Topic: Climate Change

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Terrenos abandonados con riesgo alto y moderado de inundaciones en Providence, RI
Por Jenna DeAngelo, April 30, 2019

 

Si bien los terrenos abandonados suelen pensarse como una responsabilidad urbana, pueden representar una ventaja. El costo de acondicionar estas propiedades desarrolladas en el pasado suele ser alto, pero presentan oportunidades valiosas para revitalizar y redesarrollar. Según la EPA, los terrenos costeros abandonados “pueden tener un papel importante para incrementar la resistencia local a mayores inundaciones, marejadas o temperaturas del cambio climático”. En Providence, los terrenos abandonados son una prioridad en la labor continua por revitalizar corredores fluviales y zonas costeras.

Fuentes: Acondicionamiento de terrenos abandonados en zonas vulnerables al clima, EPA de EE.UU., 2016; Plan de Visión de Woonasquatucket, Ciudad de Providence, 2018.

Ver la versión PDF de este mapa para obtener más detalles y una clave.

Crédito: PolicyMap, https://www.policymap.com

El escritorio del alcalde

Santa Mónica se sumerge en la sustentabilidad
Por Anthony Flint, April 30, 2019

 

Santa Mónica evoca imágenes de sol y surf, pero la ciudad del sur de California también debería ser conocida por la sustentabilidad, y con razón. El ayuntamiento adoptó el programa Santa Monica Sustainable City en 1994. Veinticinco años después, la ciudad implementó proyectos que van desde tareas de modernización de edificios hasta programas de energía renovable, y cada uno o dos años hay un nuevo alcalde para garantizar que haya nuevas perspectivas. Gleam Davis asumió como alcaldesa en diciembre de 2018, luego de ejercer en el consejo desde 2009. Participa de manera activa en la comunidad desde que se mudó allí en 1986, y se ha involucrado con organizaciones como la Comisión de Planificación de Santa Mónica, WISE Senior Services y Santa Monicans for Renters’ Rights. Como asesora corporativa de AT&T, trabajó con Kids in Need of Defense, que representa a menores solos en tribunales de inmigración. Antes de unirse a AT&T, Davis procesaba violaciones a los derechos civiles como abogada litigante en el Departamento de Justicia de EE.UU. y fue socia en el estudio de abogados Mitchell, Silberberg & Knupp. Nació en California y se recibió en la Facultad de Derecho de Harvard y USC. Davis tiene un hijo con su esposo, John Prindle. Habló con Anthony Flint, miembro sénior del Instituto Lincoln, para este número de Land Lines.

Anthony Flint: El sistema de Santa Mónica de cambiar de alcalde cada dos años, ¿presenta un desafío para las labores de sustentabilidad, que suelen demorar en su proceso y en mostrar resultados? ¿Cuáles son los proyectos que pueden tener más impacto en su próximo término?

Gleam Davis: No creo que esto genere un gran impedimento para el programa de sustentabilidad. El alcalde y el alcalde pro tempore son miembros del ayuntamiento de toda la ciudad. El ayuntamiento establece la política, adopta el presupuesto y lleva adelante las políticas de la ciudad. Luego, es el administrador de la ciudad quien las implementa. Todas las orientaciones de políticas que recibe el administrador de la ciudad provienen de votos de todo el ayuntamiento.

En el frente de la sustentabilidad, la gran noticia es que ahora pertenecemos a un grupo llamado Clean Power Alliance

Otro hilo conductor que mantenemos en el tiempo es ofrecer opciones de movilidad. Vivimos en una ciudad compacta, menos de 23 kilómetros cuadrados, y tenemos la capacidad de ofrecer opciones de transporte a nuestros residentes. Tenemos un metro ligero con tres estaciones; entonces, se puede tomar ese transporte hasta el centro de Santa Mónica o el de Los Ángeles. Para nuestro Big Blue Bus [que funciona a gas natural y se está cambiando para tener toda la flota eléctrica en 2030], tenemos una política de “cualquier viaje, en cualquier momento”. Así, los estudiantes se pueden subir a un autobús, mostrar su identificación de cualquier universidad (muchos estudiantes de UCLA viajan allí, y por supuesto [estudiantes de] Santa Monica College), y es gratis.

AF: La estrategia ecológica general de la ciudad ha incluido una norma pionera de energía cero para nuevas construcciones unifamiliares y el compromiso de que toda la energía municipal se debe obtener con métodos renovables. Pero el proyecto de US$ 75 millones para el nuevo edificio municipal ha recibido críticas por ser demasiado caro. ¿Cómo se hace para que ser ecológico también sea rentable?

GD: Es importante saber que estamos alquilando una buena cantidad de propiedades privadas para las oficinas gubernamentales, con un costo de unos US$ 10 millones anuales. Necesitábamos llevar a los empleados a una ubicación central, que ahorrará dinero en los alquileres y promoverá las reuniones cara a cara y “accidentales”, que pueden resultar tan importantes para la comunicación. Sencillamente, tenía sentido a nivel empresarial que todos estuvieran bajo un mismo techo. Con el tiempo, terminaremos ahorrando dinero, y al final el edificio se pagará a sí mismo, solo con esa base. Con el tiempo, habrá ahorros adicionales, si el edificio es energéticamente neutral y reduce el consumo de agua (no consumiremos recursos fuera del edificio).

Una de las cosas que hemos hecho fue exigir a los desarrolladores que cumplan requisitos de sustentabilidad bastante estrictos. Si vamos a hacer eso, debemos predicar con el ejemplo. Esa es una de las cosas que demuestra este edificio: se puede construir un edificio extremadamente sustentable que, al final, ahorrará dinero. Intentamos ser un modelo, demostrar que, con un poco de inversión anticipada, se puede tener un gran impacto con el tiempo.

AF: ¿Cómo se conecta el proyecto Wellbeing, que ganó un premio de Bloomberg Philanthropies por la evaluación prolongada de las necesidades de los votantes, con sus labores de sustentabilidad? ¿Qué ha revelado?

