Topic: Uso de suelo y zonificación

Construir consenso civil en El Salvador

Mario Lungo, Alejandra Mortarini, and Fernando Rojas, Enero 1, 1998

Una versión más actualizada de este artículo está disponible como parte del capítulo 6 del libro Perspectivas urbanas: Temas críticos en políticas de suelo de América Latina.

La descentralización del estado, el crecimiento de las empresas y la participación comunitaria en los asuntos públicos, están presentando nuevos retos para el desarrollo de las instituciones enfocadas en las políticas de tierras y su implementación en a través de América Latina. Los alcaldes y consejos locales están asumiendo nuevas responsabilidades en las áreas de protección ambiental, transporte urbano, infraestructura básica, financiamiento local, servicios sociales y desarrollo económico. Al mismo tiempo, las empresas y organizaciones civiles encuentran nuevas vías para asegurar la atención pública de sus exigencias mediante el urbanismo participativo, la administración de presupuestos, la cofinanciación y el control a nivel local.

De este modo, la descentralización y participación democrática están construyendo un medio en el cual las alianzas publico-privadas pueden desarrollar proyectos conjuntos de interés común tanto para individuos como para el gobierno. Sin embargo, a muchas instituciones les falta mucho para adaptarse totalmente a sus nuevos papeles de planificación, regulación y evaluación.

Las culturas de apatía y desconfianza hacia el gobierno arraigadas desde hace mucho tiempo, deben transformarse en una confianza común capaz de movilizar las mejores tradiciones comunitarias de los latinoamericanos. El patronazgo político y económico y la corrupción del estado, deben reemplazarse por responsabilidad política y administrativa. Leyes municipales, de contratación y de administración obsoletas aún restringen la capacidad tanto de los gobiernos locales como de la sociedad civil de interactuar creativamente por medio de arreglos contractuales y de cofinanciación.

Los retos institucionales y los dilemas de políticas que actualmente enfrenta el Área Metropolitana de San Salvador (AMSS) ilustran las transformaciones que ocurren a lo largo de la región. Después de años de guerra civil, los salvadoreños firmaron un acuerdo de paz en 1992 que proporcionó un marco de competencia real entre los partidos políticos y estimuló una participación más activa por parte de las empresas, las organizaciones no gubernamentales (ONGs) y las organizaciones comunitarias. La AMSS comprende varias municipalidades, algunas de ellas dirigidas por alcaldes de partidos de oposición al gobierno central. El cuerpo coordinador del AMSS es el Consejo de Alcaldes, que a su vez es dirigido por la Oficina Metropolitana de Planificación.

Con asistencia técnica de ONGs internacionales, la AMSS ha preparado un plan integral de desarrollo. Instrumentos contemporáneos de planificación urbana tales como la macrozonificación, los impuestos a la propiedad de tasa variable, la recuperación de plusvalías para la protección del medio ambiente, los consorcios público-privados y los coeficientes de uso de suelo están siendo considerados en la implementación de políticas de tierra, de desarrollo y de protección del medio ambiente. De hecho, los salvadoreños tienen el apoyo de varios centros de investigación que están familiarizados con el uso e impacto de estos y otros instrumentos en otras partes del mundo. Actualmente, su necesidad fundamental es movilizar a los protagonistas metropolitanos, tanto públicos como privados, en dirección a políticas comunes y desarrollar instrumentos compartidos para su aplicación.

Cerca del final, PRISMA, una prominente ONG salvadoreña y centro urbano de investigación, invitó al Instituto Lincoln a desarrollar un taller conjunto sobre herramientas de administración urbana, mecanismos de coordinación intergubernamental para áreas metropolitanas e iniciativas público-privadas para ciudades sustentables. El taller, llevado a cabo en El Salvador en octubre, contó con la participación de representantes de alta jerarquía en el gobierno central, así como alcaldes, funcionarios de planificación y otras autoridades del AMSS; así como representantes de asociaciones de construcción y desarrollo y algunas instituciones y organizaciones comunitarias.

Los oradores del Instituto Lincoln presentaron experiencias de Taiwan, Filipinas, México y otros países de América Latina que destacaron las políticas e instrumentos capaces de armonizar los intereses de diversos inversionistas urbanos y coordinar varios niveles de gobierno para el uso de la tierra y objetivos de desarrollo urbano. Los salvadoreños explicaron sus preocupaciones inmediatas, como la falta de coordinación intergubernamental para proteger el ambiente urbano, las discontinuidades en las medidas políticas, arbitrariedades a todos los niveles del gobierno e incertidumbres legales y administrativas.

Los participantes del taller concluyeron que para fomentar el nuevo marco legal e institucional que busca el AMSS, los salvadoreños necesitan ampliar las discusiones a otros protagonistas urbanos. También necesitan continuar trabajando con instituciones como el Instituto Lincoln, que tienen la confianza y credibilidad para presentar políticas de administración de tierra reconocidas internacionalmente y pueden ayudar a construir consenso entre intereses públicos y privados.

Mario Lungo es investigador en PRISMA, el Programa Salvadoreño de Investigación y Medio Ambiente; Alejandra Mortarini es la directora de los programas para Latinoamérica y el Caribe del Instituto Lincoln; y el abogado colombiano Fernando Rojas, es miembro visitante del instituto este año.

Urban Land as Common Property

Alice E. Ingerson, Marzo 1, 1997

In recent years, politicians, lobbyists and voters in the United States have often seemed polarized—or paralyzed—over where to draw the line between private and public rights in land. Common property, defined as group- or community-owned private property, straddles that line.

Most recognized common property is in natural resources, and most recognized commoners are rural people in developing countries. But the concept of commons might also apply to some aspects of urban land in the United States. At the least, common property theory may help U.S. policymakers understand more clearly what is at stake in debates about land rights.

