Topic: Climate Change

Cómo gestionar el riesgo y la incertidumbre

Enfoques colaborativos para el cambio climático
Elizabeth Fierman, Patrick Field, and Stephen Aldrich, July 1, 2012

El cambio climático está presentando una variedad de riesgos, incertidumbres y opciones difíciles que las comunidades deben aprender a analizar: ¿Cómo deben considerarse el riesgo y la incertidumbre sobre el futuro en los procesos de toma de decisiones actuales sobre el uso del suelo? ¿Cómo pueden involucrarse las partes interesadas en la toma de decisiones para ayudar a clarificar las ventajas y desventajas de cada opción y construir un consenso sobre la mejor manera de proceder?

Por medio de una iniciativa conjunta entre el Consensus Building Institute (CBI) y el Lincoln Institute of Land Policy estamos ayudando a responder a estas preguntas utilizando la teoría y práctica de resolución de conflictos propia de CBI y los conocimientos de otros socios en temas tales como la gestión de riesgo y la planificación de escenarios. Hemos desarrollado una serie de talleres sobre enfoques colaborativos para manejar el riesgo y la incertidumbre en la toma de decisiones. En este artículo describimos estas experiencias y las lecciones sobre la adaptación al cambio climático que se pueden extraer de las mismas.

Como organización neutral que ayuda a resolver conflictos sobre el uso de suelo de todo tipo, CBI ha extraído distintas lecciones y buenas prácticas para planificadores y otras personas que están en la posición de dirimir conflictos sobre el uso del suelo (Nolon, Ferguson, y Field 2013). Cada vez más, sin embargo, el cambio climático y los riesgos, incertidumbres y complejidades asociadas se consideran una parte importante de la “historia” del conflicto más amplio sobre el uso del suelo. Por ejemplo, los debates sobre la ubicación de una planta cerca de la costa generan cuestiones acerca del impacto de la misma sobre el área circundante y el medio ambiente, como también preocupación sobre la posibilidad de que el ascenso del nivel del mar pueda hacer que la planta sea inviable al cabo de varios años.

Cada parte interesada tendrá una percepción distinta de cuán certero, inminente y evitable será el cambio climático, y cuáles son los riesgos que presentará. Más aún, los problemas vinculados con el cambio climático son increíblemente complejos. Para comprender el impacto del cambio climático en el Río Colorado, por ejemplo, hay que considerar una red de factores hidrológicos, legales, sociales, económicos, históricos, y otros.

En resumen, para afrontar el cambio climático hay que reconciliar distintas percepciones de riesgo, avanzar a pesar de un alto grado de incertidumbre y encontrar maneras de dejar lugar para adaptarse y cambiar de curso en un entorno complejo. Nuestra serie de talleres se ha centrado en reunir todas estas corrientes de pensamiento por medio de investigaciones articuladas, gestión de riesgo conjunto y toma de decisiones colaborativas.

Talleres sobre la gestión de riesgo

En 2009, con el respaldo del Instituto Lincoln, CBI desarrolló su primer taller de dos días de duración sobre la adaptación al cambio climático, con el objetivo de reunir expertos en gestión de riesgo, planificación de escenarios y construcción de consenso. Nuestro objetivo fue compartir las mejores prácticas en estas áreas para ayudar a aquellos que toman decisiones sobre el uso del suelo a evaluar distintas maneras de considerar el clima como un elemento clave de incertidumbre en el proceso de planificación. Los capacitadores de CBI fueron Paul Kirshen, experto en gestión de riesgo, y Stephen Aldrich, presidente de Bio Economic Research Associates (bio-era), una empresa de investigación y consultoría independiente, y profesional en planificación de escenarios desde hace mucho tiempo.

Desarrollamos en conjunto un programa de estudio con presentaciones en cada área temática, junto con un ejercicio interactivo basado en las amenazas reales que el ascenso en el nivel del mar presentará a la zona de East Boston, Massachusetts. El curso fue revisado y repetido en 2010 y 2011. En paralelo, desarrollamos una versión en línea que está disponible ahora en el sitio web del Instituto Lincoln (ver la contratapa interna).

La premisa principal de esta serie de talleres es que el cambio climático se debería considerar a la luz de la gestión de riesgo, y se debería tratar por medio de un proceso que incluya la gama más amplia de opiniones de las partes interesadas sobre la probabilidad de un resultado o impacto en particular debido al cambio climático. Si las partes interesadas sienten que, durante el proceso, sus opiniones y creencias se consideran legítimas, es mucho más probable que participen y acepten el resultado.

Además, la planificación de escenarios puede ayudar a que las partes interesadas consideren el impacto potencial del cambio climático probando acciones alternativas en función de distintos pronósticos posibles, para identificar las acciones que mejor representen una decisión “de la que no haya que lamentarse posteriormente”. En este enfoque queda implícito que no sería sensato ignorar los posibles impactos del cambio climático, como también lo sería invertir fondos de manera exagerada para prepararse frente a amenazas que quizás no se produzcan en el futuro. De esta manera, la planificación de escenarios reconoce realmente la incertidumbre.

CBI comenzó a trabajar en 2011 con el Sonoran Institute en Phoenix, Arizona, para llevar el taller al oeste de los Estados Unidos, haciendo hincapié en la planificación de escenarios colaborativos. Con Jim Holway, director del Programa de Comunidades y Suelos del Oeste del Sonoran Institute (otro socio del Instituto Lincoln) y Stephen Aldrich desarrollamos un taller de un día y medio de duración, que se llevó a cabo en Phoenix en marzo de 2012. Se centró en los métodos de planificación de escenarios como una manera de avanzar en intereses diversos y contradictorios, a pesar de la incertidumbre y los desacuerdos y hasta la polarización política, en temas como el cambio climático, la planificación de recursos hídricos y la gestión del crecimiento.

El método de planificación de escenarios desarrollado por Aldrich consiste en formar un grupo de múltiples partes interesadas para generar de forma conjunta una serie de escenarios plausibles para el futuro de un lugar o de un problema en un horizonte de tiempo dado. Las opciones políticas se miden en función de cada uno de los escenarios usando una serie de criterios que también se generan conjuntamente. Dos características distintivas de este enfoque son la participación de las partes interesadas en todo el proceso y la suposición de que todos los escenarios se consideran igualmente probables.

Este enfoque de la planificación de escenarios no es simplemente un análisis de alternativas sino un esfuerzo por imaginar futuros distintos en función de lo que sabemos hoy, de cuáles son las mayores incertidumbres y cuáles son los factores de cambio que se consideran más importantes en el sistema analizado. El siguiente paso es considerar de qué manera se comportan las múltiples opciones políticas y otras medidas en estos distintos futuros, cuando se las mide en función de criterios clave, como costo, eficacia y adaptabilidad.

Durante el desarrollo del taller de Phoenix reforzamos estos conceptos y los pasos del proceso usando un ejercicio interactivo que considera las amenazas reales que el cambio climático podrá presentar para el suministro de agua en el sudoeste de los Estados Unidos. El ejercicio, llamado “Planificación en el condado de Robert”, presentó un condado ficticio del “Corredor del Sol” sometido a la presión del desarrollo inmobiliario aun cuando se proyecta que el suministro de agua se reducirá debido al cambio climático. Los participantes usaron este caso de estudio para identificar los factores más importantes para el condado, para después traducirlos a elementos de escenarios futuros clasificándolos como “elementos predeterminados”, “incertidumbres principales” o “factores de desarrollo gobernantes”.

En el ejercicio final, se asignó a los participantes roles que representaban a grupos e intereses comunes (por ejemplo, la Junta de Comisionados del condado de Robert, la Asociación Agrícola del condado de Robert, o la Organización Medioambiental del Río Andrés). También se les dio un marco de referencia de escenarios en función de dos incertidumbres principales: ¿Volvería el condado de Robert a tener un crecimiento económico rápido, y se producirían realmente las reducciones en el suministro de agua debido al cambio climático pronosticadas en el “Informe de Cambio Climático de NRL” ficticio (figura 1)? Los participantes tuvieron que evaluar una serie de políticas hídricas usando este marco de referencia de escenarios, teniendo en cuenta también los intereses y percepciones proporcionadas en la descripción de los roles asignados a cada uno ellos.

Los participantes, que provenían de entidades estatales y locales, el mundo académico, sectores privados y organizaciones no gubernamentales, reportaron que el taller fue extremadamente útil para comprender cómo funciona la planificación colaborativa de escenarios y cómo se podría aplicar esta metodología en sus contextos profesionales. La simulación paso a paso del proceso de planificación de escenarios les ayudó a comprender con claridad cómo es el proceso y los beneficios y desafíos de trabajar con múltiples partes interesadas.

Se pidió a muchos participantes que desempeñaran un papel con intereses y percepciones del cambio climático muy distintos a los de su situación personal o profesional. Esta experiencia les brindó una oportunidad de aprender cómo otras partes interesadas podrían encarar este tipo de problema. Varios participantes solicitaron más información sobre el aspecto del proceso que tenía que ver con la construcción de consenso como, por ejemplo, ponerse de acuerdo en el proceso desde el comienzo y efectuar una evaluación para comprender a qué partes interesadas hay que involucrar y qué temas hay que resolver. Muchos participantes reconocieron que la planificación colaborativa de escenarios era una herramienta potencialmente útil para la resolución de conflictos.

Lecciones aprendidas

La progresión y el desarrollo continuo de estos talleres nos han ayudado a extraer varias lecciones sobre cómo enseñar y utilizar las herramientas colaborativas para analizar el riesgo, la incertidumbre y la complejidad en la toma de decisiones.

Clarificar la terminología desde el principio

Términos como construcción de consenso y planificación de escenarios tienen distintos significados dependiendo de la persona que los escuche. Algunos interpretan la construcción de consenso como un compromiso. Escuchamos con frecuencia de las partes interesadas que si participan en un proceso de construcción de consenso se verán obligadas a renunciar a sus intereses más importantes. Cuando CBI habla de enfoques para construir consenso, sin embargo, se refiere a satisfacer los intereses clave de las partes interesadas como forma de llegar a un acuerdo que maximice los beneficios conjuntos (Susskind, McKearnan y Thomas-Larmer 1999).

Para algunas personas, la planificación de escenarios sugiere una manera de trabajar para un futuro preferencial u “oficial”, mientras que para otras es un método para hacer pronósticos. En contraste, la metodología de Aldrich pone el énfasis en formular una cartera de futuros posibles que se consideran como igualmente probables y, después, ensaya distintas medidas y/o estrategias políticas en cada escenario para descubrir cuáles rinden buenos resultados en la mayoría o todos los escenarios, y por lo tanto serían las más sólidas.

Aldrich remarca que este método es el mejor para problemas “perversos”, que se caracterizan por un alto grado tanto de incertidumbre como de complejidad. De forma similar, distingue entre el proceso de planificación experta de escenarios y los enfoques con múltiples partes interesadas. Mantenemos la hipótesis de que el hecho de hacer participar a un conjunto diverso de partes interesadas en el proceso de planificación de escenarios ayudará a aprovechar el conocimiento local, se representarán varios puntos de vista y en última instancia las decisiones que se tomen se verán como más legítimas y por lo tanto serán más fáciles de implementar.

Dar tiempo a sentirse cómodo con la complejidad

La mayoría de la gente no se pasa el día pensando en problemas muy complejos e inciertos en términos de múltiples futuros posibles. Por el contrario, nos sentimos más cómodos con la linealidad, y con decisiones racionales basadas en los hechos y en nuestras propias percepciones y preferencias. Por su naturaleza, no obstante, los métodos para abordar el complejo tema del cambio climático exigen un modo de pensar distinto y una cierta comodidad con lo desconocido. Para mucha gente, el pensar en distintos futuros igualmente plausibles, ya sea como participantes en un taller o en el proceso real de planificación de escenarios, es nuevo.

Esta dinámica se puso en evidencia en nuestro taller de Phoenix, por ejemplo, cuando se les pidió a los participantes en el ejercicio del condado de Robert que pensaran en de qué manera ciertas políticas hídricas específicas –como la transferencia de derechos de agua existentes y el aumento del precio del agua– influirían sobre un escenario esencialmente estático o sobre un escenario en que el suministro de agua se reducía significativamente mientras que el crecimiento económico seguía constante.

Los participantes encontraron dificultades para aplicar una política a distintos futuros, y para separar su propio análisis político de los intereses y prioridades del papel que se les pidió que desempeñaran. La persona cuyo papel requería que se opusiera vehementemente a la idea de pagar más por el agua, por ejemplo, tuvo problemas para reconocer que esta política podría funcionar muy bien en un escenario de escasez de agua y alto crecimiento económico. La dificultad de separar los intereses y percepciones de los escenarios “objetivos” también tiene su correlación en la vida real.

Para ayudar a manejar esta dinámica, es importante identificar el desplazamiento mental necesario para manejar complejidad e incertidumbre, reconociendo que este desplazamiento no es siempre fácil y por ello hay que darle a la gente tiempo suficiente para acostumbrarse. Para los propósitos del taller, fue útil considerar que el ejercicio era una manera de ayudar a los participantes a medir una cierta política basada en cuatro futuros plausibles, y que este era un objetivo legítimo e importante por sí mismo. En el contexto de una planificación de escenarios real, puede ser valioso que los expertos ayuden a las partes interesadas a trabajar con escenarios desde el comienzo mismo del proceso.

Invertir tiempo en “actividades interactivas”

En general es útil que un taller sea interactivo, tanto desde el punto de vista pedagógico como para mantener el interés de la audiencia. La interactividad es particularmente importante para enseñar en detalle enfoques conceptuales como la gestión de riesgo, incertidumbre y complejidad. Muchas personas trabajan mejor cuando los conceptos y la teoría se pueden ligar directamente con una realidad relevante. Si se le da a la gente un ejemplo o ejercicio concreto que les resulta familiar, pero que no refleja de forma directa su situación de vida, ello ayudará a dar forma concreta a los conceptos, dejando lugar al mismo tiempo para que los participantes experimenten con nuevas ideas y puntos de vista (Plumb, Fierman, y Schenk 2011).

Otra razón para realizar “actividades interactivas”, como las llamábamos en Phoenix, es ayudar a la gente a comprender tanto los desafíos como el valor de llevar a cabo un proceso de planificación colaborativa de escenarios. Por ejemplo, la lógica de usar incertidumbres mayores para estructurar escenarios futuros puede ser clara en principio, pero llegado el momento de seleccionar dichas incertidumbres, el proceso de toma de decisiones se hace más difícil de lo que uno imagina.

Cuando les pedimos a los participantes que identificaran las incertidumbres mayores del condado de Robert, se produjo un debate intenso. ¿Debería tratarse el cambio climático como una incertidumbre mayor o como un elemento predeterminado? ¿El crecimiento económico es un factor de desarrollo o una incertidumbre mayor? Los participantes comentaron después que la intensidad del debate les sorprendió, pero encontraron muy valioso ver cómo un grupo de personas podía llegar a conclusiones tan diferentes a partir del mismo modelo fáctico de tres páginas.

Es fundamental entonces dar tiempo para practicar estos conceptos, ya que ello refuerza las ideas, las vincula con problemas y temas reales, e ilustra el valor de exponer distintos intereses y percepciones. En el contexto de los talleres, recomendamos ejercicios interactivos ficticios pero realistas, como el de planificación en el condado de Robert, para proporcionar información relevante, reforzar conceptos y alentar a los participantes a adoptar perspectivas a las que pueden no estar acostumbrados.

Utilizar la construcción de consenso en casos de riesgo, incertidumbre y complejidad

El elemento común a lo largo de nuestra experiencia de desarrollo y revisión de estos talleres es la noción de que las técnicas de construcción de consenso ocupan un lugar importante en la adaptación al cambio climático y en otros procesos de toma de decisiones que involucran riesgo, incertidumbre y complejidad. La participación significativa de representantes de las partes afectadas ayuda a asegurar que se exprese todo el rango de perspectivas e intereses, se utilicen los conocimientos locales y que se genere un proceso sólido que se considere ampliamente legítimo y verosímil. Más aún; de ser apropiado, se puede hacer participar a grupos de partes interesadas en la implementación de políticas, particularmente si se establece un enfoque de gestión colaborativa adaptativa (Islam y Susskind 2012).

Las herramientas y técnicas particulares para construir consenso en la planificación colaborativa de escenarios y otros procesos incluyen las evaluaciones y la gestión de procesos. Al comienzo de un proceso se puede realizar una evaluación para identificar las partes interesadas y los temas a debatir, observar la capacidad de las partes interesadas para trabajar con escenarios y diseñar un proceso para avanzar en función de los resultados.

Estas evaluaciones frecuentemente son efectuadas por una parte neutral, comenzando con entrevistas confidenciales con una amplia gama de partes interesadas. Las entrevistas se consolidan en un informe de evaluación que resume los puntos de vista y temas principales expresados, sin atribuir ninguna declaración en particular a la parte que la emitió. Se debe dar oportunidad a las partes interesadas para confirmar que su perspectiva fue recogida correctamente. Utilizando los resultados de la evaluación, el facilitador y el organizador pueden decidir si vale la pena avanzar en el proceso con la participación de múltiples partes interesadas y, en ese caso, cómo hacerlo.

También se puede usar al facilitador, o a un grupo de facilitadores, para manejar el proceso colaborativo, en el caso de que se decida seguir adelante. Se pueden usar administradores de proceso neutrales para que la conversación sea productiva y colaborativa y para ayudar a que el grupo llegue a un acuerdo sobre los puntos claves, como la selección de los elementos de los escenarios y los criterios para evaluar opciones políticas.

Por ejemplo, CBI, con el respaldo del Instituto Lincoln, hizo posible recientemente una reunión sobre el ascenso del nivel del mar, diseñada para reforzar las zonas urbanas costeras en la Ciudad de Nueva York. Los facilitadores reunieron a representantes de entidades estatales y locales, grupos de interés y otras partes interesadas que no podían progresar en sus discusiones, y promovieron una interacción que generó pasos concretos para reforzar la zona costera y comprometerse a seguir trabajando juntos. Los facilitadores también pueden ayudar a los grupos a planificar la implementación de políticas o acuerdos que resulten del proceso, incluyendo esfuerzos de gestión colaborativa adaptativa.

Conclusión

Para poder tomar hoy decisiones relacionadas con el impacto del cambio climático en el futuro, el trabajo reciente de CBI ha reforzado la noción de que es necesario construir capacidad para gestionar el riesgo, la incertidumbre y la complejidad conectándola de cerca con los problemas y temáticas reales a los que se enfrentan las comunidades. Más aún, es importante participar en procesos de toma de decisiones que puedan resolver estos desafíos, en vez de tomar decisiones ignorándolos, utilizando para ello métodos como la planificación de escenarios y la gestión adaptativa. En muchas situaciones, sin embargo, no basta con que estas herramientas sean utilizadas solo por expertos, sin consultar a otras partes interesadas. Frecuentemente, las decisiones más robustas son aquellas tomadas con la participación de las partes que se verán afectadas por el cambio climático y por las decisiones tomadas para manejarlo.

Sobre los autores

Elizabeth Fierman es integrante del personal del Consensus Building Institute en Cambridge, Massachusetts, donde trabaja en facilitación y mediación, desarrolla y brinda capacitación, y realiza investigaciones.

Patrick Field es director gerente del Consensus Building Institute, subdirector del Programa de Debates Públicas de MIT-Harvard y senior fellow del Centro de Recursos Naturales y Política de la Universidad de Montana.

Steve Aldrich es el fundador de Bio Economic Research Associates LLC (bio-eraTM), una empresa independiente de investigación y consultoría con sede en Cambridge, Massachusetts, especializada en el análisis de temas complejos en la intersección de nuestra comprensión emergente de biología y economía.

Referencias

Islam, Shafiqul, and Lawrence Susskind. 2012 (forthcoming). Water diplomacy: A negotiated approach to managing complex water networks. New York: Resources for the Future.

Nolon, Sean, Ona Ferguson, and Patrick Field. 2013 (forthcoming). Land in conflict: Managing and resolving land use disputes. Cambridge, MA: Lincoln Institute of Land Policy.

Plumb, David, Elizabeth Fierman, and Todd Schenk. Role-play simulations and managing climate change risks. Cambridge, MA: Consensus Building Institute. http://cbuilding.org/tools/bpcs/roleplay-simulations-and-managing-climate-change-risks

Susskind, Lawrence, Sarah McKearnan, and Jennifer Thomas-Larmer, eds. 1999. The consensus building handbook: A comprehensive guide to reaching agreement. Thousand Oaks, CA: Sage.

Estrategias ganadoras para la resiliencia climática

Helen Lochhead reflexiona sobre el concurso Reconstrucción por Diseño
Helen Lochhead, July 1, 2014

Como consecuencia del huracán Sandy, la mayor frecuencia de eventos climáticos extremos y el aumento del nivel del mar, la vulnerabilidad de las ciudades y pueblos costeros se ha convertido en una cuestión de urgencia. Pero los desastres pueden suponer también oportunidades de innovación. Después de Sandy, se ha comenzado a ensayar una serie nueva de iniciativas, herramientas, políticas, marcos de gobierno e incentivos, e incluso concursos como el de Reconstrucción por Diseño (Rebuild by Design o RBD) Este concurso, promovido por el Grupo de Trabajo de Reconstrucción después del Huracán Sandy y el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD) de los Estados Unidos, usa el diseño como herramienta clave para crear estrategias integradas para construir resiliencia, sostenibilidad y habitabilidad.

Después de que HUD anunció los ganadores en junio, Land Lines habló sobre RBD con Helen Lochhead, arquitecta y diseñadora urbana y paisajista, y fellow Lincoln/Loeb de 2014 en la Escuela de Posgrado de Diseño de la Universidad de Harvard y el Instituto Lincoln. Anteriormente fue Directora Ejecutiva de Desarrollo del Sitio en la Autoridad Costera del Puerto de Sídney. También es profesora adjunta en la Universidad de Sídney.

Land Lines: ¿En qué manera fue distinto el huracán Sandy de otras tormentas en los Estados Unidos?

Helen Lochhead: Sandy causó daños sin precedentes y puso en evidencia la vulnerabilidad de las ciudades y pueblos costeros a eventos climáticos extremos más frecuentes. Dados los costos económicos, que alcanzaron 65 mil millones de dólares, y el desmesurado número de víctimas humanas —más de 117 muertes y 200.000 personas desplazadas de sus hogares— quedó claro desde el principio del proceso de recuperación que reconstruir lo que existía antes no era una opción viable.

Todos los niveles de gobierno —federal, estatal y municipal— expresaron claramente el imperativo de aumentar la resiliencia de las áreas afectadas por Sandy en Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut. Para garantizar que la región triestatal tuviera un mejor desempeño la próxima vez, se reconoció que teníamos que construir en forma diferente. Como cada dólar gastado en mitigación y preparación puede ahorrar cuatro dólares más adelante en gastos de reconstrucción después de desastres, las entidades gubernamentales están ensayando una gama de iniciativas nuevas, como por ejemplo concursos para promover la resiliencia mediante planificación y diseños innovadores, tales como RBD.

Land Lines: ¿En qué se diferenció RBD de otros esfuerzos de recuperación y concursos de diseño?

Helen Lochhead: La concurso RBD identificó el diseño como herramienta clave para poder resistir eventos climáticos extremos, con la posibilidad de reorientar las preguntas y desarrollar nuevos paradigmas que desafíen el status quo. Los diseñadores son colaboradores, visualizadores y sintetizadores. RBD les dio la oportunidad de analizar los temas y construir escenarios de maneras nuevas y distintas.

El enfoque de RBD también fue regional. El huracán Sandy superó los límites políticos, así que el concurso se propuso abordar vulnerabilidades estructurales y medioambientales que la tormenta puso en evidencia en todas las áreas afectadas. También prometió reforzar nuestro conocimiento de las interdependencias regionales, fomentando la coordinación y resiliencia tanto a nivel local como nacional.

La estrategia de adquisición también fue distinta. El modelo estándar para los concursos federales de diseño es definir un problema existente, escribir un resumen y solicitar soluciones a los mejores expertos en el campo. Pero un problema de una escala y complejidad sin precedentes como Sandy no se puede definir fácilmente hasta que se haya comprendido en todas sus dimensiones. Esto toma tiempo. Este territorio virgen sugirió la necesidad de hacerse preguntas abiertas y de utilizar un enfoque interdisciplinario y multijurisdiccional.

Primero, una combinación única de socios de proyecto —el Grupo de Trabajo de Reconstrucción después del Huracán Sandy del Presidente Obama y HUD, en colaboración con el Instituto de Conocimiento Público (Institute for Public Knowledge o IPK), la Sociedad Municipal de Artes (Municipal Art Society o MAS), la Asociación de Planes Regionales (Regional Plan Association o RPA), y el Instituto Van Alen (Van Alen Institute o VAI), con el respaldo económico de la Fundación Rockefeller y otras fundaciones importantes— contrataron a un diverso grupo de talento. En vez de limitar el campo de acción, los socios de proyecto armaron equipos integrados por pensadores interdisciplinarios y colaborativos para abordar una amplia gama de ideas y enfoques, y crear estrategias más holísticas.

Segundo, el proceso del concurso propiamente dicho fue distinto. Su duración, de ocho meses en total, fue breve, claro y concentrado. El proceso involucró investigación y diseño para abordar los temas de interés y maximizar el alcance y la extensión de las ideas por medio de paradigmas abiertos de innovación. El proceso fue colaborativo, gobernado por la investigación y con un intercambio abierto de información, para poder refinar mejor la naturaleza y el alcance de los complejos desafíos regionales, y desarrollar soluciones de diseño comprehensivas.

Tercero, RBD reservó fondos de Subsidios Globales de Desarrollo Comunitario (Community Development Block Grants, CDBG-DR) de HUD —concretamente 920 millones de dólares— para ayudar a implementar los proyectos y propuestas ganadoras. Normalmente, los acreedores de las subvenciones tienen que desarrollar planes de acción sólo después de haber recibido estos fondos. Pero RBD cambió este procedimiento informalmente, promoviendo propuestas innovadoras antes de otorgar el dinero. De esa manera, los dólares federales se convirtieron en un catalizador de innovación, así como un mecanismo para facilitar la implementación. Se alentó también a los equipos a que consiguieran su propio financiamiento para el desarrollo adicional de diseños, impulsando una extensión de sus tareas y del alcance del proyecto.

Finalmente, RBD interactuó con comunidades, organizaciones sin fines de lucro, entidades gubernamentales y dirigentes locales, estatales y federales a todos los niveles para construir nuevas coaliciones de respaldo y capacidad en paralelo con cada propuesta de diseño.

Land Lines: ¿Cuán efectivo fue RBD como vehículo para impulsar la innovación y resiliencia en la región? ¿Y cuáles son las posibilidades y desafíos más importantes de este tipo de proceso liderado por diseño?

Helen Lochhead: No sabremos por un tiempo si RBD generará innovaciones que preparen y adapten mejor a la región al cambio climático, o si los proyectos se podrán implementar y aprovechar exitosamente para construir resiliencia en otras comunidades vulnerables. No obstante, es posible identificar dónde el concurso ha demostrado innovación y un impacto potencial más allá de los procesos normales.

La mera cantidad de participantes, la gama de disciplinas y las estructuras de equipos integrados facilitaron una multiplicidad de ideas y enfoques, y también estrategias más holísticas. De un total de 148 propuestas, RBD seleccionó 10 equipos de diseño multidisciplinarios para investigar y desarrollar una gama de propuestas. Estos finalistas incluyeron más de 200 expertos, principalmente en las disciplinas de planificación, diseño, ingeniería y ecología.

La fase de investigación multifacética, que comenzó en agosto de 2013, también diferenció el proceso del concurso desde el comienzo. Los equipos se sumergieron en investigaciones basadas en diseño, debates sobre temas específicos y excursiones de campo a áreas afectadas por Sandy, para comprender la enormidad del desafío. El Instituto de Conocimiento Público (IPK) se hizo cargo de esta etapa, como manera de abordar una amplia variedad de temas, recabar las opiniones de la comunidad local y realizar trabajo de campo. Las investigaciones del IPK identificaron vulnerabilidades y riesgos, para los que los equipos de diseño podían proponer alternativas mejores y más resilientes. Este marco de acción permitió que los equipos de proyecto no sólo identificaran, comprendieran y respondieran a los problemas centrales, sino que también definieran oportunidades y generaran posibles escenarios. El proceso también facilitó el intercambio de investigaciones e ideas entre los distintos equipos.

Los diseñadores realizaron amplios estudios de precedentes, examinaron buenas prácticas globales, y se reunieron con miembros de la comunidad para recabar su opinión sobre las soluciones más efectivas en el contexto local. Así identificaron tanto enfoques nuevos y emergentes de protección costera, financiamiento, políticas y planificación del uso del suelo, como modelos de comunicación que fueron prometedores en otros contextos y quizás se pudieran adaptar a las regiones afectadas por Sandy. Una de las claves de exploración fueron las herramientas visuales. Los equipos ensayaron escenarios usando herramientas de generación de mapas por SIG para compilar, sintetizar y comunicar datos complejos. Las visualizaciones tridimensionales ayudaron a ilustrar varias opciones y estimular a las partes interesadas.

No se puede subestimar el poder de las propuestas impulsadas por diseño como medio para traducir problemas intangibles en soluciones reales que las partes interesadas puedan comprender y discutir de manera significativa.

Land Lines: Usted mencionó que RBD construyó nuevas coaliciones de respaldo. ¿De qué manera fue distinto el alcance?

Helen Lochhead: Se seleccionaron diez ideas para el desarrollo de diseños en octubre, comenzando la etapa final del concurso. Los equipos trabajaron de cerca con MAS, RPA y VAI para transformar sus ideas de diseño en proyectos viables que inspiraran la cooperación de políticos, comunidades y entidades gubernamentales en toda la región, facilitando así la implementación y el financiamiento. Debido al enfoque regional de estos proyectos de gran alcance, el papel de los socios de proyecto fue clave para poder congregar las redes locales que frecuentemente tenían intereses distintos.

Fue esencial construir coaliciones para asegurar que el enfoque era no sólo integral sino también inclusivo. Más importante aún fue el respaldo de base para implementar y crear el impulso necesario para concretar los proyectos a largo plazo, ya que inevitablemente algunos serán ejecutados más adelante a medida que se disponga de fondos.

Land Lines: ¿Cuáles fueron algunos de los temas clave abordados por las propuestas?

Helen Lochhead: La lógica primordial de las propuestas es que, para poder obtener el mayor beneficio y valor, la inversión no tiene que confrontar solamente el riesgo de inundaciones o tormentas, sino también los efectos combinados de eventos climáticos extremos, la degradación medioambiental, la vulnerabilidad social y la susceptibilidad de las redes vitales. Al restaurar ecosistemas y crear oportunidades recreativas y económicas, los proyectos aumentarán la sostenibilidad y la resiliencia.

Las metodologías que predominaron fueron aquellos enfoques a múltiples niveles que incorporaron más infraestructura ecológica verde/azul, así como sistemas de infraestructura gris, junto con propuestas de modelos de gobernanza nuevos y más regionales, herramientas en línea, e iniciativas educativas que construyen capacidad dentro de las comunidades. Muchos proyectos demostraron soluciones localizadas que también tenían una aplicación más amplia. Todos los proyectos resaltaron las interdependencias, la coordinación y la inclusión.

Land Lines: ¿Cuáles son algunas de las innovaciones clave de los proyectos ganadores anunciados por el Secretario de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD), Shaun Donovan, el 2 de junio?

Helen Lochhead: El proyecto “Living Breakwaters” (“Rompeolas vivientes”) de SCAPE/Landscape Architecture podría tener aplicaciones de gran alcance si los arrecifes artificiales de ostras son exitosos. Si bien la propuesta enfrenta ciertos desafíos —se tiene que resolver todavía el permiso para operar dentro del agua y los impactos medioambientales potencialmente amplios— tiene la posibilidad de modelarse y ensayarse a una escala mucho más pequeña, siempre y cuando las comunidades locales estén de acuerdo y se cuente con expertos como la Escuela del Puerto de Nueva York para resolver los problemas de aprendizaje iniciales. De ser posible, tiene el beneficio adicional de contar con sistemas biológicos autosustentables que se reponen solos. La ingeniosidad de este esquema es el uso de un proyecto piloto para reemplazar la política y el marco regulador existente con un replanteamiento radical de las posibilidades. Las normas reguladoras imponen frecuentemente una barrera significativa a la innovación, de manera que un ensayo de pequeña escala es una inversión de bajo riesgo. Si no funciona, los efectos son mínimos; si tiene éxito, habrá superado barreras políticas importantes, abriendo el camino a nuevas metodologías de protección más ecológicas contra tormentas.

La propuesta “New Meadowlands: Productive + Regional Park” (“Ciudad productiva y parque regional de Nuevas praderas”) de MIT CAU + ZUS + URBANISTEN, para el área de Meadowlands en Nueva Jersey, es otro enfoque igualmente innovador de implementación. Es un ejemplo llamativo de infraestructura verde compuesto de bermas gruesas, multifuncionales y apaisajadas a lo largo de la costa que actúan como barrera contra inundaciones, pero también permiten la ocupación. La propuesta incluye un parque regional productivo, con bermas y humedales rodeando el curso de agua que protegen las propiedades e infraestructuras vitales de las inundaciones, reconstruye la biodiversidad y hospeda programas recreativos y sociales, así como también una combinación de emprendimientos que aprovechan la nueva zona de parques.

El proyecto también abre una oportunidad atractiva para utilizar un modelo de gobierno regional para ayudar a implementar la visión. La Comisión de Meadowlands de Nueva Jersey —que gobierna la zonificación del uso del suelo en 14 municipalidades— es un caso de estudio en colaboración intermunicipal, con poderes latentes que le permiten organizar esfuerzos de coalición sobre esta área regional. Con un poco de rediseño, podría convertirse potencialmente en una entidad ecológica y de desarrollo económico. Hay muchos impedimentos reguladores incorporados en esta propuesta, y un organismo de gobierno poderoso como éste podría potencialmente simplificarlos. La escala regional de muchas de estas propuestas hace que se crucen los límites jurisdiccionales, lo cual complica la implementación. Al identificar el potencial no aprovechado de este marco de gobierno existente, este equipo ha tomado pasos para ir superando esta importante barrera.

El proyecto “BIG U” del equipo BIG es una barrera compartimentada y multipropósito diseñada para proteger distritos vulnerables en la parte baja de Manhattan contra inundaciones y marejadas ciclónicas. El equipo se concentró en la parte oriental inferior de la isla. El proyecto integra espacios verdes y programas sociales y, a largo plazo, propone soluciones muy necesarias de transporte público. Si bien se propone resolver la falta de espacios abiertos recreativos en el barrio, no aborda adecuadamente ciertas necesidades sistémicas, como la escasez y la calidad de viviendas de interés social, el acceso a servicios y el aburguesamiento potencial que este proyecto podría acelerar.

En el condado de Nassau, Long Island, el proyecto “Living with the Bay” (“Viviendo con la bahía”) del equipo de Interboro se propone incrementar la calidad de la vida cotidiana en la región en épocas normales y al mismo tiempo abordar el riesgo de inundación. Tomadas en conjunto, estas iniciativas presentan una colección de propuestas de relativamente poco riesgo que se pueden implementar ya mismo, y que siembran las semillas de un futuro más estratégico y resiliente. En el largo plazo, se podrían realizar otras mejoras, como viviendas con mayor densidad cerca del transporte público y un nuevo fideicomiso de suelo comunitario.

La propuesta “Hunts Point Lifelines” (“Hunts Point cuerdas salvavidas”) de PennDesign/OLIN para el barrio de Bronx se enfoca en la resiliencia social y económica. Si bien el equipo tuvo en cuenta las vulnerabilidades medioambientales, su preocupación principal era el papel crítico que el Mercado de alimentos de Hunts Point juega en la comunidad local y la cadena de alimentos regional. El equipo trabajó con la comunidad y los dueños de propiedades industriales para desarrollar diseños específicos para el sitio, con protección integrada contra tormentas e infraestructura verde que ofrece un espacio social de alta calidad con componentes que se pueden fabricar localmente y construir en forma cooperativa. El proyecto demostró el potencial de la protección y ecología híbrida de los puertos que se encuentran a lo largo del estuario.

La estrategia integral para Hoboken de OMA —“Resist, Delay, Store, Discharge” (“Resistir, demorar, almacenar, descargar”)— representa un catálogo de intervenciones que incorpora una extensa infraestructura verde/azul y también una barrera de protección para la infraestructura crítica de transporte. Si bien tiene mucha similitud con el proyecto Comunidades Sostenibles de Hoboken, su punto fuerte es la metodología integral, lograda por medio de una serie de iniciativas clave que contaron con la participación de más de 40 partes interesadas en Hoboken y Jersey City, que serán esenciales para su implementación.

Land Lines: ¿Cuáles fueron los mejores aspectos de los proyectos que no ganaron?

Helen Lochhead: Los marcos de intercambio abierto de información crearon un proceso de información pública en línea, para que los equipos pudieran alcanzar a una variedad mucho más extensa de usuarios que aquellos que asisten tradicionalmente a las reuniones comunitarias. Por ejemplo, el proyecto “CrowdGauge for Rebuild” (“Calibrar para reconstruir”) de Sasaki pidió primero a los usuarios de Asbury Park, Nueva Jersey, que clasificaran una serie de prioridades. Después demostró cómo una serie de acciones y políticas podrían afectar dichas prioridades. Finalmente, entregó a los usuarios una cantidad limitada de monedas y les pidió que las “gastasen” en las acciones que más les interesaran.

Varios equipos demostraron un método de “juego de componentes”, utilizando iniciativas de desarrollo económico, juegos de herramientas de uso, y proyectos de mejora urbana en varias combinaciones, para alcanzar metas de resiliencia. La propuesta de HR&A Cooper Robertson para Red Hook, Brooklyn, es un ejemplo de este método. Con todos los componentes en su lugar, se podría utilizar una serie de estas estrategias a mayor escala y crear transformaciones y beneficios sistémicos. Dichos enfoques granulares facilitan la implementación por fases y, con el debido financiamiento, se pueden ejecutar inmediatamente y tener un impacto a distintas escalas.

El proyecto “Resilience + the Beach” (“Resiliencia + la playa”) de Sasaki/Rutgers/Arup se enfocó más tierra adentro de la costa de Nueva Jersey, en los terrenos más altos y secos, redefiniendo la zona costera como el ecosistema de seis millas de ancho entre la playa y los pinares de Nueva Jersey. Al revelar los atributos escénicos y el potencial recreativo de los cursos de agua y bosques interiores, esta estrategia fomenta el desarrollo para migrar del borde de las islas de barrera a áreas más estables tierra adentro, con el objeto de crear una economía turística más estratificada. El sitio de este proyecto es Asbury Park, pero este enfoque se puede aplicar a nivel regional, capitalizando los atributos geográficos de la costa de Nueva Jersey —los pinares, las bahías internas y las islas de barrera— para crear nuevas atracciones. La estrategia incluye una serie de medidas de infraestructura nueva verde/azul, espacios abiertos y emprendimientos, y un juego de herramientas comunitarias para educar a los propietarios sobre los riesgos locales y las opciones de resiliencia.

Otro prototipo de ciudades costeras regionales, “Resilient Bridgeport” (“Bridgeport resiliente”) de WB, es un marco de resiliencia y propuestas de diseño específicas para la región de Long Island Sound. Una serie de estrategias de diseño y principios de planificación costera, urbana y ribereña integrados proporcionan múltiples líneas de defensa para proteger Bridgeport contra inundaciones y marejadas ciclónicas, estimulando al mismo tiempo la restauración medioambiental, el desarrollo económico y la revitalización barrial, enfocándose en viviendas de interés social.

Land Lines: En suma, ¿cuáles han sido hasta ahora los éxitos más importantes del concurso?

Helen Lochhead: La urgencia del problema y el ritmo acelerado del concurso generó un nivel de intensidad, impulso y energía que dio resultados en muy poco tiempo. Muchas de las soluciones de diseño se caracterizaron por ideas ricas y cuantificadas, análisis profundos para resolver problemas y metodologías ingeniosas. El enfoque no se limitó a la recuperación y reducción de riesgo, como mitigación de inundaciones y tormentas, sino que se extendió también a la resiliencia y sostenibilidad a largo plazo. Todas las propuestas crean múltiples beneficios a nivel social, económico y medioambiental —mejoras relativas a instalaciones, ecología, educación, construcción de capacidad, ahorro de largo plazo, y salud y bienestar comunitarios— y por lo tanto tienden a ser soluciones más holísticas y de superior desempeño.

El impacto a la fecha ha sido catalizador. Como mínimo, RBD ha generado el impulso y proporcionó beneficios importantes a la región al haber iniciado una conversación sobre la resiliencia por diseño. Por supuesto, la medida real del éxito estriba en la implementación, pero hace falta un proceso robusto e innovador para provocar cambios culturales en la práctica. RBD ha dado el ejemplo.

Land Lines: ¿Cuáles serán los desafíos más importantes de implementación?

Helen Lochhead: Encontrar el justo medio entre lo visionario y lo pragmático.

El incentivo para los ganadores fue la posibilidad de implementar estos proyectos con subsidios de recuperación de desastres de HUD y otras fuentes de financiamiento públicas y privadas. Por eso, una parte clave de la fase final fue una estrategia de implementación para demostrar factibilidad, el respaldo de los beneficiarios locales de subsidios, la ejecución por fases y entregas de corto plazo que se puedan financiar con los subsidios CDBG-DR de HUD, así como con fuentes de financiamiento para etapas posteriores.

La verdadera oportunidad para HUD ahora es utilizar este proceso y sus proyectos ejemplares para beneficiar otras regiones que corren riesgo a escala nacional.

Managing Risk and Uncertainty

Collaborative Approaches for Climate Change
Elizabeth Fierman, Patrick Field, and Stephen Aldrich, July 1, 2012

Climate change is presenting a variety of risks, uncertainties, and difficult choices that communities must learn to address: How should future risk and uncertainty be dealt with in today’s land use decision-making processes? How can stakeholders be involved in decision making in a way that helps to both clarify trade-offs and build consensus on the best ways forward?

Through the joint venture partnership between the Consensus Building Institute (CBI) and the Lincoln Institute of Land Policy, we are helping to answer these questions by drawing on CBI’s own conflict resolution theory and practice, as well as the expertise of other partners on topics such as risk management and scenario planning. We have developed a series of workshops on collaborative approaches to managing risk and uncertainty in decision making. In this article, we reflect on these experiences and the lessons on climate change adaptation to be drawn from them.

As a neutral organization helping to resolve land use disputes of all kinds, CBI has distilled discrete lessons and best practices for planners and others in a position to manage land use disputes (Nolon, Ferguson, and Field 2013). Increasingly though, climate change and its related risks, uncertainties, and complexities are seen as an important part of the broader land use conflict “story.” For example, disputes around locating a facility near a shoreline raise questions about the impact of the facility on the surrounding area and environment, as well as concerns about the likelihood that sea level rise could make the site itself untenable years from now.

Stakeholders inevitably have different perceptions of how certain, imminent, and preventable climate change is, and what risks it will present. Moreover, problems involving climate change are incredibly complex. Understanding the impacts of climate change on the Colorado River, for example, involves thinking through a web of hydrological, legal, social, economic, historical, and other considerations.

In short, confronting climate change involves reconciling different perceptions of risk, moving forward despite a high degree of uncertainty, and finding ways to leave room for adapting and changing course within a complex environment. Our series of workshops has focused on bringing these threads together through the lens of joint fact finding, joint risk management, and collaborative decision making.

Risk Management Workshops

With support from the Lincoln Institute in 2009, CBI developed its first two-day workshop on climate change adaptation, which aimed to bring together expertise in risk management, scenario planning, and consensus building. Our goal was to share best practices in these areas to help land use decision makers consider different ways to approach climate as a key element of uncertainty in planning. CBI’s training partners were Paul Kirshen, a risk management expert, and Stephen Aldrich, president of Bio Economic Research Associates (bio-era), an independent research and consultancy firm, and a longtime scenario planning practitioner.

Together we developed a curriculum that included presentations on each area of expertise, along with an interactive exercise based on the real threats that sea level rise is expected to pose to East Boston, Massachusetts. The course was revised and offered again in 2010 and 2011. In parallel, we developed an online version of the course that is now available on the Lincoln Institute website (see inside back cover).

The main premise of this set of workshops is that climate change should be seen through a risk management lens, and should be dealt with through a process that is inclusive of the broadest possible range of stakeholder attitudes toward the probability of any particular climate change outcome or impact. If stakeholders feel their views and beliefs are treated as legitimate within the process, they are much more likely to participate and to buy into the outcomes.

In addition, scenario planning can help stakeholders approach potential climate change impacts by testing alternative actions against different possible futures to identify actions that best represent a “no regrets” decision. Implicit in this approach is the understanding that it is as foolish to ignore the possible impacts of climate change as it is to spend funds extravagantly to prepare for threats that may not emerge in the future. In this way, scenario planning truly recognizes uncertainty.

CBI began working with the Sonoran Institute in Phoenix, Arizona, in 2011 to bring the workshop to the western United States, with a particular focus on collaborative scenario planning. With Jim Holway, director of the Sonoran Institute’s Western Lands and Communities Program (another Lincoln Institute joint venture partner), and Stephen Aldrich we developed a one-and-a-half day workshop, held in Phoenix in March 2012. It focused on scenario planning methods as a way to move diverse, competing interests forward despite uncertainty, disagreement, and even political polarization, on topics such as climate change, water resource planning, and growth management.

The scenario planning method outlined by Aldrich involves convening a multi-stakeholder group to generate jointly a set of plausible scenarios for the future of a place or problem over a given time horizon. Policy options are measured against the scenarios using a set of criteria that are also generated jointly. Two key distinguishing features of this approach are the involvement of stakeholders throughout the process and the assumption that all of the scenarios should be regarded as equally probable.

This approach to scenario planning is not simply an analysis of alternatives, but an effort to imagine different futures based on what is known today, what is most uncertain, and what are considered the most important drivers of change in the system being considered. The next step is to consider how multiple policy options and other actions fare across those different futures when measured against key criteria such as cost, efficacy, and adaptability.

Throughout the Phoenix workshop we reinforced these concepts and the process steps using an interactive exercise based on the real threats that climate change is expected to pose for water in the southwestern United States. The exercise, called “Planning in Robert County,” presented a fictional Sun Corridor county facing pressure to increase development even as the water supply was projected to decrease due to climate change. The participants used this case study to identify the most important factors for the county, and then translate them into elements of future scenarios by categorizing them as “pre-determined elements,” “major uncertainties,” or “driving forces.”

In the final exercise, participants were given roles that represented common stakeholder groups and interests (e.g., Robert County Board of Commissioners, Robert County Agricultural Association, or Andres River Environmental Organization). They also received a scenarios framework based on two major uncertainties: Would Robert County return to rapid economic growth; and would decreases in water supply due to climate change predicted in the fictional “NRL Climate Change Report” prove correct (figure 1)? The participants had to evaluate a set of water policies using this scenarios framework, while also taking into account the interests and perceptions provided in the role descriptions assigned to them.

The participants, who came from state and local agencies, academia, and the private and NGO sectors, reported that the workshop was extremely helpful for understanding both how collaborative scenario planning works and how it could be useful in their professional contexts. Engaging in a step-by-step simulation of a scenario planning process helped them gain a clearer understanding of what such a process is like, and the benefits and challenges of working with multiple stakeholders.

Many participants were asked to play a role that had very different interests and perceptions of climate change from their own personal or professional situation. This experience provided an opportunity to learn about how other stakeholders might view this type of problem. Several participants asked for more information about the consensus building aspect of process, such as convening the process at the start and conducting an assessment to understand which stakeholders to involve and what issues to address. Many participants agreed that collaborative scenario planning was potentially useful as a dispute resolution tool.

Lessons Learned

The progression and ongoing development of these workshops has helped us distill several lessons on teaching and utilizing collaborative tools for addressing risk, uncertainty, and complexity in decision making.

Clarify Terminology at the Outset

Terms such as consensus building and scenario planning mean different things to different people. Some interpret consensus building as compromise. We often hear from stakeholders concerned that if they participate in a consensus building process they may be forced to give in on their most important interests. When CBI talks about consensus building approaches, however, we mean efforts that aim to meet stakeholders’ key interests in a way that results in an agreement that maximizes joint gains (Susskind, McKearnan, and Thomas-Larmer 1999).

For some people scenario planning suggests a way of working toward a preferred or “official” future, while for others it is a method for forecasting. By contrast, Aldrich’s methodology emphasizes the formulation of a portfolio of plausible futures that are taken to be equally probable, and then tests proposed policy actions and/or strategies within each scenario to uncover which one would perform well across most or all of the scenarios, and thus could be considered the most robust.

Aldrich emphasizes that this method is best utilized for “wicked” problems, which are characterized by high degrees of both uncertainty and complexity. Likewise, he distinguishes expert scenario planning processes from multi-stakeholder approaches. We argue that involving a diverse set of stakeholders throughout the scenario planning process helps ensure that local knowledge is tapped, that diverse points of view are represented, and ultimately that decisions taken will be seen as more legitimate and thus more easily implemented.

Allow Time to Build Comfort with Complexity

Most people don’t spend their days thinking about highly complex and uncertain problems in terms of multiple possible futures. Rather, we are more comfortable with linearity, and with rational decisions based on facts and our own perceptions and preferences. By their nature, though, methods to tackle the complex issue of climate change require a different way of thinking and a certain comfort with the unknown. Thinking about equally plausible futures is new for many people, whether they are participants in a workshop or in a real scenario planning process.

This dynamic was evident at our workshop in Phoenix, for example, when participants in the Robert County exercise were asked to think about how specific water policies–such as transferring existing water rights and increasing water prices–performed in a scenario that was essentially status quo versus a scenario in which water supplies were significantly decreased while economic growth continued apace.

Participants found it difficult to apply one policy across different futures, and to separate their own policy analysis from the interests and priorities of the role they were asked to play. The person whose role required vehement opposition to the idea of paying more for water, for instance, had a hard time recognizing that this policy might work very well in a scenario of scarce water and high growth. This difficulty of separating interests and perceptions from “objective” scenarios translates into real life as well.

To help manage this dynamic, it is important to name the mental shift that is required to handle complexity and uncertainty, recognize that it is not an easy one to make, and give people plenty of time to get used to it. For the purposes of the workshop we found it helpful to regard the exercise of helping the participants measure one policy against four plausible futures as a legitimate and important goal in itself. In the context of real scenario planning, practitioners might find it worthwhile to help stakeholders build their capacity for working with scenarios early in the process.

Leave Time for “Interactive Doing”

Making any workshop interactive is usually helpful, both pedagogically and to keep the audience engaged. Interactivity is especially important for teaching heavily conceptual approaches to handling risk, uncertainty, and complexity. Many people work better when concepts and theory can be tied directly to a relevant reality. Giving people a concrete example or exercise that is familiar, but does not directly reflect their real-life situation, can help bring concepts “down to earth” while leaving room for the participants to experiment with new ideas and points of view (Plumb, Fierman, and Schenk 2011).

Another reason for “interactive doing,” as we came to call it in Phoenix, is to help people see both the challenges and the value of going through a process such as collaborative scenario planning. For example, it may be clear in principle that using major uncertainties to structure future scenarios makes sense, but when it is time to select those uncertainties, this decision making becomes harder than it sounds.

When we asked participants to identify the major uncertainties for Robert County, a strong debate unfolded: Should climate change be treated as a major uncertainty, or is it a predetermined element? Is economic growth a driving force, or is it a major uncertainty? Participants commented afterward that they were surprised at the debate, but found it immensely valuable to see how a group of people could draw such different conclusions based on the same three-page fact pattern.

Building in time to practice the concepts, then, is critical to reinforce ideas, link them to real problems and issues, and illustrate the value of voicing different interests and perceptions. In the context of workshops, we recommend fictionalized but realistic interactive exercises such as Planning in Robert County, which can provide relevant information, reinforce concepts, and encourage participants to take on perspectives to which they may be unaccustomed.

Utilize Consensus Building in Cases of Risk, Uncertainty, and Complexity

The common thread throughout our experience in developing and revising these workshops is the notion that consensus building techniques have an important place in climate change adaptation, and in other decision-making processes that confront risk, uncertainty, and complexity. Engaging representatives of affected stakeholder groups in a meaningful way helps ensure that a range of perspectives and interests are expressed, that local knowledge is utilized, and that the process leads to a robust way forward that is widely viewed as legitimate and credible. Moreover, stakeholder groups can be involved in implementing policies if that is appropriate, especially if a collaborative adaptive management approach is pursued (Islam and Susskind 2012).

Particular consensus building tools and techniques used in collaborative scenario planning and other processes include assessment and process management. At the beginning of a process, an assessment can be done to identify stakeholders and issues to discuss, take account of stakeholders’ capacity to work with scenarios, and design a process for moving forward based on the findings.

Assessments are often done by a neutral party, who begins by conducting confidential interviews with a broad range of stakeholders. The interviews are summarized in an assessment report that synthesizes the main points of view and issues that were voiced, without attributing any particular statement to any particular stakeholder. Stakeholders should be given the opportunity to ensure that their perspective was captured accurately. On the basis of the assessment findings, the facilitator and the convener can decide whether to move forward with a multi-stakeholder process, and if so how the process should unfold.

A facilitator or team of facilitators can also be used to manage the collaborative process, if it is decided that one should move forward. Neutral process managers can help keep the conversation productive and collaborative, and can help the group reach agreement at key points, such as when selecting scenario elements and criteria to assess policy options.

For example, CBI, with support from the Lincoln Institute, recently facilitated a sea level rise summit designed to boost urban coastal resilience in New York City. The facilitators were able to bring together representatives of state and local agencies, advocacy groups, and other stakeholders whose discussions had stalled, and then to enable a conversation that produced concrete next steps for building coastal resilience and a commitment to continue working together. Facilitators can also help groups think through implementation of any policies or agreements that result from the process, including collaborative adaptive management efforts.

Conclusion

In order to make decisions today that relate to the impacts of climate change in the future, CBI’s recent work has reinforced the notion that it is necessary to build capacity for managing risk, uncertainty, and complexity in a way that remains closely connected to the real problems and issues that communities face. Moreover, it is important to engage in decision-making processes that accommodate these challenges, rather than try to make decisions in spite of them, by using methods such as scenario planning and adaptive management. In many situations, however, it is not enough for experts to use these tools without consulting other stakeholders. Often the most robust decisions are those informed by the stakeholders who will be affected by climate change and by the decisions made to try to manage it.

About the Authors

Elizabeth Fierman is an associate at the Consensus Building Institute in Cambridge, Massachusetts, where she works on facilitations and mediations, develops and delivers trainings, and conducts research.

Patrick Field is managing director at the Consensus Building Institute, associate director of the MIT-Harvard Public Disputes Program, and senior fellow at the University of Montana Center Natural Resources and Policy.

Steve Aldrich is the founder of Bio Economic Research Associates LLC (bio-eraTM), an independent research and consulting firm based in Cambridge, Massachusetts, specializing in complex issue analysis at the intersection of our emerging knowledge of biology and the economy.

References

Islam, Shafiqul, and Lawrence Susskind. 2012 (forthcoming). Water diplomacy: A negotiated approach to managing complex water networks. New York: Resources for the Future.

Nolon, Sean, Ona Ferguson, and Patrick Field. 2013 (forthcoming). Land in conflict: Managing and resolving land use disputes. Cambridge, MA: Lincoln Institute of Land Policy.

Plumb, David, Elizabeth Fierman, and Todd Schenk. Role-play simulations and managing climate change risks. Cambridge, MA: Consensus Building Institute. http://cbuilding.org/tools/bpcs/roleplay-simulations-and-managing-climate-change-risks

Susskind, Lawrence, Sarah McKearnan, and Jennifer Thomas-Larmer, eds. 1999. The consensus building handbook: A comprehensive guide to reaching agreement. Thousand Oaks, CA: Sage.

Winning Strategies for Climate Resilience

Helen Lochhead Considers Rebuild by Design
July 1, 2014

In the wake of Hurricane Sandy, with more frequent extreme weather events and rising sea levels, the vulnerability of coastal cities and towns has become a matter of urgency. But out of disasters can come opportunities for innovation. Post-Sandy, a range of new initiatives, tools, policies, governance frameworks, and incentives are being tested, including competitions such as Rebuild by Design (RBD). Spearheaded by the Hurricane Sandy Rebuilding Task Force and the U.S. Department of Housing and Urban Development (HUD), the contest used design as a key tool for creating integrated strategies to build resilience, sustainability, and livability.

After HUD announced the winners in June, Land Lines discussed RBD with Helen Lochhead, an architect, urban and landscape designer, and 2014 Lincoln/Loeb Fellow at the Graduate School of Design at Harvard University and the Lincoln Institute. Previously, she was the Executive Director of Place Development at Sydney Harbour Foreshore Authority. She is also an adjunct professor at the University of Sydney.

Land Lines: How did Hurricane Sandy differ from other storms in the United States?

Helen Lochhead: Sandy caused unprecedented damage and underscored the vulnerability of coastal cities and towns to more frequent extreme weather events. Given the financial costs, topping $65 billion, and the excessive human toll, with 117 people dead and more than 200,000 displaced from their homes, it was clear from the outset of the recovery process that rebuilding what existed before was not a viable option.

All levels of government—federal, state, and city—clearly articulated the imperative to build greater resilience in the Sandy-affected areas of New York, New Jersey, and Connecticut. To ensure the tri-state region fares better next time around, it was acknowledged that we had to build differently. Because every $1 spent on mitigation and preparation can save $4 down the road on post-disaster rebuilding, government agencies are testing a range of new initiatives, including competitions that promote resilience through innovative planning and design, such as Rebuild by Design.

Land Lines: How did Rebuild by Design differ from other recovery efforts and design competitions?

Helen Lochhead: The RBD competition acknowledged design as a key tool for dealing with extreme weather events, with potential to reframe questions and develop new paradigms that challenge the status quo. Designers are collaborators, visualizers, and synthesizers. RBD provided them the opportunity to unpack issues and put together scenarios in new and different ways.

RBD’s approach was also regional. Hurricane Sandy defied political boundaries, so the competition aimed to address structural and environmental vulnerabilities that the storm exposed across all affected areas. It also promised to strengthen our understanding of regional interdependencies, fostering coordination and resilience both at the local level and across the United States.

The procurement strategy was different as well. The standard model for federal design competitions is to define an existing problem, develop a brief, and solicit solutions from the best experts in the field. But a problem of such unprecedented scale and complexity as Sandy cannot easily be defined until it’s understood in all its dimensions. This takes time. Such unchartered territory suggested the need for an open-ended question and an interdisciplinary, cross-jurisdictional approach.

First, a diverse pool of talent was engaged by a unique consortium of project partners—President Obama’s Hurricane Sandy Rebuilding Task Force and HUD in collaboration with New York University’s Institute for Public Knowledge (IPK), the Municipal Art Society (MAS), Regional Plan Association (RPA), and the Van Alen Institute (VAI), with financial support from the Rockefeller Foundation and other major foundations. Rather than limiting the field, the project partners sought integrated teams of interdisciplinary, collaborative thinkers, to facilitate a broad range of ideas and approaches as well as more holistic strategies.

Second, the competition process itself was different. Eight months total, it was short, sharp, and focused. The process involved research and design to interrogate the issues and maximize the breadth and range of ideas through open innovation paradigms. The process was research-led, open-source, and collaborative, to better refine the nature and scope of the complex regional challenges and develop comprehensive design solutions.

Third, RBD set aside HUD Community Development Block Grants (CDBG-DR) funding—$920 million specifically—to help implement winning projects and proposals. Typically, grantees are required to develop action plans only after receiving these funds. But RBD informally changed this procedure by fostering innovative proposals before awarding money. Thus, federal dollars became a catalyst for innovation as well as a mechanism to facilitate implementation. Teams were encouraged to secure their own funding for additional design development as well, fueling the extension of their outreach and their project’s scope.

Finally, RBD interacted with communities, not-for-profits, government agencies, and local, state, and federal leaders at every stage to build new coalitions of support and capacity in tandem with each design proposal.

Land Lines: How effective was Rebuild by Design as a vehicle for driving innovation and delivering resilience across the region? And what are the key possibilities and challenges of such a design-led process?

Helen Lochhead: We will not know for some time if RBD will ultimately deliver innovations that better prepare and adapt the region to a changing climate or whether the projects can be successfully implemented and leveraged to build resilience in other vulnerable communities. However, it is possible to identify where the competition has demonstrated innovation and potential impact over and above more standard processes.

The sheer number of participants, range of disciplines, and integrated team structures facilitated a multiplicity of ideas and approaches but also more holistic strategies. From a field of 148 submissions, RBD selected 10 multidisciplinary design teams to research and develop a range of proposals. These finalists included more than 200 experts primarily from planning, design, engineering, and ecology.

The multifaceted research phase, which began in August 2013, also differentiated the competition process from the start. Teams immersed themselves in design-based research, targeted discussions, and field trips to Sandy-affected areas to help understand the enormity of the challenge. The Institute for Public Knowledge led this stage as a way to address a broad range of issues and involve local community input and fieldwork. The IPK research identified vulnerabilities and risk, for which the design teams could then propose better, more resilient alternatives. This framework enabled the project teams not only to identify, understand, and respond to core problems, but to define opportunities and create scenarios. The process also facilitated the sharing of research and ideas across teams.

The designers undertook extensive precedent studies, examined global best practice, and met with community members to elicit input on what might be most effective in local contexts. They identified new and emerging approaches to coastal protection, finance, policy, and land-use planning, as well as communication models that demonstrated promise in other contexts and could be adapted in the Sandy-affected region. Visual tools were key to the exploration. Teams tested scenarios using GIS mapping tools to collate, synthesize, and communicate complex data. Three-dimensional visualizations helped to convey various options and engage stakeholders.

The power of design-led propositions cannot be underestimated as a means to translate intangible problems into tangible solutions that stakeholders can relate to and discuss in meaningful ways.

Land Lines: You mentioned that RBD built new coalitions of support. How was the outreach different?

Helen Lochhead: Ten ideas were selected for design development in October, commencing the final stage of the competition. Teams worked closely with MAS, RPA, and VAI to transform their design ideas into viable projects that would inspire cooperation from politicians, communities, and agencies across the region and thus facilitate implementation and funding. Because of the regional approach of these far-reaching projects, the role of the partner organizations was pivotal here in bringing together local networks of often vastly different interests.

Coalition building was essential to ensuring that the approach was inclusive as well as comprehensive. Even more important was the grassroots support for implementation, to create the necessary momentum to deliver projects in the long run, as inevitably some will roll out over time as funds become available.

Land Lines: What were some key themes in the proposals?

Helen Lochhead: The overarching logic in the proposals is that the greatest benefit and value is created when investment addresses not just flood or storm risk, but also the combined effects of extreme weather events, environmental degradation, social vulnerability, and vital network susceptibility. By restoring ecosystems and creating recreational and economic opportunities, the projects will enhance sustainability and resilience.

What prevailed were layered approaches that incorporate more ecological green/blue infrastructure as well as gray infrastructure systems, along with proposals for new, more regionally based governance models, online tools, and educational initiatives that build capacity within communities. Many demonstrated place-based solutions that also had wider application. All highlighted interdependencies, fostering coordination and inclusion.

Land Lines: Among the winning projects, announced by HUD Secretary Shaun Donovan on June 2, what are some of the key innovations?

Helen Lochhead: SCAPE/Landscape Architecture’s “Living Breakwaters” could have far-reaching application if the engineered protective oyster reefs are successful. Although the proposal faces some challenges—in-water permitting and potential broader environmental impacts that need to be worked through—it has the potential to be piloted and tested on a much smaller scale, with the buy-in of local communities and champions such as the New York Harbor School, to iron out teething problems early on. If feasible, it has the added benefit of self-sustaining biological systems that keep replenishing themselves. The ingenuity of this scheme is the use of a pilot project to challenge the policy and regulatory framework with a radical rethink of the possibilities. Regulatory hurdles are often a significant barrier to innovation, so a small-scale trial is a low-risk investment. If it fails, there is little downside; if it succeeds, it will have circumvented major policy hurdles, paving the way for other new approaches to more ecologically based storm protection.

MIT CAU + ZUS + URBANISTEN’s “New Meadowlands: Productive City + Regional Park” proposal for the New Jersey Meadowlands affords another equally innovative approach to implementation. It’s a striking example of green infrastructure in the form of thick, multifunctional, landscaped berms along the water’s edge that act as a flood barrier but also allow occupation. The proposal features a productive regional park, with berms and wetlands ringing the waterway, that buffers vital property and infrastructure from floods, rebuilds biodiversity, and hosts recreational and social programs as well as a mix of development to take advantage of the new parklands.

The project also proposes a compelling opportunity for a regionally based governance model to help implement the vision. The New Jersey Meadowlands Commission—with existing land use zoning in 14 municipalities—is a case study in intermunicipal collaboration with latent powers that position it well for a coalition-building effort over this regional landscape. With some re-engineering, it could potentially become an ecological and economic development agency. There are many regulatory hurdles embedded in this proposal that a strong governance body such as this one could potentially streamline. The regional scale of many of the proposals means that they cross jurisdictional boundaries, which complicates implementation. By identifying the untapped potential of this existing governance framework, this team has shifted a major roadblock.

The BIG Team’s “BIG U” is a compartmentalized, multipurpose barrier designed to protect vulnerable precincts in lower Manhattan from floods and storm surge. The team focused on the Lower East Side. The project integrates green space and social programs and, in the longer term, proposes much-needed transit. While it aims to redress the lack of recreational open space in the neighborhood, it inadequately addresses systemic shortcomings, such as the shortage and quality of low-income housing in the area, access to services, and the potential gentrification this project could accelerate.

In Nassau County, Long Island, the Interboro Team’s “Living with the Bay” sought to enhance the region’s quality of everyday life in nonemergency times while addressing flood risk. Taken as a whole, the initiatives present a collection of relatively low-risk propositions that can be readily implemented and that sow seeds for a more strategic and resilient future. Over the long term, improvements would include denser housing close to mass transit and a new community land trust.

PennDesign/OLIN’s “Hunts Point Lifelines” proposal for the Bronx focused on social and economic resilience. While the team considered environmental vulnerabilities, its chief concern was the critical role that the Hunts Point Food Market plays in the local community and the regional food chain. The team worked with the community and industrial property owners to develop site-specific designs for integrated storm protection as well as green infrastructure that offers high-quality social space using components that can be manufactured locally and built cooperatively. The project demonstrated the potential of hybrid port protection and ecology throughout the estuary.

OMA’s comprehensive strategy for Hoboken—“Resist, Delay, Store, Discharge”—represents a catalogue of interventions that incorporates extensive green/blue infrastructure as well as a protective barrier for critical transport infrastructure. While it shares many similarities with the Hoboken Sustainable Communities project, its strength is the comprehensive approach achieved through a series of key initiatives that brought Hoboken and Jersey City to the table with more than 40 stakeholders who will be essential to implementation.

Land Lines: What were the most winning aspects of projects that didn’t win?

Helen Lochhead: Open-source frameworks enabled online engagement that informed both the process and the public, so teams could tap into a much broader range of users than just those who traditionally attend community meetings. For example, Sasaki’s “CrowdGauge for Rebuild” first asked users in Asbury Park, New Jersey, to rank a set of priorities. Then it demonstrated how a series of actions and policies might affect those priorities. Finally, it gave users a limited number of coins, asking them to put that money toward the actions they supported most.

Various teams demonstrated a kit-of-parts approach, drawing on economic development initiatives, how-to toolkits, and urban improvement projects in various combinations to achieve resiliency objectives. HR&A Cooper Robertson’s proposal for Red Hook, Brooklyn, is an example of this method. With all the layers in place, a number of these strategies could be scaled up and result in systemic transformation and benefits. Such granular approaches facilitate phased implementation and with funding are immediately actionable, impactful, and scalable.

Sasaki/Rutgers/Arup’s “Resilience + the Beach” shifted the focus inland from the Jersey Shore to higher, drier headlands, by redefining the coastal zone as the six-mile deep ecosystem between the beach and the New Jersey Pine Barrens. By revealing the scenic attributes and recreational potential of the hinterland’s waterways and forests, the strategy encourages development to migrate from the barrier island edge to stable inland areas to grow a more layered tourism economy. The site for this project is Asbury Park, but the approach has broader regional application by capitalizing on the geographical attributes characteristic of the New Jersey coast—the Pine Barrens, inland bays, and barrier islands—to create new attractions. The strategy includes a range of actions including new green/blue infrastructure, open space and development, and a community toolkit to educate landowners on local risk and options for resilience.

Another prototype for regional coastal cities, WB’s “Resilient Bridgeport” consists of a resilience framework and specific design proposals for the Long Island Sound region. A set of integrated coastal, urban, and riparian design strategies and planning principles provide multiple lines of defense to protect Bridgeport against flooding and storm surge while stimulating environmental restoration, economic development, and neighborhood revitalization focused around social housing.

Land Lines: In sum, what have been the key successes of the competition so far?

Helen Lochhead: The urgency of the problem and the fast pace of the competition provided a level of intensity, drive, and momentum that yielded results in a short time frame. Many of the design solutions were characterized by a quantum and richness of ideas, depth of resolution, and cleverness of approach. The focus was not just on recovery and risk reduction, such as flood and storm mitigation, but on long-term resilience and sustainability. All propositions deliver multiple social, economic, and environmental benefits—improvements related to amenities, ecology, education, capacity building, long-term savings, and community health and well-being—and so tend to be higher-performing, holistic solutions.

The impact to date has already been catalytic. If nothing else, RBD has generated momentum and delivered major benefits to the region by starting the conversation on resilience by design. Granted, the real measure of success is in the implementation, but a robust, innovative process is required to provoke cultural change in practice. RBD has set that example.

Land Lines: What will be the key challenges of implementation?

Helen Lochhead: Finding the sweet spot between the visionary and the pragmatic.

The carrot for the winners was the possibility of building these projects with disaster recovery grants from HUD and other sources of public- and private-sector funding. As such, a key part of the final phase was an implementation strategy that demonstrated feasibility, support of local grantees, phasing, and short-term deliverables that can be delivered with CDBG-DR funding as well as ongoing revenue streams for later stages.

The real opportunity for HUD now is to leverage this process and its exemplary projects to benefit other regions at risk on a national scale.

Conservación creativa

Reflexiones sobre un camino hacia el futuro
Bob Bendick, October 1, 2012

El Parque Nacional Yellowstone parece tan silvestre hoy en día porque en 1872 se convirtió en el primer parque nacional del mundo, y porque los incendios de 1988 y la exitosa reintroducción de lobos en la década de 1990 restauraron el carácter dinámico del paisaje original. En su última serie de televisión en PBS, el cineasta Ken Burns llamó a nuestros parques nacionales “la mejor idea de los Estados Unidos”; sin embargo, cada vez más personas dentro del movimiento conservacionista creen actualmente que, en el mejor de los casos, las áreas totalmente protegidas como Yellowstone son sólo una parte de la solución conservacionista. Este grupo sostiene que deberíamos salvar a la naturaleza para las personas en lugar de salvar a la naturaleza del impacto ocasionado por las personas y que nuestros esfuerzos deberían incluir otras muchas áreas diferentes con menor énfasis en la “preservación” de los terrenos.

Esta es una variación del debate mantenido hace cien años entre el conservacionista John Muir y el administrador forestal Gifford Pinchot: ¿Deberíamos proteger a la naturaleza por su valor intrínseco o nuestro enfoque debería sería mucho más utilitarista? Este último punto de vista tenía como objetivo maximizar la producción a largo plazo de agua, vida silvestre aprovechable y madera, y que en la actualidad incluiría los yacimientos de carbón, los biocombustibles, la eliminación de nutrientes y la protección contra peligros naturales… en suma, todas las cosas que brinda el mundo natural.

El debate contemporáneo plantea además otra cuestión acerca de la omnipresencia del impacto humano sobre las áreas naturales. Yellowstone, como cualquier otro lugar del planeta, se encuentra profundamente influenciado por las decisiones del ser humano. Aldo Leopold (1966, 254) percibió este dilema hace más de 60 años cuando escribió: “La invención de herramientas por parte del ser humano le ha permitido realizar cambios de una violencia, rapidez y alcance sin precedentes”. En la actualidad, estas herramientas son todavía mucho más poderosas. En su último libro, Rambunctious Garden, la escritora científica Emma Marris (2011) propone el argumento según el cual tendremos que aprender a aceptar una naturaleza alterada por las actividades del ser humano. No resulta suficiente pensar en la preservación de las áreas naturales para permitir un funcionamiento sin obstáculos de sus sistemas naturales. Cada lugar requiere algún tipo de gestión, aun cuando fuere sólo con el fin de proteger lo que resta de su condición “natural”.

Los alcances de la responsabilidad del ser humano en relación con la naturaleza me quedaron claros en una reciente conversación con Phil Kramer, director para el Caribe de la organización The Nature Conservancy, quien describió la disminución regresiva de los arrecifes de coral en esa región y los esfuerzos llevados a cabo por su equipo para restaurar dichos arrecifes, seleccionando los genotipos de coral que parecían más resistentes al agua más caliente, cultivándolos en viveros y utilizándolos posteriormente para reconstruir los arrecifes en diferentes lugares.

Durante miles de años, de manera consciente e inconsciente, el ser humano ha modelado su entorno según sus necesidades; sin embargo, este tipo de intervención intencional a fin de responder a las cada vez mayores amenazas contra la naturaleza representa un nuevo enfoque que resulta diferente del punto de vista de preservación de Muir y de la perspectiva de administración científica de Pinchot. Hoy en día estamos intentando crear nuestro futuro de conservación a escalas cada vez mayores. Este proceso de conservación creativa se basa en los enfoques analíticos acerca de la conservación que se tenían en el pasado, pero ello no depende únicamente del análisis de referencia de ecosistemas históricos para establecer metas para el futuro. Por el contrario, requiere que nuestras metas provengan de una síntesis de necesidades y beneficios tanto del ser humano como de la naturaleza, según lo que Aldo Leopold (1966, 239) denominó “ética del suelo”, es decir, una responsabilidad personal e informada con respecto a la salud y el futuro de nuestro suelo y del agua.

Desafíos a la hora de proteger a la naturaleza

Esta perspectiva sobre la conservación se ve envuelta en un encendido debate dentro de la comunidad conservacionista. Muchos sostienen la idea de restaurar las áreas afectadas para que vuelvan a su estado silvestre y, finalmente, al poder de la naturaleza, mientras que otros reconocen que estos enfoques sólo pueden ser una parte de nuestro futuro. Desde mi punto de vista, la energía de la comunidad conservacionista debería dirigirse no tanto hacia el debate interno sino a resolver los verdaderos desafíos que enfrentamos a la hora de sustentar el marco y las funciones principales de los sistemas naturales para beneficio de las personas y de la naturaleza misma. Y ¿cuáles son estos desafíos?

  • Una menor preocupación y comprensión de la ciencia, incluyendo el tipo de ciencia de conservación y administración de la vida silvestre de la que los estadounidenses han sido pioneros durante más de 100 años.
  • Los impactos cada vez más evidentes del cambio climático, independientemente de sus causas, sobre la estabilidad de los procesos naturales y su relación con la salud y la seguridad de las personas.
  • Un horizonte a corto plazo para tomar decisiones sobre la administración, las políticas y el uso del suelo y del agua, que entran en conflicto con los extensos períodos que son necesarios para desarrollar e implementar políticas y proyectos de conservación a gran escala.
  • La utilización cada vez más hábil y efectiva de campañas con grandes financiamientos para lograr objetivos económicos o políticos especializados, independientemente de las consecuencias de mayor envergadura para la sociedad de hoy en día y para las futuras generaciones.
  • Una renuencia cada vez mayor a regular los impactos de las actividades que afectan la salud del suelo, el aire y el agua, aunque ya hace mucho quedó claro, en una época en que Estados Unidos tenía mucho menos gobierno, que las fuerzas de mercado por sí solas no pueden garantizar la producción y protección de bienes públicos tales como los beneficios para el ser humano y la ecología que pueden tener los sistemas naturales.
  • La concepción de la protección de nuestro aire, nuestro suelo y nuestra agua como una cuestión política partidista, sin tener en cuenta el liderazgo pasado y los muchos aportes realizados por los dos principales partidos políticos a la conservación en este país.
  • El creciente distanciamiento de muchos estadounidenses de experiencias reales al aire libre que podrían ayudar a fomentar una mayor apreciación y comprensión de las cuestiones conservacionistas y brindar un equilibrio contra los argumentos antiambientales.

Estrategias para la conservación creativa

Al llegar a este punto fundamental en la historia conservacionista de los Estados Unidos, ¿qué debería hacer el movimiento conservacionista para resolver los conflictos entre los partidos políticos actuales, la presión que ejerce el ser humano a nivel mundial sobre nuestros sistemas naturales y la necesidad de crear un futuro ambiental, tanto en nuestro país como en todo el mundo, que sea ético, sustentable y alcanzable? Las respuestas, creo yo, no vendrán de Washington sino de un movimiento en todo el país formado por propietarios, agencias del gobierno, organizaciones sin fines de lucro y grupos comunitarios que trabajen juntos para proteger los lugares que valoran, como el valle Blackfoot en Montana, las colinas Flint en Kansas y los valles de los ríos Connecticut y Hudson en el este del país. Para encarar proyectos populares como los mencionados, surgen ciertas propuestas que podrían contribuir a un éxito duradero y a gran escala del conservacionismo.

Trabajar a escala del paisaje

En un mundo donde la naturaleza está sometida a muchos factores de estrés y amenazas, entendemos que es improbable que porciones desconectadas de sistemas naturales puedan sobrevivir. La mayoría de las agencias federales está comenzando a pensar en estos términos, aunque todavía deben superarse numerosos obstáculos institucionales para lograr que lo que The Nature Conservancy denomina “sistemas integrales” se convierta en la forma normal de encarar esta tarea.

Utilizar varias herramientas de conservación simultáneamente

Resulta de esencial importancia integrar la preservación, la gestión tradicional del suelo tanto pública como privada y la restauración en lugares que se definan tanto por sus atributos naturales como humanos. La combinación del trabajo a gran escala y la utilización de varios enfoques sugieren que el gobierno deberá lograr un nivel de coordinación sin precedentes en cuanto a la forma en que utilizan su influencia y sus recursos.

Reconocer, respetar y cuantificar los beneficios a corto y largo plazo que la conservación puede brindar a la humanidad

Las organizaciones conservacionistas deben volverse expertas en comprender y explicar el valor de la naturaleza para dar forma al mundo del futuro. A medida que los diferentes intereses intentan encajar dentro del diseño del futuro, también deben ser capaces de representar de forma exacta la importancia que tendrán los componentes naturales de ese futuro.

No rechazar la idea de las condiciones de referencia

No siempre resulta posible mantener la naturaleza tal y como se encontraba en el pasado, pero podemos dar la más alta prioridad a la protección de aquellos lugares donde pueden continuar los procesos ecológicos, donde puede gestionarse el cambio y donde podemos, según las palabras de Mark Anderson, científico de The Nature Conservancy, “salvar el escenario, si no podemos salvar a todos los actores”.

Aprender a equilibrar la gestión de adaptación con las metas a largo plazo

Esto requiere combinar la intención de admitir los errores y adaptarnos a ellos con una coherencia de propósito y acción que resultan necesarios para influir en el futuro de grandes sistemas. Lleva tiempo llegar al tipo de consenso a largo plazo sobre la deseada condición futura que las comunidades intentan lograr. Los proyectos de conservación exitosos y creativos se prolongan durante varias décadas, no años.

Mantener leyes ambientales justas y coherentes

Los procesos normativos del medio ambiente y el uso del suelo, así como los incentivos económicos (y la falta de ellos), pueden y deberían reestructurarse de tal manera que se establezca un marco más coherente y flexible para configurar el futuro y lograr que el funcionamiento de los mercados tenga una influencia ambiental positiva. No obstante, las normas regulatorias deben mantenerse con el fin de garantizar un campo de acción equilibrado y proteger el medio ambiente y la salud del ser humano, a la vez que permita el crecimiento económico a largo plazo. Una utilización amplia de la jerarquía de mitigación (evitar, minimizar, compensar) podría ser muy útil en este caso. Este enfoque sobre la ubicación de la infraestructura y el desarrollo puede permitir las inversiones y el crecimiento económico al tiempo que brinda beneficios netos a la naturaleza.

Tomar más medidas para garantizar la participación de los ciudadanos y las distintas partes interesadas en la planificación del futuro

Si nuestra sociedad no sólo protege a la naturaleza sino que está creando un mundo futuro, entonces todos tenemos un derecho, y yo diría, una responsabilidad, aún mayor para involucrarnos en el establecimiento de dichas metas. Ya no vivimos en una sociedad basada en un centro que toma las decisiones. La mayoría de las decisiones es el resultado de acciones individuales interconectadas, y los ciudadanos necesitan un renovado sentido de poder de decisión a la hora de determinar el carácter de los lugares donde viven, trabajan y se esparcen. El conservacionismo también se convertirá en un proceso más descentralizado, con una orientación de abajo hacia arriba. La participación de la juventud es de particular importancia y las cuestiones ambientales deben darse a conocer entre los residentes de las áreas metropolitanas del país donde vive la gran mayoría de los estadounidenses.

Identificar, capacitar y guiar a una nueva generación de líderes conservacionistas locales

Una nueva generación de conservacionistas con aptitudes para trabajar en diferentes áreas de interés permitirá crear un futuro en el que se combinen las necesidades del medio ambiente y de la economía a largo plazo.

Solución compartida de problemas

De más está decir que todo lo anteriormente mencionado podría poner a la conservación creativa en el fuego cruzado entre aquellos que no le dan importancia a la naturaleza y los que temen que cambiar algo en las normas ambientales o en la protección de los terrenos públicos daría lugar a un cambio cataclísmico. Sin embargo, estos pasos podrían llevarnos a soluciones prácticas respecto del impasse político cada vez mayor que experimenta el país respecto a la conservación y el medio ambiente. Y la razón central de este impasse es la creencia compartida de que hemos perdido el control del futuro de nuestras familias y comunidades y que nos hemos convertido en víctimas de acciones de fuerzas lejanas.

La conservación creativa llevada a cabo de manera correcta puede darnos a todos un rol significativo a la hora de dar forma al futuro de los lugares que nos son más caros, es decir, donde se encuentran nuestros hogares. Además, ofrece dos beneficios que pueden conllevar una tracción política poderosa: la oportunidad de tener mejores lugares para vivir, trabajar y visitar que proporcionen beneficios tangibles a nuestras vidas, y el sentido de respeto y dignidad implícito en nuestra tarea de ayudar a determinar el futuro de los lugares que amamos.

Un enfoque de este estilo podría poner en marcha la política ambiental tanto de conservadores como de liberales hacia una forma compartida de resolver los problemas. En cuanto a los conservadores: ¿Se oponen a la planificación del futuro o solamente a la planificación realizada por sus oponentes? ¿Estarían dispuestos a incluir las esperanzas de los ciudadanos en cuanto a sus propias comunidades como una parte legítima de un futuro menos gubernamental y más regido por el mercado que les gustaría ver? Con respecto a los liberales: ¿Estarían dispuestos a confiar en que las personas que trabajan la tierra tomen más decisiones acerca del destino de nuestro suelo y nuestra agua, o también están en realidad más interesados en un control centralizado para lograr su propia visión de lo que debería hacerse? La oportunidad de trabajar juntos para crear buenos futuros para los lugares reales que rodean nuestras vidas ¿puede convertirse en el terreno común, literal y simbólico, que pueda sanar algunas de las divisiones de nuestra sociedad?

El arco de piedra en la entrada norte de Yellowstone se erigió en conmemoración de la creación del parque y posee una inscripción que reza: “Para el beneficio y goce de las personas”. Theodore Roosevelt colocó la piedra angular del arco cuando visitó Yellowstone en 1904, en un momento en que los estadounidenses veían al gobierno como un protector del bien común. Yellowstone era un ejemplo de ese espíritu.

No obstante hoy, en pleno siglo XXI, me parece que el arco de la entrada también tiene un importante mensaje: el de mirar fuera del parque, pasando por el valle Paradise donde el río Yellowstone se dirige hacia el río Missouri, el Mississippi y el golfo de México. El desafío de conservación que tenemos por delante, contra todas las probabilidades y nos guste o no, es crear un futuro para el beneficio de las personas, basado en el respeto y la comprensión de los diferentes valores de la naturaleza, en muchos más lugares de los Estados Unidos.

Si el enfoque se hiciera de esta manera en cada lugar del país, los estadounidenses con diferentes puntos de vista podrían unir esfuerzos para la causa del conservacionismo, no sólo como algo en lo que pensar en las vacaciones ni como un lujo sino como un fundamento duradero para una vida más saludable, segura, próspera y espiritualmente gratificante para nuestros hijos y nietos.

Sobre el autor

Bob Bendick es director de Relaciones del Gobierno de los EE.UU. en The Nature Conservancy, Washington, DC.

Referencias

Leopold, Aldo. 1966 [1949]. A Sand County almanac: With essays on conservation from Round River. Nueva York: Oxford University Press.

Marris, Emma. 2011. Rambunctious garden: Saving nature in a post-wild world. Nueva York: Bloomsbury Press.

Foro periodístico sobre el suelo y el entorno edificado

Anthony Flint, July 1, 2014

Stephanie Pollack, subdirectora del Centro Dukakis de Política Urbana y Regional de la Universidad Northeastern, detectó una curiosa anomalía cuando analizó los resultados de una encuesta sobre las necesidades de transporte público de los residentes de bajos ingresos en Massachusetts. La encuesta pedía que se indicara el principal modo de transporte, y daba las opciones tradicionales, como tomar el tren o el autobús. Pero no había ninguna casilla para marcar lo que resultó ser el modo más común de transporte: docenas de encuestados respondieron “el automóvil de otra persona”.

Para Pollack, este descubrimiento subrayó la dificultad de diseñar sistemas de transporte acordes con las necesidades de la población, así como la necesidad de contar con mejores maneras para medir y hacer participar a la gente para poder suplir las verdaderas necesidades de transporte público de los usuarios. Como parte de un proyecto llamado The Toll of Transportation (La carga del transporte), el Centro Dukakis trató de determinar cómo llegan los residentes adonde tienen que ir en ciudades como Lynn, Worcester, Springfield y East Boston. Pero la categoría “automóvil de otra persona” no formaba parte de ninguna lista de datos estándar de transporte. “Medimos la equidad en educación y en sanidad, pero no en transporte”, dijo Pollack a los escritores y editores reunidos para el Foro periodístico sobre el suelo y el entorno edificado, realizado del 28 al 29 de marzo de 2014 en Cambridge, Massachusetts. “No tenemos el concepto de cómo debería ser un sistema de transporte ‘justo’”.

El tema del foro fue la infraestructura: para quién es, cómo planificarla y pagarla, y por qué necesitamos inversiones más inteligentes en los entornos urbanos del siglo XXI. Esta fue la séptima edición de esta reunión para periodistas de dos días de duración, patrocinada por el Instituto Lincoln, la Fundación Nieman de Periodismo de la Universidad Harvard, y la Escuela de Posgrado de Diseño (Graduate School of Design o GSD) de la Universidad Harvard.

Pollock compartió también con los participantes su investigación sobre el desarrollo orientado al transporte público (transit-oriented development o TOD), una política que se fomenta cada vez más en las ciudades por medio de reformas de zonificación e incentivos económicos. Los datos revelaron algunos resultados problemáticos sobre el uso y la equidad del transporte público. Los residentes de ingresos más altos que se mudan a zonas TOD (que se convierten rápidamente en lugares caros para vivir) en general no usan transporte público, mientras que los residentes que sí lo usan tienen que residir más lejos de las estaciones, en barrios económicamente más asequibles. Este desplazamiento aumenta el costo y la complejidad de sus viajes para ir al trabajo y volver. Además, en un tercio de las zonas TOD estudiadas, el uso del transporte público se redujo después de haberse introducido el desarrollo.

En otra presentación, Judith Grant Long, profesora asociada de Planificación Urbana en GSD, analizó megaeventos, como la Copa del Mundo y las Olimpiadas, que inducen a las ciudades a invertir miles de millones de dólares en infraestructura. Hay poca evidencia de un retorno positivo a la inversión en términos de puestos de trabajo permanente, ingresos o incluso la imagen de la ciudad, indicó Long. El Comité Olímpico Internacional podría ayudar a las ciudades a planificar mejor y organizar juegos “del tamaño correcto”, sugirió. Barcelona, Roma, Tokio, Múnich, Montreal y Londres han podido transformar con cierto éxito las villas olímpicas en áreas de uso a largo plazo que benefician a un sector más amplio de la población una vez que se acaban los juegos.

Las sociedades público-privadas, la construcción y operación privada de rutas y los sistemas de peaje han sido innovaciones recientes para el financiamiento de infraestructura, dijo José A. Gómez-Ibáñez, profesor de GSD y de la Escuela Kennedy de Harvard. Pero se puede decir que desde que se completó el sistema de rutas interestatales en los EE.UU., el papel del gobierno federal no ha sido claro. El desafío estriba en demostrarle al público quién se beneficiará de los proyectos, para poder justificar su financiamiento.

Los gobiernos deberán ser más inteligentes y enfocar bien el objetivo al construir futuros sistemas de transporte y otros tipos de infraestructura, sobre todo cuando las áreas metropolitanas tratan de aumentar su resiliencia en vista de los impactos inevitables del cambio climático, declararon varios ponentes.

Rich Cavallaro, presidente de Skanska USA Civil Inc., citó la calificación de D+ (en una escala de A a F) en el último “boletín de calificaciones” de infraestructura emitido por la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles. Dicho grupo estima que el país tendrá que gastar 1,6 billones de dólares más de lo que indican los planes actualmente para poder contar con una infraestructura de nivel aceptable en todos los sectores. En contraste con proyectos inmensamente caros, como esclusas similares a las del río Támesis en el Reino Unido, Cavallaro se inclina por tomar medidas más asequibles, como equipar a los túneles del metro con tapones inflables gigantes, elevar las rejas de ventilación y subestaciones eléctricas, y diseñar los garajes de estacionamiento e instalaciones similares para que se puedan inundarse y limpiarse después, cuando las aguas retrocedan.

Varios países realizan una mejor tarea de coordinación y recuperación en casos de desastres, según las encuestas realizadas por Robert B. Olshansky, profesor de Planificación Urbana y Regional de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, y Laurie A. Johnson, presidenta de Laurie Johnson Consulting|Research. La construcción de resiliencia a largo plazo como parte de este proceso fue objeto de un reciente informe del Instituto Lincoln, titulado Lecciones de Sandy.

Susannah C. Drake, presidenta de dlandstudio pllc, describió enfoques creativos, como el rediseño de la protección de la costa en el sur de Manhattan y el sellado de trazados subterráneos que pasan debajo de barrios urbanos. La nación no puede simplemente reconstruir lo que existía antes de un desastre, sobre todo ahora que los avances en tecnología han abaratado el costo de infraestruc-tura, en comparación con las inversiones masivas que se realizaron en el New Deal. Marcus M. Quigley, presidente de Geosyntec Consultants, exploró el uso de tecnología inteligente y controles dinámicos para transformar la construcción de grandes obras de infraestructura. “Podemos cambiar la manera de construir la infraestructura para que actúe a nuestro favor”, dijo. “Cada vez que repavimentamos una calle o acera, estamos perdiendo una oportunidad”.

También se habló sobre el lado negativo de la infraestructura inteligente. Ryan Ellis, fellow posdoctoral de investigación en el Centro Belfer de Ciencias y Asuntos Internacionales de la Escuela Kennedy de Harvard, abordó el complejo problema de seguridad e infraestructura, revelando el submundo de ciberataques, vulnerabilidades y “días cero”. Los hackers espían el correo electrónico continuamente y podrían sabotear nuestra red eléctrica, el control del tráfico aéreo y los sistemas financieros. La clave, dijo Ellis, está en “diseñar ahora teniendo en cuenta la seguridad”, porque “es difícil incorporar la seguridad después”. Y añadió que los planificadores involucrados en construir ciudades inteligentes deben tener muy presente el tema de la seguridad.

El impacto interconectado de la urbanización global requiere un marco más amplio para la infraestructura urbana que exceda las áreas metropolitanas individuales, dijo Neil Brenner, profesor de Teoría Urbana en GSD. “Tenemos que actualizar nuestro mapa cognitivo de la urbanización”, dijo. Pierre Bélanger, profesor asociado de Arquitectura del Paisaje de GSD, predijo que trabajar con la naturaleza -incluso dejando que ciertas áreas abandonadas vuelvan a su estado silvestre- podría eclipsar el enfoque tradicional de controlar el agua y canalizar los arroyos.

El liderazgo político es la clave para reinventar y diseñar nueva infraestructura en el entorno urbano, dijo la arquitecta paisajista Margie Ruddick. Afortunadamente, los alcaldes son algunos de los líderes más innovadores para abordar estos tipos de desafíos, dijo David Gergen, analista senior de CNN y director del Centro de Liderazgo Público en la Escuela Kennedy de Harvard. Es raro que un alcalde llegue a ser presidente, pero resuelven problemas prácticos importantes, dijo Gergen, que fue el orador invitado en la velada nocturna tradicional del foro en la Casa Walter Lippmann de la Fundación Nieman. “Es en las ciudades donde se están llevando a cabo los experimentos”, dijo.

Janette Sadik-Khan, ex comisionada de la Ciudad de Nueva York y en la actualidad miembro de Bloomberg Associates, también se refirió a las dificultades políticas de transformar el paisaje urbano. Hizo notar que las ciclovías, el programa de bicicletas compartidas y los espacios peatonales en Times Square provocaron la oposición por parte de automovilistas, dueños de negocios y otros que consideraban estas iniciativas poco prácticas y “vagamente francesas”. Sin embargo, muchos comerciantes han reportado desde entonces un gran aumento de su actividad debido a un mayor trán-sito de peatones, y que las sillas portátiles de las áreas peatonales están continuamente ocupadas.

“Cuando se ofrecen más opciones, la gente vota con sus pies, con sus asientos y con los candados de sus bicicletas”, expresó. “Los neoyorquinos han modificado las expectativas respecto a sus calles”.

El foro incluye tradicionalmente dos sesiones dedicadas a la “práctica del arte”. Brian McGrory, editor de The Boston Globe, describió los esfuerzos para integrar un periodismo “ardientemente relevante” en un modelo de negocio digital que sea sostenible. The Globe tiene más lectores que nunca, expresó. Inga Saffron, crítico de arquitectura de The Philadelphia Inquirer, ganadora del Premio Pulitzer poco después del foro, junto con el crítico de arquitectura Blair Kamin del Chicago Tribune, Jerold Kayden de GSD y Gregory K. Ingram y Armando Carbonell, ambos del Instituto Lincoln, mantuvieron un coloquio sobre la interacción entre periodistas y fuentes expertas.

Varios participantes de los 40 periodistas y fellows de Nieman publicaron notas sobre el foro, incluyendo Roger K. Lewis del Washington Post, Tim Bryant del St. Louis Post-Dispatch, Christopher Swope de Citiscope y Josh Stephens de Planetizen.

Anthony Flint es fellow y director de relaciones públicas en el Lincoln Institute of Land Policy, y autor de Wrestling with Moses: How Jane Jacobs Took on New York’s Master Builder and Transformed the American City (Luchando con Moisés: Cómo Jane Jacobs se enfrentó al Jefe de Construcciones de Nueva York y transformó la ciudad norteamericana) (Random House, 2011). Fue fellow Loeb en 2000–2001.

Creative Conservation

Reflections on a Way to the Future
Bob Bendick, October 1, 2012

Yellowstone National Park seems so wild today because in 1872 it became the first national park on Earth and because the wildfires in 1988 and the successful reintroduction of wolves in the 1990s have restored the dynamic character of the original landscape. In his recent PBS television series, filmmaker Ken Burns called our national parks “America’s best idea,” but a growing number of people within the conservation movement now believe that, at best, fully protected areas like Yellowstone are only part of the conservation solution. They argue that we should be saving nature for people, not from the impacts of people, and that our efforts should encompass more different kinds of areas with less emphasis on “preserved” lands.

This is a variation on the 100-year-old debate between conservationist John Muir and forest manager Gifford Pinchot: Should we protect nature for its intrinsic value or should our approach be much more utilitarian? The latter view sought to maximize the long-term production of water, harvestable wildlife, and timber, and now would include carbon storage, biofuels, nutrient removal, protection from natural hazards–in sum, all the things that the natural world provides.

Contemporary discussions raise another issue about the pervasiveness of human impacts on natural areas. Yellowstone and every other place on the planet are profoundly influenced by human decisions. Aldo Leopold (1966, 254) perceived this dilemma more than 60 years ago when he wrote, “man’s invention of tools has enabled him to make changes of unprecedented violence, rapidity and scope.” These tools are far more powerful today. In her recent book, Rambunctious Garden, science writer Emma Marris (2011) advances the argument that we will have to learn to accept a nature altered by human activities. It is not sufficient to think about preserving natural areas to allow the unimpeded function of their natural systems. Every place requires some form of management, even if only to protect what remains of its “natural” condition.

The extent to which humans have become responsible for nature was brought home to me in a recent conversation with Phil Kramer, The Nature Conservancy’s Caribbean director. He described the die-back of coral reefs in that region and his team’s efforts to restore them by selecting coral genotypes that seem most resilient to warmer water, growing those corals in nurseries, and then using them to rebuild reefs at many locations.

For thousands of years, consciously and unconsciously, humans have shaped their environments to fit their needs, but this kind of intentional intervention to respond to the growing threats to nature represents a new direction that is different from Muir’s preservation and Pinchot’s scientific management. We are now trying to create our conservation future at increasingly large scales. This creative conservation process builds on the analytical approaches to conservation of the past, but does not depend only on baseline analysis of historic ecosystems to establish goals for the future. Rather, it requires that our goals be derived from a synthesis of human and natural needs and benefits guided by what Aldo Leopold (1966, 239) called “a land ethic”–an informed personal responsibility for the health and future of our land and water.

Challenges to Protecting Nature

This approach to conservation faces a lively debate within the conservation community. Many people hold on to the idea of restoring disturbed areas to wilderness and to the ultimate power of nature, but others recognize that these approaches can be only a part of our future. From my perspective, the energy of the conservation community is better directed not to internal debate but to meeting the real challenges we face in sustaining the core framework and functions of natural systems for their benefit to people and to nature itself. What are these challenges?

  • A declining regard for and understanding of science, including the kind of conservation and wildlife management science that Americans have pioneered for more than 100 years;
  • The increasingly evident impacts of climate change, regardless of the cause, on the stability of natural processes and their relationship to people’s health and safety;
  • A short-term horizon for making decisions about land and water management, policy, and use that conflicts with the long spans of time needed to develop and implement creative, large-scale conservation policies and projects;
  • The increasingly skillful and effective use of well-funded campaigns to advance specialized economic or political objectives, regardless of the larger consequences for society today and for future generations;
  • A growing reluctance to regulate the impacts of activities that affect the health of land, air, and water, although it was clear long ago, in an America with much less government, that market forces alone cannot assure the production and protection of public goods such as the human and ecological benefits of natural systems;
  • The framing of the protection of our air, land, and waters as a partisan political issue, which disregards the past leadership and many contributions of both major parties to conservation in this country; and
  • The growing separation of many Americans from actual experiences in the outdoors that could help to foster an appreciation and understanding of conservation issues and provide balance to anti-environmental arguments.

Strategies for Creative Conservation

At this pivotal point in America’s conservation history, what does the conservation movement have to do to resolve the conflicts between today’s political parties, the global human pressures on our natural systems, and the need to create an environmental future in this country and around the world that is ethical, sustainable, and achievable? The answers, I believe, come not from Washington, but rather from a nationwide movement of landowners, government agencies, nonprofit organizations, and community groups working together to protect the places they value, such as the Blackfoot Valley in Montana, the Flint Hills of Kansas, and the Connecticut and Hudson River Valleys in the East. Popular projects such as these suggest a number of strategies that can contribute to lasting and large-scale conservation success.

Work at the landscape scale.

In a world with many stresses and threats to nature, we know that disconnected pieces of natural systems are unlikely to survive. Most federal agencies are beginning to think in these terms, but many institutional barriers must be overcome to make the conservation of what The Nature Conservancy calls “whole systems” the usual way of doing business.

Use multiple conservation tools at the same time.

It is essential to integrate preservation, traditional private and public land management, and restoration in places defined by both natural and human attributes. The combination of working at a large scale and using multiple approaches suggests that government must achieve an unprecedented level of coordination in how it uses its influence and resources.

Recognize, respect, and quantify the short- and long-term human benefits of conservation.

Conservation organizations must become expert in understanding and explaining the value of nature in shaping the future world. As multiple interests try to piece together the future, they must be able to represent accurately how important the natural components of that future will be.

Do not discard the idea of baseline conditions.

It is not always possible to sustain nature as it has existed in the past, but we can give the highest priority to protecting those places where ecological processes can continue, where change can be managed, and where we can, as The Nature Conservancy’s scientist, Mark Anderson, says, “save the stage if not all the players.”

Learn to balance adaptive management with long-term goals.

This requires bringing together a willingness to admit and adjust to mistakes with the consistency of purpose and action needed to influence the future of large systems. It takes time to reach the kind of long-term consensus building about the desired future condition that communities are trying to achieve. Successful, creative conservation projects extend over decades, not years.

Maintain fair and consistent environmental laws.

Environmental and land use regulatory processes and economic incentives and disincentives can and should be restructured in ways that will establish a more consistent and flexible framework for shaping the future and bring a positive environmental influence to the operation of markets. But regulatory standards must be maintained to ensure a level playing field and to protect the environment and human health while enabling long-term economic growth. The broad use of the mitigation hierarchy (avoid, minimize, compensate) can be helpful here. This approach to the siting of infrastructure and development can enable investment and economic growth while providing net benefits for nature.

Do more to ensure the involvement of citizens and diverse stakeholders in planning for the future.

If our society is not simply protecting nature, but creating a future world, then all of us have an even greater right–and I would say a responsibility–to be involved in setting those goals. We no longer live in a mainframe society. Most decisions are driven by networked individual actions, and citizens need a renewed sense of empowerment in determining the character of the places where they, live, work, and recreate. Conservation, too, will become a more decentralized, from-the-bottom-up process. The engagement of young people is particularly important, and environmental issues must be made relevant to the diverse residents of the nation’s metropolitan areas where the great majority of Americans live.

Identify, train, and mentor a new generation of local conservation leaders.

A new generation of conservationists skilled at working with diverse interests will be able to create a future that brings together environmental and long-term economic needs.

Shared Problem Solving

Of course, doing these things could put creative conservation in the crossfire between those for whom nature is irrelevant and those who are fearful that changing anything about environmental regulation or protection of public lands will open the door to cataclysmic change. But these steps can advance practical solutions to the nation’s growing political impasse on conservation and the environment. At the heart of this impasse is the shared belief that we have lost control over the future of our families and communities, and that we have become victims of the actions of distant forces.

Done right, creative conservation can give all of us significant roles in shaping the future of the places most important to us–our home ranges. It also offers two benefits that can have powerful political traction–the opportunity for better places to live, work, and visit that provide tangible benefits to our lives, and the sense of respect and self-worth implicit in helping to determine the future of the places we love.

Such an approach might move the environmental politics of both conservatives and liberals toward shared problem solving. For conservatives–is it planning for the future they oppose, or just planning by those with whom they disagree? Are they willing to include the hopes of citizens for their own communities as a legitimate part of the less government and more market-driven future they would like to see? For liberals–are they willing to trust people who work on the land to make more decisions about the fate of our land and water, or are they, too, really more interested in centralized control to achieve their own vision of what should be? Can the opportunity to work together to create good futures for the real places that surround our lives be the literal and symbolic common ground that can heal some of our society’s divisions?

The stone arch at the North Entrance to Yellowstone was erected to commemorate the creation of the park and is inscribed “For the Benefit and Enjoyment of the People.” Theodore Roosevelt put the cornerstone of the arch in place when he visited Yellowstone in 1904, at a time when Americans increasingly saw government as a protector of the common good. Yellowstone was an example of that spirit.

But now, in the twenty-first century, it seems to me that the gateway arch also has an important message about looking outward from the park, down Paradise Valley where the Yellowstone River heads toward the Missouri, the Mississippi, and the Gulf of Mexico. The conservation challenge before us, against all odds and whether we like it or not, is to create a future for the benefit of the people, based on a respect for and understanding of the multiple values of nature in many more places across America.

If approached place-by-place in this way, Americans with diverse points of view can rally to the cause of conservation as not just something to think about on vacation, not just a luxury, but as a durable foundation for healthy, safe, more prosperous and more spiritually rewarding lives for all of our children and grandchildren.

About the Author

Bob Bendick is director of U.S. Government Relations at The Nature Conservancy in Washington, DC.

References

Leopold, Aldo. 1966 [1949]. A Sand County almanac: With essays on conservation from Round River. New York: Oxford University Press.

Marris, Emma. 2011. Rambunctious garden: Saving nature in a post-wild world. New York: Bloomsbury Press.

Journalists Forum on Land and the Built Environment

Urban Infrastructure
Anthony Flint, July 1, 2014

Stephanie Pollack, associate director of the Dukakis Center for Urban and Regional Policy at Northeastern University, noticed something seriously amiss when she analyzed the results of a survey on the public transportation needs of lower-income residents in Massachusetts. The survey asked respondents to indicate their main mode of transport, and there were the traditional choices like taking the train or the bus. But there was no box to check for what turned out to be the most common means of getting around: Dozens of respondents had written in “someone else’s car.”

For Pollack, the discovery underscored the difficulties of matching transportation systems to realities on the ground as well as the need for better metrics and engagement to satisfy the true needs of those who use public transportation. As part of a project called The Toll of Transportation, the Dukakis Center sought to determine how residents get where they need to go in such cities as Lynn, Worcester, Springfield, and East Boston. But “someone else’s car” was not a category recognized in standard transportation data collection. “We measure equity in education and health care, but not in transportation,” Pollack told writers and editors gathered for the Journalists Forum on Land and the Built Environment, in Cambridge, March 28 to 29, 2014. “We have no concept of how a transportation system would be ‘fair.’”

The theme of the forum was infrastructure—who it’s for, how to plan and pay for it, and why we need smarter investments for 21st-century urban environments. It was the seventh year of the annual two-day gathering for journalists, hosted by the Lincoln Institute, the Nieman Foundation for Journalism at Harvard University, and Harvard University’s Graduate School of Design (GSD).

Pollock also shared research on transit-oriented development (TOD)—a policy increasingly encouraged by cities through zoning reform and financial incentives. The data revealed some troubling outcomes in terms of equity and transit use: The higher-income residents who move into TOD areas, which rapidly become expensive places to live, don’t tend to use the transit; whereas residents who do use transit must move farther from the stations, to more affordable neighborhoods—a displacement that raises the costs and complexity of their commutes. In a third of TOD sites studied, ridership actually went down after new development went in.

In another presentation, Judith Grant Long, associate professor of urban planning at the GSD, looked at mega-events, such as the World Cup and the Olympics, which also inspire cities to invest billions in infrastructure. There is little evidence of a payoff in terms of permanent jobs, revenues, or even branding, she said. The International Olympic Committee could help cities plan better and deliver more compact, “right-sized” games, Long suggested. Barcelona, Rome, Tokyo, Munich, Montreal, and London all have had some success in transforming Olympic villages for long-term use that benefits a broader population after the games are over.

Public-private partnerships, private roadway building and operation, and tolling systems have marked recent innovations in the financing of infrastructure, said Jose A. Gomez-Ibanez, professor at the GSD and the Harvard Kennedy School. But, arguably, since the completion of the interstate highway system, the federal role has been unclear; the challenge is showing the public who benefits from projects, in order to justify how they are paid for, he said.

Governments are going to have to become smarter and more targeted in building future transportation and other types of infrastructure, especially as metropolitan areas seek to become more resilient in the face of the inevitable impacts of climate change, several presenters said.

Rich Cavallaro, president of Skanska USA Civil, Inc., cited the D+ grade in the latest “report card” on infrastructure issued by the American Society of Civil Engineers. That group estimates that the nation needs to spend $1.6 trillion more than currently planned to bring infrastructure across all sectors to an acceptable level. In contrast to hugely expensive projects, such as floodgates similar to those on the Thames River in the United Kingdom, Cavallaro spoke in favor of more achievable steps, such as equipping subway tunnels with giant inflatable plugs, raising up grates and power substations, and designing parking garages and similar facilities so they can be flooded and then cleaned up when the waters recede.

Several nations are better at coordinating disaster relief and recovery efforts, according to surveys by Robert B. Olshansky, professor of Urban and Regional Planning at the University of Illinois Urbana-Champaign, and Laurie A. Johnson, principal at Laurie Johnson Consulting|Research. Building long-term resilience as part of that process was the subject of the recent Lincoln Institute report, Lessons from Sandy.

Susannah C. Drake, principal at dlandstudio pllc, detailed creative approaches such as retooling the waterfront apron of lower Manhattan and capping sunken highway trenches through urban neighborhoods. The nation cannot simply seek to rebuild what existed before a disaster—especially now that advances in technology make infrastructure less expensive, compared to the massive investments of the New Deal. Marcus M. Quigley, principal at Geosyntec Consultants, explored how smart technology and dynamic, intelligent controls can transform major facilities. “We can change the way our infrastructure acts on our behalf,” he said. “Every time we repave a street or a sidewalk, we’re burning an opportunity.”

The dark side of smart infrastructure was also discussed. Ryan Ellis, postdoctoral research fellow at the Belfer Center for Science and International Affairs at the Harvard Kennedy School, addressed the complex challenge of security and infrastructure, revealing the cloak-and-dagger world of cyber attacks, vulnerabilities, and zero days. Hackers routinely hijack emails and can sabotage our power grid, air traffic control, and financial systems. The key, Ellis said, is to “design for security now,” because “it’s hard to bolt on after the fact.” For planners engaged in building smart cities, he said, security must be part of the conversation.

The interconnected impacts of global urbanization require a broader framework for urban infrastructure, outside the “box” of individual metropolitan areas, said Neil Brenner, professor of urban theory at the GSD. “We need to update our cognitive map of urbanization,” he said. Pierre Bélanger, associate professor of landscape architecture at the GSD, predicted that working with nature—and even allowing certain abandoned areas to return to a wild state—would eclipse the traditional approach of controlling water and putting streams in pipes.

Political leadership is the key to reinventing and designing new infrastructure in the urban environment, said landscape architect Margie Ruddick. Fortunately, mayors have become some of the most innovative leaders to take on these kinds of challenges, said David Gergen, senior analyst at CNN and director of the Center for Public Leadership at the Harvard Kennedy School. Mayors may not routinely become president, but they are practical problem solvers at center stage, said Gergen, who was the guest speaker at the forum’s traditional evening gathering at the Nieman Foundation’s Walter Lippmann House. “Cities are where the experimentation is taking place,” he said.

The political difficulties of transforming the urban landscape were also noted by Janette Sadik-Khan, former transportation commissioner of New York City and now at Bloomberg Associates. She noted that bike lanes, a bike-share program, and car-free spaces in Times Square had prompted opposition from drivers, business owners, and others who viewed the initiative as impractical and “vaguely French.” But many shopkeepers have since reported a big uptick in business because of increased foot traffic, and the moveable chairs in the car-free areas are continually occupied.

“When you expand options, people vote with their feet, their seats, and their bike share key fobs,” she said. “New Yorkers have changed in what they expect from their streets.”

The forum traditionally includes two sessions devoted to “practicing the craft.” Brian McGrory, editor of The Boston Globe, detailed efforts to integrate “searingly relevant” journalism in a digital business model that is sustainable. The Globe has more readers than ever, he said. Inga Saffron, architecture critic for The Philadelphia Inquirer, who won the Pulitzer Prize shortly after the forum, joined Chicago Tribune architecture critic Blair Kamin, Jerold Kayden from the GSD, and Gregory K. Ingram and Armando Carbonell from the Lincoln Institute in a conversation on the interaction between journalists and expert sources. Several participants among the 40 journalists and Nieman fellows filed dispatches, including Roger K. Lewis at The Washington Post, Tim Bryant at the St. Louis Post-Dispatch, Christopher Swope at Citiscope, and Josh Stephens writing for Planetizen.

Anthony Flint is a fellow and director of public affairs at the Lincoln Institute of Land Policy, and author of Wrestling with Moses: How Jane Jacobs Took on New York’s Master Builder and Transformed the American City (Random House, 2011). He was a Loeb Fellow in 2000–2001.

Faculty Profile

Dan L. Perlman
April 1, 2006

Dan L. Perlman teaches at Brandeis University, in Waltham, Massachusetts, where he is chair of the Environmental Studies Program and associate professor of biology. He has coauthored three textbooks on conservation biology and ecology: Practical Ecology for Planners, Developers, and Citizens (with Jeffrey C. Milder, published by Island Press in cooperation with the Lincoln Institute of Land Policy, 2005); Conserving Earth’s Biodiversity (an interactive CD-ROM with Edward O. Wilson, published by Island Press, 2000); and Biodiversity: Exploring Values and Priorities in Conservation (with Glenn Adelson, published by Blackwell Scientific, 1997).

An avid nature photographer, Perlman’s photographs have been exhibited at the American Museum of Natural History in New York and the Museum of Science in Boston, and he has been the photographer for two children’s books (one on a Costa Rican rainforest and the other on ants). He recently launched a Web site from which he freely distributes teaching materials he has developed for ecology and environmental studies, including his photographs (click here). He has received university-wide teaching awards at both Brandeis University and Harvard University, where he taught conservation biology part-time for nine years. He holds a Ph.D. from Harvard University’s Department of Organismic and Evolutionary Biology.

Land Lines: How can ecology help planners, landscape architects, and others in the planning and design community?

Dan Perlman: The study of ecology reminds us that humans are truly a part of nature, although in our highly technological society it is easy to forget how closely our lives are tied to the land and other elements. Most of us are only reminded of these close interactions when nature unleashes her fury through a hurricane, tornado, flood, or earthquake. Given that the planning and design professions aim to make humans lives as healthy and fulfilling as possible, it is critical to attend to nature when changing the landscapes where we live and work.

Once one understands some basic concepts of ecology, it is no longer possible to view humans as being divorced from the ecosystems in which they live. Like all other organisms, humans interact with the plants and animals around them, and with the nonliving aspects of ecosystems, such as rain, wind, and fire. Unfortunately, when we design human communities without considering the particulars of the ecosystems in which they are embedded, we place people in dangerous and unhealthy situations. With a little ecological knowledge, however, planning professionals can improve human lives.

Land Lines: What aspects of ecology are especially pertinent to planners and designers?

Dan Perlman: Over the past few decades, ecologists have begun paying close attention to disturbance regimes—the natural processes that randomly change ecosystems. It turns out that disturbances greatly affect humans as well as the plants and animals around us. In recent years it has become ever clearer that ecological disturbances such as hurricanes, forest fires, tsunamis, and earthquakes have the potential to devastate human communities.

By understanding the ecological histories and disturbance regimes of the specific landscapes in which they work, planning professionals can ensure that they do not place the human population in harm’s way. While homes placed along Gulf Coast beaches or deep in the pine forests of the West are desirable to many, recognition of the dangers of hurricanes and fire will lead planners to either steer development away from dangerous settings or to create protections for the people living in potentially dangerous situations.

It is critical to remember, however, that landscapes differ in their disturbance regimes and the frequency and impact of their typical disturbances. It makes sense to focus on earthquakes, landslides, and fires in the hills of southern California and on hurricanes in Florida, rather than vice versa, for example, since those types of disturbances are most likely to occur in those locations.

Land Lines: Ecologists and conservation biologists are often accused of sounding alarm bells. Do they also offer positive visions for the future?

Dan Perlman: Actually, there are many positive aspects to increased understanding of ecological processes. Intact and healthy natural landscapes perform critical ecosystem services that would be extremely expensive or impossible to replace through technological means. Water filtration, absorption of air pollutants and greenhouse gasses, and soil protection are just a few of the many services that nature provides.

Psychologists recognize the mental health benefits of being able to interact with nature, and planning professionals can help make these benefits widely available by incorporating easy access to natural areas into their designs. Many recent studies have demonstrated that proximity to natural areas is very attractive for wide cross-sections of the populace—along with being economically valuable. In addition, being able to interact with native habitats and organisms, or even just knowing that they exist, can contribute to the mental health and well-being of people of all ages. It is especially important that young people have opportunities to experience and learn about nature so they can integrate that awareness into their future decision making about where and how they live.

Land Lines: How can the conservation of biodiversity be balanced with the needs and desires of the house-buying public?

Dan Perlman: The goal of conservation biologists is to protect and restore healthy native species and ecosystems. New York City’s recent efforts to protect its water supply through a variety of land protection programs around the upstate watersheds and reservoirs in the Catskill Mountains is a great example of balancing human and ecosystem health. By sensibly guiding development to specific areas and limiting it from ecologically fragile areas or areas that are especially important for human health, planners and policy makers can obtain real benefits for both humans and ecosystems alike.

If we also consider the well-being of nonhuman organisms and creatures that share our planet, we find that attention to conservation biology during planning can pay major dividends. Biologists know that small nature reserves isolated in seas of human development are not an effective way to protect the native plants and animals of our landscapes. Instead, wherever possible, we should create large protected areas that can support populations of larger animals, many of which play especially important roles in the functioning of healthy ecosystems.

In addition, there is some evidence that intact habitat corridors, if well planned, can link smaller reserves into networks that may approximate the functions of large reserves. If planners begin their considerations with these concepts in mind, they may be able to create healthy, diverse landscapes. It is difficult to create or protect large reserves and corridors once development has begun in earnest.

Land Lines: How will global climate change affect human health and safety, and what can planning professionals do to help?

Dan Perlman: As the global climate warms, the effects will vary considerably from location to location. Some regions will receive more precipitation and others less; some areas will become much hotter, some will only become slightly warmer, and some may actually become colder. Nonetheless, the broad outlines of the changes that can be expected over the next 50 to 100 years are becoming clearer.

The global average temperature will likely rise a few degrees Fahrenheit—and may rise even more than that—as compared to the approximately one-degree change that has occurred over the past century. As the oceans warm, the water will expand, leading to a rise in sea level. With increased warmth, the Antarctic and Greenland glaciers will melt more quickly, adding to sea level rise. As a result, coastal communities will be under threat and will either have to retreat inland or build expensive retaining walls and levees. If the Antarctic ice shelves (which hang over the ocean) break off, sea level will rise still further—and catastrophically quickly. Changing precipitation and temperature regimes will alter the basics around which communities are planned and built, and designers will have to plan in different ways. It is possible that extreme weather events, such as the major hurricanes of 2005, will become more frequent.

To help reduce the speed and amplitude of climate change, the United States will probably eventually join the international community’s consensus that carbon dioxide emissions must be reduced—and our communities can help reduce emissions by developing more public transit options and more compact development patterns. As an additional benefit, this may leave extra flexibility for setting aside and protecting natural areas, if human communities take up less of the landscape.

Land Lines: How has your work with the Lincoln Institute affected your thinking about conservation biology and ecology?

Dan Perlman: Most of my teaching is with college undergraduates. While I try to keep those classes well-grounded by bringing in guest speakers and taking field trips, I have found that traditional classroom discussions can become overly rarified. My first major project with the Lincoln Institute was to write the book Practical Ecology for Planners, Developers, and Citizens, with Jeff Milder. I found it really stimulating to be put in a position of trying to adapt and explain my scientific background to make ecological concepts understandable to planners, landscape architects, and planning board members. It is one thing to distill these concepts and discuss them with undergraduates, but it is quite different to present these ideas to professionals and decision makers who want guidance that is clear and actually useful.

As an outgrowth of the book project I have been involved in teaching and sitting on panels for several Lincoln programs. I have found that the professionals and practitioners taking these programs further challenge me to create a coherent and effective message. As with any stimulating group in a classroom, I find that I come away from these sessions with a sense that I have learned as much as anyone in the room.

Land Lines: From your ecological and conservation perspectives, what advice would you give a designer or planner today?

Dan Perlman: First, I would say that you should know the ecology of the region where you work. The ecological constraints and opportunities of Springfield, Oregon, are quite different from those of Springfields in Illinois, Georgia, and Massachusetts. There are no ecological prescriptions that fit all planning and design situations. As I learned early in my career, the First Law of Ecology is: It Depends.

Second, I would recommend paying careful attention to giving local residents easy access to nature—even to small natural areas of just a few acres. Adults and children flourish when in contact with nature, and there is no substitute for having small bits of native biodiversity nearby. I once heard Dr. Madhav Gadgil, the preeminent ecologist in India, state his wish that every child in his nation should have a little bit of wilderness near at hand. While his definition of wilderness may differ from that of ecologists in Boulder or Seattle, his hope is one that I feel deeply.

Informe del presidente

La eficiencia energética y las ciudades
Gregory K. Ingram, January 1, 2013

Gran parte del consumo de energía del país se produce en las ciudades. En los Estados Unidos, alrededor de tres cuartas parte de la energía consumida está relacionada con las áreas urbanas. De acuerdo con esto, las ciudades ofrecen oportunidades significativas para ahorrar energía aumentando su eficiencia, pero sigue habiendo obstáculos importantes: ¿Las fuerzas del mercado bastarán para producir ganancias de eficiencia cuando corresponda, o estas soluciones de mercado se verán impedidas por fallas del mercado, tales como información imperfecta, falta de financiamiento o riesgos incomprendidos? ¿Cuánto valora la gente el ahorro de energía, y cuán sensibles son a los cambios en los precios de la energía? El Instituto Lincoln organizó una conferencia sobre la eficiencia energética y las ciudades en octubre de 2012 para tratar estos y otros temas relacionados. A continuación esbozamos algunos de ellos.

Valoración de la eficiencia energética

Los consumidores deberían estar dispuestos a pagar más por espacios de vivienda que usan menos energía. La evidencia demuestra que los usuarios de espacios comerciales valoran la eficiencia energética y están dispuestos a pagar más por ella, y muchos estudios confirman que el espacio de oficinas y comercial con certificación LEED se vende o alquila a precios superiores en comparación con el espacio tradicional. La evidencia de esta preferencia es claramente menor en lo que se refiere a las residencias, en parte porque la mayoría de los compradores de viviendas no puede determinar fácilmente la eficiencia energética de una vivienda, sobre todo si es nueva y no hay registro sobre su consumo energético.

Algunos desarrollos residenciales se están clasificando ahora mediante procedimientos similares a la certificación LEED o la clasificación Energy Star, como la utilizada en los equipos electrodomésticos. En California, las viviendas que tienen la mayor clasificación de eficiencia energética se venden por un precio de aproximadamente un 9 por ciento mayor que las unidades con eficiencia energética promedio. Similares diferencias de precios para casas certificadas con el nivel de eficiencia máximo, usando un procedimiento de certificación europeo, se han observado en los Países Bajos. Algunas de estas diferencias de precios se justifican por el mayor nivel de confort brindado por estos edificios, además del ahorro de energía. También parece probable que el aumento de precios por eficiencia energética que se observan en California sea tres veces mayor que incremento gradual del costo del aumento de eficiencia en dichas viviendas.

Cómo determinar el costo

El costo de integrar eficiencia energética en los edificios nuevos es menor que el costo de mejorar la eficiencia en edificios existentes. Una casa construida después del año 2000 usa alrededor del 25 por ciento menos de energía por metro cuadrado que una casa construida en la década de 1960 o antes. El potencial técnico para mejorar la eficiencia energética en casas más viejas parece ser obvio, pero sus propietarios enfrentan dos desafíos: determinar qué mejoras tienen el mayor beneficio por dólar invertido y obtener un contratista y financiamiento para realizar el trabajo. Si bien hay muchas herramientas de diagnóstico disponibles para evaluar las viviendas existentes, su exactitud es muy variable y depende completamente de las características detalladas tanto de la vivienda y como del estilo de vida de la unidad familiar. La obtención de un contratista y de financiamiento puede suponer altos costos de transacción para los propietarios, en términos de esfuerzo, tiempo y dinero. Muchas compañías de servicios públicos ofrecen soporte técnico y financiero para la modernización de la eficiencia energética, pero el progreso ha sido lento.

Cómo cambiar el consumo de energía

Quizá sea más fácil cambiar los estilos de vida residenciales que modernizar los edificios viejos, y muchas compañías de servicios públicos están experimentando con métodos para modificar el comportamiento de la unidad familiar. El programa más común consiste en “animar” a las familias a desarrollar hábitos más eficientes proporcionándoles informes periódicos del consumo doméstico de energía que comparan su reciente uso de energía con el de sus vecinos. Los análisis demuestran que estos informes tienen no solo un impacto a corto plazo en el consumo de energía del hogar sino también un impacto acumulativo a más largo plazo que continúa después de interrumpidos los informes. Los ahorros de energía de estos programas son pequeños, y oscilan entre medio kilovatio-hora hasta un kilovatio-hora por día para un hogar medio, pero el bajo costo del programa lo hace tan rentable como muchas otras estrategias.

Reconocimiento a John Quigley

Esta conferencia fue organizada conjuntamente con John Quigley, profesor de Economía de la Universidad de California en Berkeley, quien falleció antes de que ésta se llevara a cabo. Además de sus artículos originales sobre la energía y las ciudades, algunos de sus antiguos alumnos, colegas y coautores presentaron otros artículos sobre economía urbana. Todos estos trabajos serán publicados en una próxima edición especial de Regional Science and Urban Economics, que reconocerá las contribuciones de John Quigley a lo largo de su larga y sobresaliente carrera.