GD: Nos declaramos una ciudad sustentable de bienestar. ¿Cómo les está yendo a las personas de la comunidad? ¿Prosperan o hay algún problema? El proyecto Wellbeing comenzó como una evaluación de la juventud y cómo le iba, y qué podemos hacer como ciudad para ayudar. En verdad, se trata de cambiar la relación entre el gobierno local y la gente. No es un concepto nuevo, en realidad. Sin intención de ser cursi, se remonta a la Declaración de la Independencia: vida, libertad y la búsqueda de la felicidad. Eso no tiene que ver con que la gente salga y se divierta, sino con la capacidad que tiene de prosperar. El sentido de comunidad se puede desgastar, sea por la tecnología o la cultura. Una de las cosas que hacemos es asegurarnos de que los niños entren al jardín de infantes listos para aprender. Para los ciudadanos mayores, [nos preguntamos] ¿se sienten aislados en sus departamentos? Es un movimiento global en el cual nos entusiasma participar.

En nuestro programa Wellbeing Microgrant, si a la gente se le ocurre algo para fortalecer la comunidad, lo financiaremos, hasta US$ 500. Un ejemplo fue salir y escribir las historias y los recuerdos de los residentes hispanohablantes en muchas partes de la comunidad en que el inglés es la segunda lengua. Otra fue una cena para acercar a la comunidad latina con la etíope. Un individuo tomó un terreno vacío y creó una zona de juegos temporal y un espacio de arte. Se trata de que la comunidad esté conectada.

AF: Otra estrategia innovadora es aplicar recargos al uso excesivo de agua para financiar programas de eficiencia energética en viviendas de bajos ingresos. En lo que respecta al agua, ¿cuál es su visión a largo plazo sobre la gestión de este recurso, siendo que parecen venir tiempos peligrosos?

GD: Una cosa que hemos hecho, que se propagará en mi término y en el próximo, es trabajar para ser autosuficientes con el agua. Controlamos algunos pozos en la región, pero [en la década de 1990] tuvimos contaminación, y acabamos por llegar a un acuerdo multimillonario [con las petroleras responsables]. Hemos estado obteniendo el 80 por ciento de nuestra agua del Distrito Metropolitano de Agua [desde que se descubrió la contaminación]. Si ha visto Barrio chino, ese [es el sistema que] chupa agua del río Colorado y lo lleva a Los Ángeles; y ahora lo hemos revertido por completo, y volvimos a recibir el 80 por ciento del agua de nuestros propios pozos (restaurados). Con esto, tenemos mayor capacidad de resistencia en caso de que un terremoto afecte los acueductos u ocurran otros eventos disruptivos a la infraestructura hídrica, por ejemplo si se rompe un conducto de agua. Además, bombear el agua de las montañas [desde el río Colorado] cuesta mucha energía. Nos estamos asegurando de que nuestra infraestructura hídrica esté en buen estado. No estamos intentando aislarnos. Pero si obtenemos mejor agua de nuestros propios pozos, tendremos agua buena y limpia en el futuro próximo.

AF: ¿Qué políticas le gustaría ver que podrían limitar la devastación tan triste que se vio en los últimos incendios de California?

GD: Por suerte, Santa Mónica no sufrió efectos directos del incendio Woolsey. Nuestra vecina Malibú sí, su centro de operaciones de emergencia estaba justo en el camino del incendio, entonces vinieron a usar el nuestro para combatir el fuego, rescatar a personas y limpiar. Bajo el enfoque de ayuda mutua, algunos bomberos de Santa Mónica trabajaron en el foco en distintas partes del estado. Organizamos reuniones con la FEMA sobre el desplazamiento y la recuperación. Tenemos una directora general de recuperación; ella es como un martilleo constante, les recuerda a las personas que [un desastre natural importante] podría ocurrir aquí. Promocionamos el Plan de Siete Días: ¿todos tienen siete días de agua y comida y una radio de emergencia que no necesite electricidad? También aprobamos requisitos agresivos para terremotos y evaluamos las propiedades más vulnerables; ahora estamos pasando a hacerles reformas antisísmicas.

Estas cosas que hacemos en Santa Mónica pueden parecer un poco extremas y cuestan dinero, pero no se trata solo de ganar premios o darnos palmaditas en la espalda por ser progresistas con el medioambiente. Es para que podamos capear eventos climáticos como incendios. La gente dice “están gastando dinero, aumentan el precio del agua, y la energía cuesta más . . .” queremos hacerlo para afrontar los impactos del cambio climático. Pero también significa que, cuando haya un desastre natural, seremos más resistentes.

AF: La experiencia de la ciudad con los escúter eléctricos (me refiero a la empresa que lanzó una flota sin pedir permiso) parece demostrar que la transición a una economía compartida sumada a la innovación tecnológica puede ser desprolija. ¿Es posible aceptar la alteración y mantener el orden?

GD: Fuimos una especie de foco con los escúter. Al principio, fue una alteración, y tuvimos que hacer muchos ajustes. Su filosofía fue que era más fácil pedir perdón que permiso. Hubo un poco de pánico, y algunas personas también los usaban de una manera horrible. Ahora estamos en un programa piloto de 16 meses, para el cual seleccionamos cuatro operadores de movilidad sin anclaje: Bird, Lime, Jump, que es parte de Uber, y Lyft. Creamos un límite dinámico sobre la cantidad de aparatos en la calle, para que no puedan soltar todos los que quieran. Tenemos algunas políticas para abordar los conflictos y la seguridad, y se emitieron multas cuando fue necesario.