At Voices from the Commons, the June 1996 conference of the International Association for the Study of Common Property in Berkeley, California, the Lincoln Institute assembled a dozen researchers and practitioners from the U.S. to discuss these new forms of commons, some of which are described in this article:

  • land trusts and limited-equity cooperatives
  • incidental open spaces
  • housing, including group homes, gated or common-interest developments and
  • the use of urban public property by the homeless
  • converted military bases

Property Rights and Land Use Strategies

Economist Daniel Bromley and legal scholar Carol Rose have proposed independent but roughly compatible schemes for classifying property regimes. Bromley focuses on the form of land rights, while Rose focuses on management strategies:

PROPERTY IN LAND

Bromley Rose

1. private property rights

2. state keep out

3. nonproperty do nothing

4. common property right way

Option 1 on each of these lists is classically private property. The owner’s rights are exclusive, and the owner decides what to do with the land. Option 2 is often associated with public land, in the sense that government owns it and decides what, if anything, can be done and who can do it on the land. Option 3 is the situation often lamented as “the tragedy of the commons,” in which the land is owned by no one, and everyone therefore has both access and incentives to abuse it. Despite the “tragedy of the commons” language, this option is better described as “open access,” “unowned” or “nonproperty.” Option 4 is most often associated with common property, defined as private property owned and managed in a specific “right” way by a group of people.

There is not a perfect correspondence between Rose’s strategies and Bromley’s categories. “Keep out” as a strategy may apply to either private or group-owned property as well as public lands–wherever the main strategy is to restrict access to a defined group, or to no one. The “right way” strategy may apply to “nonproperty” as well as commons–if anyone, and not just members of a specific group, can use the resource simply by following the prescribed rules of use.

Nevertheless, putting Bromley’s and Rose’s lists side-by-side suggests that the distinguishing feature of common property may be assigning land both to a specific group of people and to prescribed uses.

Most urban land in the United States is defined as either private or public property. Yet such land may be more like common property than is usually recognized. Zoning and environmental regulations, for example, do not allow private landowners to do anything and everything with “their” land. Instead, for example, the private owners of land next to a river may not be permitted to install underground oil storage tanks. Those aspects of land use that affect the community’s quality of life or shared environment are managed almost like common property.

What Makes a Successful Commons?

Elinor Ostrom has identified two prerequisites for successful common property regimes: the system must face significant environmental uncertainty, and there must be social stability in the group of owners/users. As Ostrom puts it, commoners must have “shared a past and expect to share a future.” They must be capable not just of “short-term maximization but long-term reflection about joint outcomes.”

Environmental instability gives commoners an incentive to share risks. Social stability allows or forces them to preserve resources for future generations. For example, in many Alpine villages, herds are private property but summer pastures are common property. To avoid overgrazing and free-riding, individual farmers cannot graze more sheep and goats on the summer pastures than they can feed privately over the winter. Access to the summer pastures helps to guarantee all families, whatever their private resources, a chance to earn a living.

Environmental instability and social stability are usually associated with rural places. Rural landowners face the random risks of droughts, floods and plagues, and are known–accurately or inaccurately–for their sense of community.

Do these requirements exist in the urban United States? Perhaps. Environmental instability is easy enough to find, if “environment” is defined as social and economic as well as physical. For many inner-city residents, depopulation, gentrification, or plant and base closings are just as random and devastating as floods or plagues. The social stability of these neighborhoods may be largely involuntary, created by economic and racial barriers to mobility. But some community activists also see human knowledge, social relationships and the land itself in such places as “social capital,” which can be mobilized for development through new forms of ownership.

Pros and Cons of Common Property

Most scholars who have written about common property have seen commoners as political and economic underdogs. A classic example is villagers defending their traditional forest grazing grounds against timber companies or government foresters who want to prohibit grazing to protect tree seedlings or prevent erosion. But commoners may also be prosperous or even highly privileged. For example, many private or gated “common interest” communities attempt to wall in high home values and wall out social and economic diversity.

Commoners are by definition conservative. To preserve their shared resources, they must exclude or expel anyone not willing to follow their land use rules. They must also keep the individuals who make the most productive or profitable use of the common property from taking their share of the proceeds and “cashing out” of the system. Although less comforting than the stereotype of downtrodden commoners who share and share alike, exclusionary commons may still be preferable to either privatization or state control.

But in practice, both these options may speed up resource exhaustion. Private owners may extract the maximum cash value from their land as quickly as possible, rather than preserve resources for their own or anyone else’s future use. “Keep out” signs may not keep local people from extracting resources unsustainably from government lands–in fact, hostility toward a distant government may encourage such behavior.

Economist William Fischel has applied this implicit comparison to U.S. local governments’ primary dependence on land-based (property) taxes. He sees all residents in a jurisdiction as commoners who share an interest in maximizing local land values. Fischel argues that California’s Proposition 13 was exactly the equivalent of turning a village commons into a national park. By restricting local property taxes and giving state government a stronger role in school funding, Proposition 13 transferred “ownership” of the schools from face-to-face communities to a distant government.

From the local taxpayers’ vantage point, this upward transfer of responsibility changed their schools from a local “commons,” with strong norms about the “right way” to finance and use education, into state property, which local residents almost saw as nonproperty. As a result, the quality of California schools was leveled across local jurisdictions, but it was leveled down rather than up. Education was exhausted rather than managed sustainably.

New Commons

A few experimental forms of land ownership and management in the U.S.–including land trusts, neighborhood-managed parks, community-supported agriculture and limited-equity housing cooperatives–explicitly avoid the extremes of private or public property. All these “new” forms of common property fit Carol Rose’s description of option 4: “right way.” All aim to foster or protect specific land uses or groups of users.

These experiments with property rights and responsibilities raise questions that few researchers, either on urban development or on common property, have yet addressed. When and how should local policymakers support experiments with “common property”? For example, should local and state officials help to remove regulatory barriers to group ownership of land, or support new criteria for mortgage financing of group-owned land?

There are also long-standing legal objections to “perpetuities”–trying to tie the hands of future owners about how to use their land. To avoid these objections, land trusts must sometimes seek special legal exemptions, or even change state property laws. The long-term costs and benefits of common property experiments, however, may depend less on the initial distribution of land rights than on shifting local politics and economic conditions. Finding answers to these questions will require close collaboration between researchers and practitioners.

Sidebars

Land Trusts and Limited-Equity Cooperatives

Much of land’s market value depends on whether it contains important natural resources, is located in a thriving community, or has access to services and infrastructure provided by government. The nineteenth-century American philosopher Henry George argued that all these values were created by something other than private action, and should therefore be captured for public use through taxation.

In recent years, land trusts and other groups have experimented with distributing the costs and benefits of land development in much the same way as proposed by Henry George, but through new forms of land ownership rather than taxation. Some of these experiments include limited-equity cooperatives and land trusts such as Boston’s Dudley Street Neighborhood Initiative. The Dudley Street project has made the land in an inner-city redevelopment area the common property of a nonprofit group, while allowing private ownership of homes and other buildings.

Using similar arguments, groups such as the Connecticut-based Equity Trust have dedicated the “social increment” in property values–the increase in land prices as a neighborhood recovers from blight, or a small town grows–to social purposes. For example, the portion of a home’s sale price that is due to the increase in land values rather than housing construction costs is used to subsidize the purchase price for the next homeowner.

Incidental Open Spaces

Vacant lots, old cemeteries and partially buried urban streams raise a host of questions about managing urban landscapes as commons. Groups seeking to reclaim or use such incidental urban open spaces must often persuade private owners to let them use and help to maintain the land. Some geographers and planners have remapped cities’ neglected, and in practice often “unowned,” open spaces.

Groups such as the Waterways Restoration Institute in Berkeley, California, have built on this research to help low-income city residents uncover and restore forgotten streams and their banks, turning them from neighborhood eyesores into neighborhood treasures. The process increases residents’ appreciation of the interdependence between the city and nature, which they often think of as exclusively suburban or rural.

Housing

For the elderly, single-parent households and many low-income families, detached single-family housing is either inappropriate or priced beyond reach. Yet traditional land use regulations, grounded partly in concerns about property values, favor only single-family housing. Advocates of privatization, in the U.S. as well as in developing or transitioning economies, often argue for converting common property into private ownership to promote reinvestment or increase property values. Organizations serving the homeless, such as San Francisco’s HomeBase, are seeing this argument applied even to traditionally public spaces such as doorways, parks and bus benches. To discourage the homeless from occupying these spaces, some local businesses and neighbors support regulations that convert them into quasi-private property.

Yet in all these settings, some researchers and practitioners have also proposed to manage the housing stock as a whole as a form of common property, both to meet needs not met by single-family detached housing and to encourage neighborhood reinvestment. In the U.S., researchers such as Cornell’s Patricia Pollak have examined the sources of opposition to, and the consequences of, converting some single-family homes into group quarters, accessory apartments and elder cottages. Many home and business owners who oppose these land uses in interviews, expecting them to depress property values, are ironically unaware that their neighborhoods already contain some of this alternative housing.

Converted Military Bases

For each base closed, the federal government offers planning funds to a single organization. That organization must represent the entire local community affected by the base closing, from public to private interests and across local political jurisdictions. Researchers such as the Massachusetts Institute of Technology’s Bernard Frieden are now studying the way that communities around these bases, which often include very diverse interests, are being forced to create at least temporary “commons” structures to receive federal grants.

Few bases have been all the way through the conversion process yet, so it remains to be seen whether these temporary structures will be converted for permanent land ownership or management. In the Oakland-San Francisco area, however, the Earth Island Institute’s Carl Anthony and others on the East Bay Conversion and Reinvestment Commission consciously considered long-term group or community ownership of some base lands as a way to meet regional needs for housing, open space and jobs.

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Alice E. Ingerson, director of publications at the Lincoln Institute, earned her Ph.D. in cultural anthropology, for research on the politics of rural industrialization in Portugal. She moderated the session “Is There an Urban Commons in the U.S.?” at the 1996 Voices from the Commons conference in California.

References

Steve Barton and Carol Silverman, Common Interest Communities: Private Governments and the Public Interest (Berkeley, CA: Institute of Governmental Studies Press, 1994).

Daniel Bromley, Environment and Economy: Property Rights and Public Policy (Cambridge, MA: Basil Blackwell, Inc., 1991).

William A. Fischel, Regulatory Takings: Law, Economics, and Politics (Cambridge, MA: Harvard University Press, 1995).

Elinor Ostrom, Governing the Commons: The Evolution of Institutions for Collective Action (New York: Cambridge University Press, 1990).

Carol M. Rose, “Rethinking Environmental Controls: Management Strategies for Common Resources,” Duke Law Journal 1991, no. 1 (February 1991), pp. 1-38.

Land Policy in Estonia

Establishing New Valuation and Taxation Programs
Ann LeRoyer, Septiembre 1, 1995

Like the other New Independent States of Central and Eastern Europe, Estonia is striving to adapt complex social and economic systems to changing conditions. To help Estonian policymakers enhance their understanding of land economics, taxation and related policy issues, the Lincoln Institute has embarked on a far-reaching collaborative education program with the American Institute for Economic Research (AIER).

Of special significance to both institutes is Estonia’s position as one of only a few countries where real estate taxes are applied solely to land, and where buildings and other improvements to land are not taxed. In addition, the country has already made dramatic progress toward establishing a market economy and a system of land taxation based on land value as an incentive for productive use of land and a means of discouraging speculation.

In making the transition to a market economy, Estonian policymakers are constrained by the lack of up-to-date information in the Estonian language on the fiscal and political implications of democratic government or on basic theory and research on land economics. Moreover, as the Estonian Parliament moves the country toward decentralization and land reforms, officials have recognized the need for practical assistance in developing procedures to determine land values and to administer tax assessment and collection systems.

The Lincoln Institute’s Role

For the Lincoln Institute, the current situation offers an opportunity to contribute knowledge about the economics of land markets and taxation based on a broad view of land policy. This approach includes examining the principles expounded by Henry George in his book Progress and Poverty that might be relevant in a country at the early stages of developing land markets.

“Estonia is a model environment for the Lincoln Institute to develop seminars in an economic development framework that analyzes land policy, taxation and valuation,” says Lincoln Institute faculty associate David A. Walker, professor of finance and director of the Center for Business-Government Relations at Georgetown University.

The Institute’s work with Estonia began in September 1993, when senior fellow Joan Youngman and fellow Jane Malme were invited to a conference in Tallinn to discuss the design of a property taxation system. The conference, sponsored and supported by the Paris-based Organisation for Economic Cooperation and Development (OECD) and the Danish Ministry of Taxation, was organized by Tambet Tiits, then director of the Estonian National Land Board and responsible for implementing the land assessment project.

Malme and Youngman subsequently invited Tiits to participate as a faculty member in a Lincoln Institute course on the interaction of land policy and taxation. Designed for government officials from Eastern Europe and the New Independent States, the course was presented in cooperation with OECD at their training centers in Copenhagen and Vienna.

In December 1994, a delegation composed of Malme, Youngman, Robert Gilmour, president of AIER, and C. Lowell Harriss, professor of economics, emeritus, at Columbia University, went on a fact-finding mission to explore research and education opportunities in Estonia. They recommended that the Institute organize educational programs in Estonia with Tiits, and in May 1995 Walker and Tiits cochaired an intensive three-day seminar. More than 20 senior level public policymakers attended, representing academia, business, three city governments, and various ministries and agencies of the national government.

The program focused on three key goals: studying the role of land taxation to promote efficient land use and to finance local government; learning about legal and administrative systems that support the development of efficient land markets; and understanding the relationships among land policies, land taxes, and land utilization, and their effective application to the economy of Estonia.

Other Lincoln Institute faculty associates participating in the May program were Gilmour; Roy Kelly, deputy director of the International Tax Program at Harvard University and research associate at Harvard Institute for International Development; Malme; Anders Muller, project manager for the Property Valuation and Tax Management Department for the Ministry of Taxation in Denmark; Jussi Palmu, director of Huoneistomarkkinointi Oi, a leading real estate agency in Finland; and Vincent Renard, director of research of CNRS for the Ecole Polytechnique, Laboratoire d’Econometrie, in Paris, France.

“We are pleased to be working with Tambet Tiits and other business and government leaders in Estonia,” says Lincoln Institute president Ronald L. Smith. “We believe the Institute can provide the kind of expertise their policymakers can use to develop the best approaches to land and tax reform, and to strengthen their ability to establish viable programs in a new and still changing economic climate.”

Primer on Land Issues in Estonia

The most northern of the Baltic States, Estonia has a strong tradition of family farming and land ownership. Unlike many other former Soviet bloc countries, its history included a period of independence from 1920 to 1940. In 1939 an estimated 145,000 small farms dotted the land area of 45,200 sq. km., and only about 30 percent of the population lived in urban areas. By the early 1990s, more than 70 percent lived in cities, with one-third of the country’s 1.6 million people inhabiting the capital of Tallinn.

During 50 years of Soviet rule from 1940 to 1990, Estonia experienced intense industrialization and urbanization, nationalization of land and mineral resources, and consolidation of its small farms into huge agricultural collectives. Demographic losses due to deportations, emigration and World War II reduced the number of farm workers and shifted the remaining population away from the land. Land use patterns and environmental integrity were further compromised by Soviet agricultural policies, causing much of the traditional farm land to become forested and moving farm activity to more marginal grasslands.

Restitution began in 1991 but it has been a slow process. The lack of up-to-date knowledge and technology, coexisting with bureaucratic inefficiencies and past agricultural policies, are challenging the effective use of land. However, new land use legislation and taxation have been created to solve these problems in a democratic way.

In only a few years, Estonia has become one of the most progressive and stable of the New Independent States. It has a high level of education and its people are eager to catch up with the “information age.” Its business and government leaders have established significant monetary reforms and pursued foreign trade and investment with the west, particularly Finland, other Scandinavian countries, and its former primary trading partner, Russia. Through the privatization of state enterprises such as textiles and forest products, and the growth of new private businesses in the service sector, Estonia is rapidly becoming a strong economic force in the region.

Current Research on Land Taxation in Estonia

Attiat F. Ott, Professor of Economics and Director of the Institute for Economic Studies at Clark University in Worcester, Massachusetts is conducting a research project titled “Land Taxation in the Baltic States: A Proposal for Reform,” with support from the Lincoln Institute. Over the next two years, Ott will conduct an assessment of the land taxation law introduced in 1994 by the Republic of Estonia. This law was developed in conjunction with the privatization and restoration of land to former owners, as stipulated in the 1992 Constitution. During this period of transition, the interrelationship between public ownership and private rights during the transition period is of primary importance. However, as in other countries, the Estonian property rights structure also affects and ensuing patterns of land use and development. These issues are at the core of the first phase of Ott’s research.

In the second phase, Ott will evaluate the land taxation law as an element of Estonia’s new, overall tax structure. The law defines both state and local land taxes using the same bases (sale price or use value of the land), but a different rate of taxation is levied at each level of government. Ott will review the strengths and weaknesses of the existing land tax system as a basis for offering and offer a comprehensive land taxation proposal for Estonia and the other Baltic States. She will incorporate ideas on the use of a site value tax and concerns about the undesirable effects of land speculation, which is occurring such as those occurring in some urban areas of Estonia.

While Ott’s research is directly related to the Institute’s interest in land value taxation, she will also be making methodological contributions as her quantitative work will extend the area of hedonic pricing models from their common application in housing to the area of land valuation.

Additional information in printed newsletter:
Map: Share of Agricultural Land in the Counties of Estonia: 1939, 1955 and 1992. Source: Adapted from Ulo Mander, “Changes of Landscape Structure in Estonia during the Soviet Period,” GeoJournal, May 1994, 33.1, pp 45-54.

The Bogotá Cadastre

An Assessment
Michelle M. Thompson, Abril 1, 2004

The implementation of any national planning program on a regional or local scale can be a challenge, even under the best circumstances. Colombia faces many social, political and economic issues that could easily have derailed the expansion of its major planning initiative—the national cadastral program. Some of these issues relate to its decentralized government, changing local public administrations, unstable economy and pervasive issues relating to poverty, the drug trade and international intervention. In spite of this situation, Bogotá’s Administrative Department for the District Cadastre (DACD) is gradually being recognized as a success story for developing countries in Latin America and beyond.

While legal conveyance, land policy and planning have been significant aspects of cadastres historically, fiscal management has been the primary focus in Bogotá for both its citizens and the business sector. The assessment administration process includes the maintenance of a database that receives information from the divisions that develop the econometric model, geographic information systems (GIS), building codes and enforcement, cartography, socioeconomic analysis of homogeneous sectors, land registration and zoning. As noted in the previous article, the numbers of incorporated (formación catastral) and updated (actualización catastral) properties have increased significantly (see Figure 1).

The large volume of parcels and improvements has been managed in such a short time by a deliberate and comprehensive administrative plan. The mandated public participation process did not compromise the efficiency with which the updates and property validation were completed. Within the last fiscal year, the econometric model took into consideration typical assessment variables but also considered a key element in the Bogotá cadastre, the “public value estimate.” According to Law 44 of 1990, a public comment and review process is used to update and maintain each property record card. The property owner or occupant provides an estimate of the property value and its depreciation or appreciation as required by the Unified Property Tax Reform Act. This legislation seeks to simplify the administration of taxes on land and avoid the possibility of taxing the same factors twice. Reliance on the public to provide the most current information on property conditions is important, but verification is also required. Thus, a fleet of professionally trained assessors has conducted inspections of all properties now recorded within the cadastral system. The public has been particularly forthcoming with information on improvements to vacant land, since the tax rate on land is higher than the rate on land with improvements. This integrated planning approach has encouraged community investment by limiting speculation.

The use of GIS has been key to department-wide integration and evaluation of property reviews, system updates and overall program administration. IGAC is in the process of developing an ArcCadastre program in coordination with the University of Bogotá. The goal is to link all of the regional cadastres to the national database. Within Bogotá a central GIS provides the cadastral managers with a powerful database that includes an interactive and multilevel inventory used during the property tax abatement process. The GIS has recently been expanded to allow for public searches of historic property record information along with parcel-level real estate listing data for all neighborhoods. The intended use of GIS, and the increase in the number of public terminals, will provide further access to the cadastral system. In the interim, the DACD Web site is a creative educational tool that keeps the public informed while managing this monumental process.

The Bogotá cadastre has made innovative and tangible progress in the creation, development and maintenance of a cadastral system considered by many to be a theoretical impossibility. The vision and tenacity of the public administrators, private industry and citizens have helped to build a cadastre that should meet or exceed the goals set by FIG’s Cadastre 2014 (Van der Molen 2003). This plan calls for a cadastre to have “inclusive rights and restrictions to land within map registers, comprehensive cadastre map models, seamless collaboration between public and private sectors and a cadastre that is cost recovering.” Given its political, administrative, financial, technical and practical challenges, the Bogotá cadastre has been able to turn a dream into an innovative reality.

Michelle Thompson is a real estate and research consultant teaching geographic information systems at the Cornell University Department of City and Regional Planning. She is also a faculty associate of the Lincoln Institute and she participated in the November 2003 conference on cadastres in Bogotá.

References

Bogotá’s Administrative Department for the District Cadastre (DACD): http://www.catastrobogota.gov.co/

Van der Molen, Paul. 2003. The future cadastres: Cadastres after 2014. FIG Working Week 2003, Paris, France (April 13-17). Available at http://www.eurocadastre.org/pdf/vandermolen2.pdf

From the President

Gregory K. Ingram, Abril 1, 2006

The core competence of the Lincoln Institute of Land Policy is the analysis of issues related to land, and ours is one of the few organizations in the world with this focus.

The Institute’s current work program, both in the United States and in selected countries around the world, encompasses the taxation of land, the operation of land markets, the regulation of land and land use, the impacts of property rights, and the distribution of benefits from land development. This focus on land derives from the Institute’s founding objective—to address the links between land policy and social and economic progress—as expressed by Henry George, the nineteenth-century political economist and social philosopher.

The Institute plays a leading role in the analysis of land and property taxation, land valuation and appraisal, the design of land information and cadastral systems, and the reform and establishment of property tax systems. Work on the operation of land markets includes the analysis of transit-oriented development and research on urban housing and the expansion of urban areas. The regulation of land encompasses work on smart growth and growth management, visualizing density and the physical impact of development, mediating land use disputes, land conservation, and the management of state trust lands in the West. Analysis of property rights includes research on diverse topics including informal markets and land titling in developing countries, the establishment of conservation easements, and the preservation of farmland. Much work is underway on the distribution of benefits from land development, including value capture taxation, tax increment financing, university-led development, and community land trusts that seek to promote affordable housing.

While the Institute’s work in recent years has emphasized urban land issues, it has also addressed problems beyond urban boundaries such as conservation, management of state trust lands, and farmland preservation. A balance of activities across urban and rural topics will persist as the Institute’s work program continues to focus on land issues of relevance to social and economic development. The Institute will not normally address topics that lack a strong link to land policy.

Communicating new findings through education programs, publications, and Web-based products is a core Institute activity. The overarching objective is to strengthen the capacity of public officials, professionals, and citizens to make better decisions by providing them with relevant information, ideas, methods, and analytic tools. The Institute offers traditional courses and seminars, and is moving aggressively to make many of its offerings available on the Web as either programmed instruction or as online courses with real-time interactions between students and instructors. The Institute also develops training materials and makes them available to others, for example through activities in several developing countries that involve the training of trainers in topics such as appraisal and tax administration.

Research strengthens the Institute’s training programs and contributes to knowledge about land policy generally. The Institute supports both mature scholars who conduct groundbreaking research and advanced students who are working on their dissertations or thesis research. The Institute offers several fellowship programs and other opportunities for researchers to propose work on important topics that can contribute to current debates on land policy. The results of this research are regularly posted on the Institute Web site as working papers and are published in books, conference proceedings, and policy focus reports.

Demonstration and evaluation activities constitute the third major component of the Institute’s agenda. Recently the Institute has begun to combine education, training, research, and dissemination in demonstration projects that apply knowledge, data collection, and analysis to the development and implementation of specific policies in the areas of property taxation, planning, and development. These projects are being expanded to include the analysis of policies as they are applied, and to assess and evaluate outcomes in terms of the intended objectives of the policies. The goal is to provide more rigorous evidence about how well and in what circumstances specific land and tax policies achieve their objectives so that information can be incorporated into future research and training programs.

Inclusionary Housing, Incentives, and Land Value Recapture

Nico Calavita and Alan Mallach, Enero 1, 2009

We suggest that a better approach is to link IH to the ongoing process of rezoning—either by the developer or by local government initiative—thus treating it explicitly as a vehicle for recapturing for public benefit some part of the gain in land value resulting from public action.

Ampliando la escala de conservación de los grandes paisajes

Jamie Williams, Julio 1, 2011

La cuestión central que deben resolver los conservacionistas de suelos hoy en día es cómo ampliar la escala de sus esfuerzos para proteger paisajes y sistemas naturales completos. El movimiento de fideicomisos de suelos se ha cimentado en los éxitos individuales de conservación de propiedades privadas, pero crecientemente tanto los conservacionistas como los propietarios que llegan a acuerdos de conservación quieren saber cómo se puede extender este esfuerzo a sus vecinos, a su barrio y, por sobre todo, a su paisaje (Williams 2011).

Los agricultores y ganaderos expresan la necesidad de sustentar una red continua de tierras de trabajo —una masa crítica de actividad agrícola ganadera— para no correr el riesgo de perder las actividades de respaldo comercial y la cooperación comunitaria necesarias para sobrevivir. Los bomberos abogan por mantener las tierras distantes sin desarrollar, con objeto de reducir el peligro y el costo de incendios en las comunidades locales. Los deportistas están perdiendo acceso a suelos públicos y a la vida silvestre cuando el hábitat es fragmentado por emprendimientos rurales. Los biólogos conservacionistas han argumentado desde hace tiempo que se podrían sustentar más especies, si se protegen espacios más extensos, mientras que, por el contrario, la disminución y desaparición de las especies se debe principalmente a la fragmentación del hábitat. Por último, un clima tan rápidamente cambiante redobla la necesidad de proteger ecosistemas grandes e interconectados para que puedan mantenerse a largo plazo.

Muchos financistas y socios del sector público están tratando de concentrar sus esfuerzos de colaboración para la de conservación del paisaje, de manera que la comunidad de fideicomisos de suelos tiene una excelente oportunidad de potenciar su buena labor embarcándose en “alianzas para el paisaje”. Los fideicomisos de suelos, con su desarrollo de base y estilo de trabajo cooperativo, están en una muy buena posición para respaldar iniciativas locales. El proceso de construcción de estos esfuerzos, sin embargo, requiere un compromiso que va más allá de la urgencia de transacciones y campañas de recaudación de fondos, y exige un esfuerzo sostenido que es mucho más amplio que las metas inmediatas que se proponen muchos fideicomisos de suelos.

¿Cómo se mide el éxito?

El río Blackfoot en M ontana se hizo famoso en 1976 gracias a la historia A River Runs Through It (Nada es para siempre) de Norman Maclean (Maclean 2001), pero lo que realmente es destacable en la región de Blackfoot es la manera en que una comunidad ha trabajado durante muchas décadas para sustentar este lugar tan especial. En la década de 1970 se iniciaron los esfuerzos de conservación por parte de los propietarios locales y en 1993 se estableció la organización Blackfoot Challenge con el objeto de aunar los diversos intereses de la zona en medidas consensuadas que posibilitaran el mantenimiento del carácter rural y los recursos naturales del valle. Jim Stone, presidente de este grupo de propietarios, dice: “nos cansamos de quejarnos de lo que no podíamos hacer, así que decidimos hablar sobre lo que sí podíamos”.

En este esfuerzo conjunto se han utilizado estrategias novedosas de conservación en Blackfoot que se han reproducido en muchos otros lugares. El trabajo del grupo comenzó concentrándose en una mejor gestión del creciente uso recreativo del río y en proteger el corredor fluvial. La primera exención para conservación de Montana se promulgó en Blackfoot en 1976, como parte de este esfuerzo pionero. A partir de este éxito inicial, se fueron creando iniciativas más ambiciosas con la participación de un creciente número de aliados.

Cuando los propietarios se quejaban de que no tenían suficiente ayuda para controlar la maleza, Challenge estableció el distrito de control de maleza más grande del Oeste. Cuando los propietarios plantearon que no había recursos suficientes para conservar las haciendas en funcionamiento, Challenge ayudó a crear un programa innovador del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los EE. UU. (US Fish and Wildlife Service, o USFWS) para adquirir servidumbres de conservación junto con el Fondo de Conservación de Suelos y Aguas (Land and Water Conservation Fund, o LWCF), que históricamente se ha usado para la adquisición de suelo público.

Cuando los propietarios estaban preocupados por la venta potencial de grandes áreas forestales en el valle, Challenge lanzó un plan comprensivo de adquisiciones que conectó haciendas privadas protegidas al pie del valle con suelos forestales públicos más altos. Cuando los propietarios reconocieron la necesidad de realizar una restauración sistémica del río, Challenge y la sucursal Big Blackfoot de Trout Unlimited ayudaron a restaurar más de 48 corrientes tributarias y 600 millas de pasos piscícolas para preservar la circulación de la trucha nativa y la salud de la cuenca (Trout Unlimited 2011).

Blackfoot Challenge se ha asociado con más de 160 propietarios, 30 empresas, 30 organizaciones sin fines de lucro y 20 dependencias públicas. Claramente, la visión de Challenge para la región no se limita simplemente a algunas haciendas, sino que se preocupa por la salud a largo plazo de todo el valle del río, de “ladera a ladera”, según las palabras de Jim Stone (ver figura 1).

El aspecto admirable de la historia de Blackfoot es que no se trata de una rara excepción, sino que constituye el emblema de un movimiento creciente que se dedica a esfuerzos de colaboración para la conservación en todo el país. Estas alianzas para la conservación del paisaje confirman un consenso emergente sobre la necesidad de proteger y sustentar paisajes completos que son vitales, tanto para la salud de los peces y la vida silvestre, como para la vitalidad de las comunidades locales, su economía y su calidad de vida.

Esfuerzos de conservación iniciados por los propietarios

La historia de Blackfoot subraya una de las lecciones más importantes que emergen de las iniciativas de conservación comunitarias: los propietarios locales deben liderarlas, y todos los demás deben respaldarlos. El ejemplo del río Yampa, en el oeste de Colorado, ilustra esta estrategia. A comienzos de la década de 1990, los grupos conservacionistas estaban tratando de proteger esta región, pero toparon con la falta de confianza de los ganaderos locales. En el valle había personas con visión de futuro entre la comunidad y grupos que trataban de impulsar la conservación en la región, pero ninguna de las ideas arraigó de forma efectiva, precisamente porque los propietarios locales no lideraban el proyecto.

Esa dinámica sufrió un vuelco de 180 grados con varias iniciativas de los propietarios, entre las cuales destacó la del Plan de Suelos Abiertos del Condado de Routt (Routt County Open Lands Plan). Las recomendaciones de plan surgieron de una serie de reuniones que los propietarios locales celebraron a lo largo y ancho del condado. El plan proponía ocho medidas significativas para gestionar mejor el crecimiento explosivo en el valle, desde una ordenanza que otorgaba el derecho a cultivar, hasta un programa de adquisición de derechos de desarrollo inmobiliario en haciendas activas. El condado de Routt se convirtió en uno de los primeros condados rurales del Oeste en obtener fondos públicos por medio de una medida electoral para proteger las haciendas activas.

Malpai Borderlands es otro ejemplo ilustrativo de cómo el liderazgo de los propietarios puede superar varias décadas de inacción. Después de muchos años de conflicto entre los ganaderos propietarios y las agencias federales sobre la gestión de los suelos públicos situados alrededor de las montañas Ánimas, en el talón de la bota del estado de Nuevo México y el sudeste de Arizona, Bill Macdonald y otros ganaderos propietarios de la zona organizaron una alianza llamada Grupo de Malpai Borderlands para volver a introducir el fuego como medio para preservar la salud de los pastizales y la economía ganadera local. Este esfuerzo generó una asociación innovadora entre ganaderos, grupos de conservación y dependencias públicas para conservar y sustentar este ambiente silvestre de 404.684 hectáreas en actividad por medio de servidumbres de conservación, bancos de pastizales y un enfoque más integrado de administración del sistema en general.

Fideicomisos de suelos y sociedades públicas-privadas

De la misma manera que el liderazgo de los propietarios es fundamental en los esfuerzos cooperativos de conservación a escala de paisaje, los fideicomisos y agencias de suelos también pueden desempeñar un papel importante como líder secundario y aliado fiable que posee fuertes vínculos locales, conocimientode los recursos externos y una capacidad para implementar proyectos de investigación y conservación. En Rocky Mountain Front, en Montana, por ejemplo, los ganaderos locales están colaborando con varios fideicomisos de suelos y el USFWS para proteger los suelos activos por medio de servidumbres ecológicas. El comité de propietarios locales ha sido presidido por varios ganaderos locales, pero ha sido su amistad de 20 años con Dave Carr de The Nature Conservancy el hecho decisivo para que el comité se mantuviera activo. Greg Neudecker, del Programa de Socios para la Vida Silvestre (Partners for Wildlife Program) de USFWS, ha jugado un papel similar en Blackfoot, dados sus 21 años de servicio en la cooperación comunitaria.

Muchos propietarios y fideicomisos de suelos son renuentes a crear alianzas con dependencias públicas para proteger el paisaje porque frecuentemente abogan por la conservación con medios privados. Sin embargo, cuando se las incorpora como parte de una sociedad para la conservación del paisaje, las agencias estatales y federales pueden ser aliados muy efectivos. En Blackfoot, los estudios científicos, investigaciones, monitorización, financiamiento y trabajo de restauración efectuados por el estado

de Montana y el USFWS han tenido un impacto enorme en la recuperación del sistema del río.

En el frente de protección de suelos, la adquisición pública de bosques madereros extensos en Blackfoot ha complementado el trabajo de los fideicomisos de suelos privados al consolidar suelos públicos y permitir el acceso de la comunidad a dichos suelos para pastar, explotar el bosque y realizar actividades recreativas. Reconociendo los problemas generados por un siglo de supresión de incendios, el Servicio Forestal de los EE. UU. inició proyectos experimentales de desgaste forestal de pequeño diámetro para restaurar la estructura y el funcionamiento de los bosques y reducir la amenaza de incendio en el valle. Esta actividad se está ampliando ahora por medio de un nuevo Programa de Cooperación para la Restauración del Paisaje Forestal (Collaborative Forest Landscape Restoration ProgramiI>, o CFLRP) financiado por el gobierno federal en los valles de Blackfoot, Clearwater y Swan.

El principio más general es que todas las partes interesadas principales tienen que involucrarse activamente para consensuar una base de intereses comunes. David M annix, otro hacendado de Blackfoot Challenge, explica lo que ellos denominan la “regal 80-20”: “Trabajamos sobre el 80 por ciento en queestamos de acuerdo y dejamos el 20 por ciento restante a la puerta, junto con el sombrero”. Jim Stone afirma que cuando la gente va a una reunion de Blackfoot Challenge “le pedimos que deje sus intereses organizativos en la puerta y dé prioridad al paisaje”, y se centre en la salud de los suelos y de las comunidades que de ellos dependen.

Para que estas alianzas entre el sector privado y el público puedan funcionar, es realmente importante que participe la “gente que importa”, es decir, individuos creativos que estén motivados por una vision común y que, al mismo tiempo, sean lo suficientemente modestos como para reconocer que no tienen todas las respuestas. La colaboración toma tiempo. Una vez que se hayan alcanzado acuerdos en común, es fundamental tener un éxito inicial, aunque sea pequeño, que sirva de base para futuras soluciones de mayor envergadura.

La necesidad de financiamiento

La barrera más importante para que los grupos cooperativos locales puedan alcanzar sus metas a nivel de paisaje es la falta de financiamiento adecuado. Sin un respaldo financiero suficiente, los esfuerzos cooperativos pierden, con frecuencia, su impulso, lo que puede retrasar este tipo de trabajo por muchos años.

El financiamiento no es un elemento estático, pero es proporcional a la escala de resultados que se pueden obtener y al número de participantes que se incorporan al esfuerzo. Los financistas privados o públicos no quieren participar en un éxito parcial a menos que sea un paso hacia un objetivo sustentable de largo plazo. Y no quieren proporcionar financiamiento en lugares donde los grupos están compitiendo. Cada vez más, los fideicomisos y agencias de suelos se han dado cuenta del potencial que se puede alcanzar por medio de la colaboración. Los donantes han tomado siempre la iniciativa en este tema, porque viven en un mundo de recursos limitados y comprenden el valor de potenciar una variedad de recursos y financiamientos.

Aunque se realicen grandes esfuerzos de cooperación con objetivos comunes y una gran probabilidad de éxito, frecuentemente existe una brecha de financiamiento para alcanzar una verdadera conservación del paisaje. Mark Schaffer, exdirector del Programa del M edio Ambiente de la Fundación Caritativa Doris Duke, estimó que esta brecha asciende a alrededor de 5 mil millones de dólares por año en financiamiento nuevo e incentivos tributarios que harán falta en los próximos 30 años para conservar una red de paisajes importantes en los Estados Unidos.

En la actualidad la comunidad de fideicomisos de suelos está conservando suelos a un ritmo de alrededor de 1,05 millones de hectáreas por año, un total acumulado de alrededor de 14,9 millones de hectáreas de acuerdo al último censo de 2005 (Land Trust Alliance 2006). No obstante, para sustentar paisajes completos antes de que las necesidades más urgentes cierren las puertas de la oportunidad, este ritmo se tiene que duplicar o triplicar, y se deben realizar esfuerzos de forma aun más orientada.

Oportunidades emergentes para la conservación a nivel de paisaje

Hay varias tendencias importantes y oportunidades de corto plazo que se podrían aprovechar para promover la conservación a escala de paisaje, pero su éxito depende del nivel de participación y liderazgo de los fideicomisos de suelos. Primero, es fundamental que el Congreso haga permanents las deducciones ampliadas de las servidumbres de conservación. La organización Alianza de Fideicomisos de Suelos (Land Trust Alliance, 2011) apunta que estas deducciones pueden proteger más de 101.170 hectáreas adicionales por año. Dado el interés actual del Congreso por recortar gastos y rebajar impuestos, esta es una de las pocas herramientas de financiamiento de conservación que quizás sea alcanzable en el corto plazo. A más largo plazo, un programa nacional de créditos tributarios transferibles similar a los de Colorado y Virginia podría crear un enorme incentivo para generar servidumbres de conservación.

La segunda tendencia se relaciona con el aumento del interés federal en proteger paisajes completos promoviendo las comunidades que ya están trabajando en conjunto. En 2005, la administración Bush lanzó un Programa de Conservación Cooperativa que mejoró la coordinación entre las agencias y los subsidios de capacidad para trabajos cooperativos locales. En 2010, la administración Obama lanzó la iniciativa America’s Great Outdoors para ayudar a las comunidades a sustentar sus suelos y recursos hídricos por medio de asociaciones gobernadas localmente, y reconectar a la juventud norteamericana con el medio ambiente natural (Obama 2010).

Si bien los recursos federales están enormemente restringidos en el corto plazo, los programas y el financiamiento existentes podrían concentrarse más en proyectos de conservación a nivel de paisaje. El Secretario de Agricultura, Tom Vilsack, anunció un cambio importante en la política de su departamento hacia un enfoque “integral de suelos” para conservar y restaurar los grandes sistemas de los Estados Unidos. Por ejemplo, el Servicio de Conservación de Recursos Naturales (Natural Resources Conservation Service) anunció recientemente que iba a reinvertir 89 millones de dólares de fondos del Programa de Reserva de Humedales que no se habían gastado para adquirir la servidumbre de conservación de 10.522 hectáreas en haciendas activas en la zona de los Everglades en Florida. La oportunidad que se presenta para la comunidad de fideicomisos de suelos es asegurar que estos proyectos se implementen como manera de obtener un apoyo amplio para este tipo de trabajo en el largo plazo.

La tercera oportunidad es aprobar medidas locales y estatales para aumentar el financiamiento y los incentivos tributarios a la conservación. A pesar de la economía debilitada y de los continuos proyectos para efectuar recortes gubernamentales y reducir los impuestos, los votantes aprobaron en las elecciones de 2010 el 83 por ciento de las iniciativas electorales en todo el país para financiar la conservación de suelos y de agua. En total, se aprobaron 41 de las 49 medidas de financiamiento, generando más de 2 mil millones de dólares para proyectos de conservación de suelos, aguas, parques y tierras agrícolas durante los próximos 20 años (The Trust for Public Land 2010).

La tendencia y oportunidad finales para la comunidad de fideicomisos de suelos es asociarse con financistas de capital privado para llevar adelante proyectos de conservación de suelos. Entre 1983 y 2009, cambiaron de manos más de 17,4 millones

de hectáreas de suelos forestales (Rinehart 2010). Nuevos grupos de capital privado, llamados Organizaciones de Gestión de Inversiones Madereras (Timber Investment Management Organizations o TIMO) y Fidecomisos de I nversión I nmobiliaria (Real Estate Investment Trusts, o REIT) adquirieron en muy poco tiempo 10,9 millones de hectáreas, y muchos de estos grupos de inversión, como Lyme Timber, Conservation Forestry, Ecosystem Investment Partners y Beartooth Capital Partners, utilizan la conservación como parte de su modelo de negocios.

La cuestión de escala

Una tendencia en curso en el movimiento de conservación ha sido darle un enfoque cada vez más amplio, pasando de las propiedades individuales a barrios, paisajes, ecosistemas, hasta llegar ahora a las redes de ecosistemas. Por ejemplo, los propietarios de Blackfoot, Swan Valley y Rocky Mountain Front han comprendido que la salud de sus paisajes depende de la salud del ecosistema Crown of the Continent (ver figura 2).

Crown, un área de más de 4 millones de hectáreas que rodea Bob Marshall Wilderness y Glacier-Waterton International Peace Place, es uno de los ecosistemas mejor preservados de América del Norte. Gracias a un siglo de designaciones de suelos públicos y 35 años protección privada de suelos por parte de las comunidades locales, este ecosistema no ha perdido una sola especie desde el asentamiento de los europeos en América. Los propietarios y otros socios se han conectado a lo largo de Crownde varias maneras para ver cómo pueden trabajar de forma más estrecha para el bien de todos.

Aun en la inmensidad de Crown, la sustentabilidad de su población silvestre depende de sus conexiones con otras poblaciones de las Montañas Rocosas del Norte. Sin embargo, estas redes aún mayores de sistemas naturales sólo se pueden concretar si se logran sustentar los vínculos esenciales de la región. Por esta razón, los fideicomisos de suelos de Wyoming, Idaho, Montana y Canadá han estado colaborando dentro de un marco llamado Corazón de las Montañas Rocosas (Heart of the Rockies) para identificar prioridades comunes y necesidades de conservación. Este nivel de colaboración regional ha generado un nuevo nivel de conservación y una mayor atención de los financistas. También ha sido clave para la colaboración entre fideicomisos de suelos basada en prioridades políticas comunes.

Para poder sustentar sistemas naturales interconectados, es realmente imperativo que se establezcan organizaciones a esta escala, pero también es importante comprender lo que se puede obtener a cada escala. