switch tomorrow, the grid couldn’t support the load, she said, so hundreds of wind and solar projects are languishing.

“In an ideal world, we would have clarity on how much more transmission is needed . . . and where it would go, so we could then start building it before it is too late,” she said. “But planning, at least in our region, is largely reactive, not proactive. Changing that here will require new levels of coordination between BPA, individual utilities, regulators, and policymakers.”

When renewable energy projects or transmission lines are first rolled out to the public, developers would do well to practice better stakeholder engagement, said Josh Hohn, a principle at the urban design firm Stantec. He urges project leaders to help people visualize what’s actually being proposed “before imaginations run wild.”

 

Building consensus about clean energy infrastructure is especially challenging in part because the land use issues are so local, but tie back to the global problem of climate change, requiring conceptualizing priorities in sometimes counterintuitive ways. For example, it seems outrageous to clear trees to make way for solar panels. But according to one forest ecologist, doing so actually reduces carbon emissions more after a period of time than leaving the trees in place.

Technology is also advancing so rapidly, the land use dimension of clean energy could become less onerous. Geothermal drills require less land, though are akin to the oil rigs that have dotted the landscape since the turn of the last century.

Batteries are getting better, allowing clean power to be stored. And there is the notion of the mega-solar project, consolidating arrays all in one or two large, out-of-the-way locations, like a corner of the Sahara desert. By one calculation, solar panels on a single parcel of 43,000 square miles—1.2 percent of the Sahara—could power the entire world.

At a more conceptual level, McKibben—who founded the organization Third Act to recruit aging boomers concerned about climate change—called for a change in mindset when looking at clean energy infrastructure. Instead of viewing it as unsightly, he suggests, we could appreciate how it’s helping the planet wean off fossil fuels, and has great economic returns as well. “It’s a different kind of beauty,” he said in an interview, though he acknowledged people are used to judging landscapes by more conventional measures.

Whether such reconceptualization can happen remains to be seen. But the public’s relationship with land has clearly become a key element of the clean energy transition. Above all, this is a moment for thoughtful land policy, with the future of the planet hanging in the balance, said the Lincoln Institute’s Patrick Welch.

“Given the scale and urgency needed for this massive rollout of new infrastructure, there is a significant risk that we do it in a way that leads to serious unintended consequences,” Welch said. “So we need to be mindful and strategic—but not to the point of inaction.”

 


 

Anthony Flint is a senior fellow at the Lincoln Institute, host of the Land Matters podcast, and a contributing editor to Land Lines.

Lead image: Protesters in Maine express their opposition to a planned hydroelectric corridor that will cut through the state as it carries energy from Quebec to Massachusetts. Credit: AP Photo/Robert F. Bukaty