Todo esto forma parte de la intención de dar a nuestros residentes muchas opciones de movilidad. Todo está diseñado para dar a las personas la opción de salir del auto, ya sea para ir al centro de Los Ángeles o para caminar dos cuadras al restaurante del vecindario. Queríamos asegurarnos de que nuestras comunidades con mayor diversidad económica tengan acceso, que no sea solo el centro. Si se puede reemplazar al auto por medios alternativos como los escúter o bicicletas eléctricas para la primera o la última milla, eso es mucho ahorro en costos. [En noviembre de 2018] tuvimos unos 150.000 viajes en movilidad compartida. Eso es bastante increíble para un lugar con 93.000 personas. Al final del piloto, evaluaremos todo y descifraremos cómo seguir a partir de eso.

Algunas ciudades vecinas prohibieron los escúter por completo, pero Santa Mónica no lidia así con la tecnología. Estamos buscando el mejor modo de gestionar la tecnología disruptiva. La alteración no es mala palabra.

 


 

Anthony Flint es miembro sénior del Instituto Lincoln de Políticas de Suelo.

Fotografía: Gleam Davis, alcaldesa de Santa Mónica. Crédito: Kristina Sado

Grandes adaptaciones

Cómo dos antiguas ciudades industriales pequeñas incorporan la infraestructura verde
Por Cyrus Moulton, April 30, 2019

 

A medida que la lluvia se acumulaba sobre el techo de 14.000 metros cuadrados de un centro de tránsito en uno de los vecindarios más inundables de Worcester, Massachusetts, el panorama se hacía nefasto. Pero, en vez de transformarse en una amenaza, esa agua pluvial se escurrió en un revoltijo de equináceas moradas, eupatorias púrpuras, salvias rusas y otras plantas tolerantes a inundaciones y sequías que crecen entre el complejo y la avenida Quinsigamond, que está cerca de allí.

El centro de tránsito, construido sobre un terreno abandonado acondicionado, representa una inversión de US$ 90 millones para esta pequeña ciudad. Los elementos de infraestructura verde, como ese jardín de biofiltración que absorbe agua de lluvia, se consideraron necesarios, dice William Lehtola, presidente del comité asesor de la Autoridad Regional de Tránsito en Worcester: “Queremos ofrecer el mejor ambiente posible para la ciudad, nuestros clientes y empleados”, dijo. “No solo en los autobuses, sino también en las instalaciones”.

Con la labor continua y agotadora de recuperarse de las graves pérdidas económicas y de población que Worcester y su vecina Providence, Rhode Island, sufrieron desde su auge como fabricantes, el enfoque ecológico toma impulso en estas antiguas ciudades industriales pequeñas. A pesar de los desafíos, que van desde las restricciones financieras hasta la infraestructura deteriorada, muchas de estas ciudades se dieron cuenta de que invertir en infraestructura verde (y a veces forzarla) ofrece múltiples beneficios. Algunos proyectos, como jardines pluviales o de biofiltración, agricultura urbana y plantación de árboles, ya sean introducidos a pequeña escala o implementados en toda la ciudad, son una forma efectiva de revitalizar espacios públicos, gestionar agua pluvial, mejorar la salud pública y lidiar con los impactos del cambio climático, desde el aumento de las temperaturas hasta las inundaciones.

La infraestructura verde puede abordar muchos desafíos, y también ofrecer servicios”, dice el profesor Robert Ryan, presidente del Departamento de Arquitectura Paisajística y Planificación Regional de la Universidad de Massachusetts, Amherst. Ryan ha liderado cursos sobre antiguas ciudades industriales, como Worcester. “Las ciudades como Worcester y Providence son lugares ideales para este enfoque”. Cultivar este cambio no siempre es sencillo. Si bien los nuevos códigos, las normativas y la conciencia ambientales aumentaron la frecuencia de los proyectos de infraestructura verde, suelen seguir coexistiendo con estructuras y partes de la calle de una época anterior, cuando las vías fluviales cercanas eran cloacas de hecho y el asfalto era la elección predilecta para las mejoras urbanas.

A medida que las antiguas ciudades industriales del país implementan proyectos y estrategias de infraestructura verde, lidian con una realidad importante: no se pueden volver a crear así como así. Sin embargo, sí pueden adaptarse y evolucionar.

Nueva Inglaterra como nueva

Worcester se encuentra en una zona de colinas en el centro de Massachusetts y alberga unas 185.000 personas. El pico de población fue en 1950, con 203.486 personas, y cayó a unas 161.000 en 1980.

Worcester siempre fue el centro económico del condado de Worcester, donde se encuentra. Pero se ganó el apodo de “Corazón del territorio autónomo” gracias a las conexiones con Boston (por tren en 1835) y con Providence (por el canal Blackstone en 1828 y el tren Providence & Worcester Railroad, a fines de la década de 1840); así, adquirió importancia como centro industrial y de transporte. Se hizo conocida por las máquinas-herramientas, productos trefilados y telares mecánicos.

Providence, ubicada a orillas del río Providence, en el cabo de la bahía Narragansett, siguió un camino similar, pero en un entorno diferente. La ciudad costera alberga unas 180.000 personas. Es más que el récord mínimo del s. XX, de 156.000 en 1980, pero mucho menos que su pico, de más de 252.000, en 1940. Providence es la capital del estado y se convirtió en el centro neurálgico de fabricación luego de la Guerra de Independencia, con fábricas que producían en masa joyas, textiles, objetos de plata y maquinarias, y los enviaban desde el puerto. En un punto, fue una de las ciudades más ricas del país.

En ambas ciudades, la actividad industrial y la población terminaron por menguar y, junto con la suburbanización, dejaron secciones vacías que antes eran bulliciosos centros urbanos (ver Figura 1). Pero, tal como sucede con muchas antiguas ciudades industriales, poco a poco la gente redescubre los recursos que ofrecen estas comunidades. Como explican Alan Mallach y Lavea Brachman en el informe Regenerating America’s Legacy Cities (Regenerar las antiguas ciudades industriales de Estados Unidos) del Instituto Lincoln, algunos de estos recursos son bases de empleo en el centro, vecindarios estables, redes de transporte multimodal, facultades y universidades, tiendas locales, edificios y zonas históricos, e instalaciones para arte, cultura y entretenimiento (Mallach 2013).

Por ejemplo, Providence es sede de la Universidad Brown, la Escuela de Diseño de Rhode Island, la Universidad de Rhode Island y Johnson & Wales. Worcester alberga más de una decena de instituciones de educación superior, como la Universidad Clark, el College of the Holy Cross, el Instituto Politécnico de Worcester y la Facultad de Medicina de la Universidad de Massachusetts. Ambas ciudades poseen hospitales importantes y espacios para espectáculos. Y ambas ciudades han revitalizado sus centros con proyectos distintivos.

Providence logró renovar su imagen como centro artístico y cultural a principios de los 90. En una labor masiva de infraestructura verde, exhumó el río Providence, nacido de la confluencia de los ríos Woonasquatucket y Moshassuck, que hacía mucho tiempo habían sido enterrados bajo estacionamientos y vías de tren, y sus orillas bordeadas con parques y senderos peatonales. El alcalde de ese entonces, Vincent “Buddy” Cianci Jr., dijo: “El río debe ser una parte integral de la ciudad. No lo tapen, no lo bloqueen, no lo contaminen. Celébrenlo y úsenlo”. Este trabajo masivo cambió la personalidad del centro, que pronto comenzó a atraer nuevos proyectos de desarrollo, como renovaciones ambiciosas de molinos vacíos, y también nuevos residentes y empresas.

Worcester está reemplazando el fallido centro comercial del centro con el redesarrollo CitySquare de uso mixto, una inversión de US$ 565 millones. Este volverá a conectar el distrito empresarial central con otras partes pujantes de la ciudad, como Washington Square (donde se encuentra la renovada Union Station), los restaurantes de Shrewsbury Street y Canal District, que está de moda. De hecho, el informe Revitalizing America’s Smaller Legacy Cities (Revitalizar las antiguas ciudades industriales más pequeñas de los Estados Unidos) del Instituto Lincoln mencionó a Worcester por su “alto rendimiento” entre otras ciudades del mismo tamaño (Hollingsworth 2017). Algunos factores que incidieron en esta decisión son la cercanía a Boston y el fácil acceso por tren comercial, líderes con energía y habilidades para revitalizar la ciudad y el proyecto CitySquare. Providence no se incluyó en el informe del Instituto Lincoln, pero sus labores de revitalización fueron destacadas por organizaciones como la Asociación Americana de Planificación o The New York Times.

Si bien esta fuerza es prometedora, el cambio climático complica todo. En la región Noroeste, el cambio climático se asocia a eventos extremos más frecuentes, como lluvias fuertes e inundaciones, sequías, aire y temperatura del agua más cálidos, cambios en los patrones de circulación en el océano (e impactos relacionados en el clima y la pesca) y crecida del nivel del mar. La ubicación de Providence la hace vulnerable a inundaciones y daños de las tormentas “Nor’easter” y los huracanes que azotan sus costas. Un informe climático preparado en Worcester alude a impactos pronosticados, como “aumento de temperaturas, días con calor más extremo y cambios en los patrones de precipitación”.

Cierto grado de cambio climático es inevitable; literalmente, no hay nada que podamos hacer sobre eso ahora”, dice Edward R. Carr, profesor de desarrollo internacional, comunidad y medioambiente en la Universidad Clark, en Worcester. “La pregunta es: cuánto podemos lidiar con eso y cómo será en el futuro”.

Donde se unen la revitalización y la preparación

La lógica más fundamental al pensar en infraestructura verde es crear utilidades de una acumulación masiva de terrenos vacíos para que no sean una plaga y, con suerte, [tengan] un efecto positivo en el barrio”, dice Alan Mallach. “Históricamente, muchas personas tenían la teoría de que un terreno vacío era inútil, a menos que se construyera algo ahí. Pero eso está cambiando. Hay distintas formas de tomar un terreno vacío y hacerlo valioso para la comunidad, ya sea para fines recreativos, para producir alimentos frescos o para tratar el desborde de las cloacas. Hay formas de abordar los terrenos vacíos que no implican construir viviendas u oficinas nuevas”.

Al evaluar las oportunidades de uso del suelo, las antiguas ciudades industriales suelen carecer de poder político o económico para diseñar soluciones efectivas. Pero hay un área en que estas ciudades tienen una ventaja: buscan reinventarse como lugares más saludables y atractivos para vivir; entonces, suelen estar más dispuestas a aceptar proyectos novedosos y creativos. Amy Cotter, directora adjunta de Programas Urbanos del Instituto Lincoln, dice que esto ayudará en la era del cambio climático.

Si se piensan formas de preparar a las antiguas ciudades industriales para que tengan una participación crucial en un futuro en que el cambio climático afecta a los grandes centros demográficos, la infraestructura verde podría ser una estrategia de revitalización y preparación para el clima”, dice Cotter. “También puede ayudar a los lugares a revitalizarse y lidiar con lo que, de otro modo, sería la plaga de las propiedades vacías”.

Las antiguas ciudades industriales más grandes de todo el país han adoptado un conjunto de opciones con estos objetivos en mente. En Detroit, una labor cabal de infraestructura verde llevó a que en toda la ciudad broten techos verdes, jardines pluviales y un programa de “callejones ecológicos” por el cual las plantas nativas y el pavimento permeable reemplazan los escombros urbanos y el concreto en callejones que antes estaban abandonados. En Cleveland, el distrito regional de cloacas administra un programa de subsidios para infraestructura verde, y se están concretando planes ambiciosos para un parque que ocupará 8 hectáreas de costanera del río Cuyahoga, que antes era industrial. Filadelfia invierte unos US$ 2.400 millones en financiación pública durante 25 años para hacer desde barriles pluviales hasta humedales urbanos para reducir el desborde combinado de las cloacas.

Las antiguas ciudades industriales más pequeñas, con menos de 200.000 habitantes, no siempre llegan a los titulares ni tienen los recursos y la capacidad de emprender proyectos tan grandes, pero muchas realizan labores similares. Worcester y Providence demuestran cómo la infraestructura verde puede ayudar a estas ciudades (una en la costa y una tierra adentro) a recuperarse de los desafíos del siglo pasado y prepararse para las incertidumbres de las próximas décadas.

La infraestructura verde no solo es una alternativa ambientalista para los sistemas de agua pluvial tradicionales; también puede ayudar a protegernos de los impactos climáticos, como la isla de calor urbana y la erosión costera, y se puede usar en el diseño de las calles para que sean más seguras para ciclistas y peatones”, dice Leah Bamberger, directora de sustentabilidad de la ciudad de Providence. “Providence es una ciudad progresista, y la infraestructura verde es una oportunidad de invertir en empleos ecológicos y al mismo tiempo construir una comunidad próspera y más saludable”.

Encontrar soluciones para el agua pluvial

En los últimos 80 años, la frecuencia de inundaciones se ha duplicado en Rhode Island y el sur de Nueva Inglaterra, y también ha aumentado la magnitud de dichos eventos, según el informe Resilient Rhody: An Actionable Vision for Addressing the Impacts of Climate Change in Rhode Island (Rhody resiste: una visión factible para abordar los impactos del cambio climático en Rhode Island, estado de Rhode Island 2018). Por desgracia, la infraestructura de la región no está a la altura del desafío.

Gran parte de la infraestructura estatal para agua pluvial se construyó hace al menos 75 años, y se diseñó para tormentas menos intensas”, dice el informe Resilient Rhody. “El cambio climático desafía aun más la capacidad y el rendimiento de estos sistemas de drenaje”.

Carr dice que esto también sucede en la zona de Worcester, y destaca: “Aquí, sencillamente la infraestructura no está hecha para lidiar . . . con lo que se está convirtiendo en normal”.

La adaptación al clima es muy específica de cada lugar”, dice Ryan, de la Universidad de Massachusetts, quien coeditó Planning for Climate Change: A Reader in Green Infrastructure and Sustainable Design for Resilient Cities (Planificar para el cambio climático: texto sobre infraestructura verde y diseño sustentable para ciudades con capacidad de recuperación), publicado por Routledge. “Para estas ciudades en particular y cualquier antigua ciudad industrial, la pregunta es cómo ubicar el agua adicional que llega con el aumento del nivel del mar y de las precipitaciones”. Ryan destaca que los patrones de desarrollo de vecindarios tendieron a surgir de la ubicación histórica de viviendas de empleados cerca de fábricas y molinos costeros, y dice que las inundaciones también desatan cuestiones de igualdad: “¿Cómo protegen las ciudades a las poblaciones vulnerables en esas zonas bajas?”

Las entidades públicas y privadas están tomando medidas con esta serie de preocupaciones en mente. La coalición Green Infrastructure Coalition, de Rhode Island, compuesta por más de 40 organizaciones sin fines de lucro, planificadores de ciudades, arquitectos, funcionarios electos y otros, trabaja para promover proyectos de infraestructura verde como forma de reducir los problemas de agua pluvial, como inundaciones y contaminación.

La coalición contrata equipos locales para instalar proyectos de infraestructura verde, como un jardín de biofiltración en un parque local, un techo verde o un jardín pluvial, y capacita sobre el mantenimiento a los empleados de obras públicas y otras partes involucradas. “Por ahora son proyectos pequeños, pero parece que la necesidad y el apetito de ellos están creciendo”, dice John Berard, director estatal en Rhode Island de Clean Water Action, que funciona como organizador de proyecto para la coalición. “Vemos que prevalece cada vez más a medida que las tormentas empeoran, y las ciudades se están dando cuenta de que el agua pluvial es una parte muy importante de la gestión efectiva de la ciudad”.

Mientras tanto, la ciudad de Worcester estableció políticas que ayudan a garantizar una buena gestión del agua pluvial. La ciudad regula la escorrentía cerca de humedales y colectores de fango que drenan directamente a humedales o zonas con recursos hídricos. Además, ningún desarrollo o redesarrollo debe tener un aumento neto de tasas de escorrentía, lo cual suele ver nacer sistemas de gestión de agua pluvial en el mismo sitio de desarrollos grandes.

Por otro lado, la ciudad protege el suelo de su cuenca de manera intensiva, para mejorar la calidad del agua potable y compensar parte del territorio que se perdió con el desarrollo, según indica Phil Guerin, director de operaciones hídricas y de cloacas de la ciudad.

Pero Guerin destaca que, debido a la naturaleza urbanizada de Worcester y su geología, es difícil reducir la cantidad de superficies impermeables. “Hay muchas zonas con lecho rocoso poco profundo, un nivel de agua poco profundo, y es una ciudad bastante urbanizada”, dice Guerin.

Combatir el efecto de isla de calor urbana

Hace algunos años, los científicos de la NASA se propusieron comprender la diferencia entre temperaturas en la superficie de las ciudades del Noreste y las zonas rurales circundantes. En la investigación descubrieron que, en un período de tres años, las temperaturas en la superficie de las ciudades tuvieron un promedio de 7 a 9 grados más que las zonas circundantes. En Providence, las temperaturas de la superficie son unos 12,1 grados más cálidas que en el campo circundante (NASA 2010). El hecho de que Providence es compacta ayudó a este efecto de isla de calor, ocasionado porque los edificios retienen el calor y por la infraestructura urbana, como el asfalto.

Cuando se trata de combatir este efecto, la respuesta es evidente, dice Carr, de la Universidad Clark: “Árboles, árboles, árboles. Hay montones de estudios que indican que los mantos urbanos de árboles hacen una diferencia impresionante en el descenso de las temperaturas, mejoran la calidad del aire y, en cierto sentido, ayudan con las inundaciones”.

Según el Departamento de Agricultura de EE.UU., un árbol saludable de 30 metros de alto puede tomar 41.600 litros de agua del suelo y liberarlos al aire en un solo período de vegetación.

En 1907, la ciudad de Providence registró unos 50.000 árboles en las calles, según indica la asociación local sin fines de lucro Providence Neighborhood Planting Program (PNPP). Hoy, la ciudad tiene apenas la mitad: unos 25.500, según el tablero de sustentabilidad en el sitio web de Sustentabilidad de la ciudad de Providence. Se está realizando un inventario de árboles en toda la ciudad.

Con su plan Trees 2020, Providence pretende aumentar el manto de árboles en un 30 por ciento hacia 2020 y plantar 200 árboles cada año. La ciudad se asoció con PNPP; ofrecen subsidios para plantar árboles, realizar los cortes en las aceras y alcorques, y entregar árboles gratis. Además, PNPP y la ciudad ofrecen el programa Providence Citizen Foresters, que ofrece capacitación técnica centrada en el cuidado de los árboles urbanos jóvenes. Desde 1989, PNPP cofinanció la colocación de más de 13.000 árboles en las calles con más de 620 grupos vecinales.

Si la gente está involucrada y quiere el árbol, es más probable que lo cuide y lo riegue”, dice Bamberger. “Se pueden plantar árboles todo el día, pero si no hay nadie que los cuide y los riegue, no van a durar mucho”.

Ryan hace eco de esta idea, que concluye con la investigación en la que ayudó en jardines comunitarios de Boston y Providence. “A veces hay grupos externos que vienen a las ciudades y vecindarios y dicen qué linda es la infraestructura verde. Pero, a menos que la comunidad la quiera, y quiera mantenerla, no se sostiene bien en el tiempo”, dice. “La infraestructura verde necesita verticalidad en ambos sentidos. Un enfoque de abajo hacia arriba parece tener un impacto a mayor plazo en lo que refiere a la administración y a lograr que los proyectos funcionen”.

En Worcester, una labor sólida de plantación de árboles acabó por convertirse en una historia de éxito a nivel estatal. En 2008 se encontraron escarabajos asiáticos de cuernos largos en Worcester, lo que llevó a una labor masiva de erradicación que acabaría con 35.000 árboles en una zona de cuarentena de 285 kilómetros cuadrados en la ciudad y pueblos adyacentes. Cuatro años más tarde, algunos alumnos de la Universidad Clark comenzaron a estudiar el impacto de la pérdida de estos árboles y notaron que el efecto de isla de calor había aumentado —al igual que las cuentas de calefacción y aire acondicionado— en un barrio que había perdido los árboles.

En 2009 se lanzó una ambiciosa labor de reforestación conocida como Worcester Tree Initiative. La ciudad y el Departamento estatal de Conservación y Recreación (DCR, por su sigla en inglés) se unieron para plantar 30.000 árboles en apenas cinco años, en jardines privados, parques y las calles. El programa recluta administradores vecinales de árboles para que los cuiden y los controlen, y cuenta con el programa de verano Jóvenes Adultos Guardabosques para jóvenes en situación de riesgo.

La asociación tuvo tanto éxito que el DCR la expandió a otras ciudades de Massachusetts mediante la iniciativa Greening the Gateway Cities. Este programa se concentra en áreas dentro de ciudades con un manto de árboles inferior, viviendas más antiguas y mayor población arrendataria. El DCR trabaja con asociaciones locales sin fines de lucro y contrata equipos del lugar para plantar árboles y lograr beneficios ambientales y eficiencia energética. Hoy, este programa está activo en Brockton, Chelsea, Chicopee, Fall River, Haverhill, Holyoke, Lawrence, Leominster, Lynn, New Bedford, Pittsfield, Quincy, Revere y Springfield.

El modelo se instaló en zonas donde se encontraba el escarabajo y ahora es un modelo de éxito en todo el estado”, dice Ken Gooch, director del programa Forest Health Program, del DCR. “Hemos plantado miles y miles de árboles”.

Enfrentar los desafíos

La norma de zonificación en la ciudad de Worcester exige que se planten árboles alrededor del perímetro de un estacionamiento junto a una calle, parque o propiedad residencial que atienda a más de tres moradas residenciales. Además, se exige plantar árboles en el interior en terrenos con más de 16 lugares de estacionamiento, y la Política Completa de Calles del estado, promulgada en marzo de 2018, destaca los árboles en particular como parte importante de la vía pública, dice Stephen Rolle, director asistente de desarrollo de la ciudad.

Pero algunos barrios están menos dispuestos a tener árboles: los servicios, el cableado y las aceras en calles estrechas compiten por el espacio. Sencillamente, en ciudades urbanizadas hay menos lugar para plantar árboles, en especial los que dan mucha sombra y ofrecen más beneficios ambientales. Los jardines pluviales y de biofiltración urbanos a veces deben competir por el espacio con servicios y estacionamientos.

En el centro, hay espacios asfaltados valiosos, y la gente no está segura de desprenderse de ese estacionamiento para colocar jardines de biofiltración o árboles en la calle”, dice Berard, de Green Infrastructure Coalition.

Rolle destaca otro desafío: el desarrollo de baja intensidad a veces se percibe como más caro, debido a los costos de instalación o los requisitos de mantenimiento. Pero “hay bastante evidencia que sugiere que los beneficios de dichas mejoras en suma superan a los costos”, dice. “Puede ser más barato asfaltarlo, pero eso no significa que sea lo mejor”.

Parte del esfuerzo de Green Infrastructure Coalition es apoyar la financiación de un emprendimiento para agua pluvial con los costos de un servicio. Los dueños de propiedades aportan a esta financiación según la cantidad de superficie impermeable en su terreno, y los fondos se invierten en proyectos que incluyen infraestructura verde. Pero Berard reconoció que es difícil convencerlos. “Como solución de políticas, está bastante aceptado que es la mejor forma de financiar programas”, dice. “Pero políticamente, tiene mal sabor”.

Con vistas al futuro, se están armando más planes en ambas ciudades. Worcester está involucrada en un proceso de plan maestro en toda la ciudad que considerará adaptaciones al cambio climático. La ciudad también recibió un subsidio de U$ 100.000 en 2018 para preparar una evaluación de vulnerabilidad ante el cambio climático.

Además, el departamento de Agua y Cloacas está desarrollando un plan a largo plazo para priorizar inversiones en infraestructura de agua, aguas residuales y agua pluvial en los próximos 50 años. Así, tiene la oportunidad de aumentar la capacidad de absorber agua pluvial mediante infraestructura verde.

La ciudad de Providence, por su parte, ha estado actualizando su Plan de Atenuación de Peligros, con un enfoque principal en preparación para el clima, indica Bamberger. Dice que, con la mayor presión del cambio climático, anticiparse y sembrar las semillas de una ciudad más ecológica serán las claves para la vitalidad.

Si solo hay un día para prepararse, hay [menos] opciones . . . Tal vez solo se puedan trabar las escotillas”, dice. “Pero tenemos un poco de tiempo para pensar estratégicamente cómo debemos responder a estos impactos. Integrar la naturaleza al diseño urbano y apoyar los sistemas naturales de los cuales dependemos es crucial para crear una ciudad resistente al clima”.

 


 

Cyrus Moulton es periodista para Worcester Telegram & Gazette

Fotografía: Los autos navegan en una inundación severa bajo un antiguo puente de Providence & Worcester Railroad. Worcester, julio de 2018. Crédito: Matthew Healey

 


 

Referencias

Portal de datos de libre acceso “Sustainability Dashboard” de la ciudad de Providence. https://performance.providenceri.gov/stat/goals/r6yh-954f.

Hollingsworth, Torey y Alison Goebel. 2017. Revitalizing America’s Smaller Legacy Cities: Strategies for Postindustrial Success from Gary to Lowell. Cambridge, MA: Instituto Lincoln de Políticas de Suelo. https://www.lincolninst.edu/publications/policy-focus-reports/revitalizing-americas-smaller-legacy-cities.

Mallach, Alan y Lavea Brachman. 2013. Regenerating America’s Legacy Cities. Cambridge, MA: Instituto Lincoln de Políticas de Suelo. https://www.lincolninst.edu/publications/policy-focus-reports/regenerating-americas-legacy-cities.

Estado de Rhode Island. 2018. Resilient Rhody: An Actionable Vision for Addressing the Impacts of Climate Change in Rhode Island. Providence, RI: Estado de Rhode Island (2 de julio). http://climatechange.ri.gov/documents/resilientrhody18.pdf.

Voiland, Adam. 2010. “Satellites Pinpoint Drivers of Urban Heat Islands in the Northeast.” Washington, DC: NASA (13 de diciembre). https://www.nasa.gov/topics/earth/features/heat-island-sprawl.html.

Several people are walking away from the camera on an elevated wooden walkway with a river in the foreground and mountains in the distance.

Water Planning

Land Use Decisions Could Make or Break the River That Sustains One in Nine Americans
By Anthony Flint, May 3, 2019

 

If the Colorado River Basin is a test case for how a massive watershed can prepare for scarcity in the years ahead, recent news has been encouraging.

Seven states, tribes, conservationists, and other stakeholders agreed to a Drought Contingency Plan, signed into law by President Trump last month, that spreads out cutbacks so that Lake Powell and Lake Mead don’t drop too low.

While the seven-year agreement confronted the nuts-and-bolts realities of keeping water flowing to forty million people and five million acres of farmland, the hard work to bring about a truly sustainable future is just beginning, participants agreed at the Lincoln Institute Journalists Forum this spring in Phoenix. The two-day event, attended by about 50 reporters and editors, was organized by the Babbitt Center for Land and Water Policy in partnership with Walton Family Foundation, Gates Family Foundation, and the Arizona State University Walter Cronkite School of Journalism and Mass Communication.

We’ve made enormous progress. We are learning to talk to each other,” said former Arizona Governor and U.S. Interior Secretary Bruce Babbitt (video). Now, he said, “We need to talk to each other about how we’re using water . . . how water gets used on the land.”

That conversation—both among and within Colorado River Basin states, with all stakeholders at the table—will help determine the best mix of future policies basin-wide, including conservation, efficiency, market pricing, and infrastructure. The problem, Babbitt said, is that the adversarial stance has dominated for so long—“waving the bloody shirt” as he put it, never giving in, never yielding a drop—it has blotted out these longer-term considerations.

That’s where we’ve always been. How do we divvy up the river, who gets what share, how much, in what circumstances . . . and it’s nobody’s business about how it’s used,” he said. The sooner that changes, the better, he said, so the next crisis in the basin doesn’t dictate how this most precious resource is managed.

The Journalists Forum, a tradition at the Lincoln Institute going back nearly two decades, has focused on various themes including climate change, gentrification, infrastructure, and property rights, to name a few. This year’s issue was the Colorado River Basin and the integration of water management and land use—the mission of the Phoenix-based Babbitt Center, established two years ago. On social media, the hashtag was #WaterMeetsLand.

After hearing an overview of the history, hydrology, and the laws, treaties, and other agreements governing the use of Colorado River Basin water, the journalists considered how intensely and quickly climate change has complicated everything about the system. Despite this year’s relatively robust snowpack, warming trends will inexorably decrease supply, said Kathy Jacobs, director of the Center for Climate Adaptation Science and Solutions at the University of Arizona, and a leader in the National Climate Assessment initiative. Virtually all future decisions and actions must be based in the understanding of climate science, she said.

Climate change has also raised the stakes in the already challenging business of bringing together stakeholders, including those in agriculture, the growing constituency of urban areas, and environmentalists concerned about the integrity of ecosystems. The intensity of the crisis tends to make different groups feel defensive and wary, just at the moment when they should be open to new ideas, said Colorado rancher Paul Bruchez, who has worked to blend the interests of wildlife habitat, recreation, and irrigation needs for agriculture.

Similarly, indigenous peoples, overlooked or excluded from many previous agreements, bring a lot to the table. “Tribes have lived for hundreds of years in some kind of balance,” said Daryl Vigil, water administrator for the Jicarilla Apache Nation, and part of the Ten Tribes Partnership. “We want to show the world how we fit into this picture.”

The journalists also heard from Stephen R. Lewis, governor of the Gila River Indian Community; Terry Fulp, Lower Colorado Regional Director of the U.S. Bureau of Reclamation; and Roberto Salmón, Mexican commissioner of the Mexico-United States International Boundary and Water Commission (video). All emphasized the importance of keeping and building relationships, and basing decisions on solid evidence.

As the forum turned to exploring solutions, technology emerged as one of the more promising tools for making water infrastructure more efficient, improving conservation, facilitating desalination and storage, and revealing what’s happening to the water on the land through satellite imagery and data collection. A solid foundation of evidence can guide decision making in powerful ways, said George W. “Mac” McCarthy, president of the Lincoln Institute.

Data collection tells stories that confront the intense emotions pulsing through all issues of water and land, he said, citing the Chesapeake Bay Conservancy’s high-resolution mapping, which helped farmers pinpoint areas of runoff from fields. That knowledge allowed farmers and environmentalists to target riparian buffers where they were most needed, rather than requiring blanket solutions for such interventions throughout the properties. Two potential adversaries started working better together, aided by technology. “It changed the entire sociology,” McCarthy said.

Still, there was no universal agreement about the path forward. “We have to address the structural deficit,” said Pat Mulroy, senior fellow at the William S. Boyd School of Law at the University of Nevada, Las Vegas, and a veteran of water battles (video). That means augmenting the system with new sources, and entertaining more radical ideas, like the sea-to-sea pipeline to stabilize California’s Salton Sea and the provision of extra water through desalination. “We can’t get through the next seven years simply by taking away. You can manage the system all you want. It’s going to crash. . . . You can’t conserve your way out of it. Everything has to be on the table.”  

Added Dave White, director of the Decision Center for a Desert City at Arizona State University: “There is simply no historical record that approximates what the future will be under the climate change scenario. . . . The mechanisms designed for the system thus far” can’t just be tweaked.

Yet all stakeholders should stay wary of “magical thinking” and a quest for a silver bullet, which can become a distraction, said Jennifer Pitt, Colorado River Program director for the Audubon Society. Others agreed that there is still plenty to gain by eliminating grass lawns, recycling water for use in toilets, or finding different ways to grow thirsty crops—and by scrupulously linking water management with land use, zoning for housing, and economic development. Many of those steps are being taken at the local level, seen in one presentation on policies and initiatives in the city of Westminster, Colorado.

Anne Castle, senior fellow at the Getches-Wilkinson Center for Natural Resources at the University of Colorado, Boulder, echoed the sentiments of several speakers by pointing out that the window for action will close soon. “We’ve only got a couple of years to do a lot of creative thinking and change our paradigm.”

Many agreed that the management of water resources “needs a lot of journalistic attention,” as Bruce Babbitt put it. Reporters and editors shared how they have engaged readers on the topic by telling stories that go beyond horse-race coverage of incremental political wins.

Ted Kowalski, senior program officer for the Walton Family Foundation’s Colorado River initiative, announced the establishment of The Water Desk, an independent news organization dedicated to coverage of Western water issues, to be led by Mitch Tobin at the University of Colorado.

In a session titled “Practicing the Craft,” Elizabeth Hightower Allen, features editor at Outside magazine, shared examples of content that engages readers by building on human drama. The challenge is to draw in the “concerned middle” between those who are “freaked out” and those who deny there is a crisis unfolding, suggested Cynthia Barnett, environmental journalist in residence at the University of Florida College of Journalism and Communications.

Paolo Bacigalupi, author of The Water Knife, fielded questions about his disturbing narrative of a dystopian future of chronic water shortages. The dark and action-packed novel was certainly one way to draw attention to water issues. But, he added, “I’d love to be proven wrong,” he said.

The journalists agreed that while specialized outlets like Circle of Blue, Aspen Journalism, and ProPublica have been putting water issues front and center, there is no substitute for thoughtful coverage by major metropolitan newspapers, which can have greater influence on elected officials and policy makers. One important journalistic obligation emerged: holding all parties accountable for following through with commitments.

Coverage flowing from the 2019 Journalists Forum included dispatches by Josh Stephens at California Planning & Development Report Jason Blevins at The Colorado Sun Ry Rivard at the Voice of San Diego and Tom Yulsman at Discover magazine. James Brasuell, managing editor at Planetizen, has also been aggregating stories about water and land use here.

Slide show presentations and videos of portions of the Journalists Forum are available on the Lincoln Institute website.

 


 

Anthony Flint is a senior fellow at the Lincoln Institute of Land Policy.

Photograph: Journalists at the Tres Rios water treatment area in Phoenix, one of several field trips to innovative projects, in collaboration with the 10X Water Summit, held just before the 2019 Journalists Forum. Credit: Anthony Flint

Place Database

Brownfields in High and Moderate Flood Risk Areas in Providence, RI
By Jenna DeAngelo, April 12, 2019

 

Though frequently seen as an urban liability, brownfields can be an asset. The cost to remediate these formerly developed properties is often high, but they present valuable opportunities for revitalization and redevelopment. According to the EPA, waterfront brownfields “can play an important role in bolstering local resilience to increased flooding, storm surge, or temperatures from a changing climate.” In Providence, brownfields are a top priority in the ongoing effort to revitalize river corridors and riverfront areas.

View the PDF version of this map for more detail and a key.

Sources: Brownfield Revitalization in Climate-Vulnerable Areas, U.S. EPA, 2016; Woonasquatucket Vision Plan, City of Providence, 2018.

Map Credit: The Place Database. www.lincolninst.edu/research-data/data/place-database

Scenario Planning

Embracing Uncertainty to Make Better Decisions
By Robert Goodspeed, March 31, 2019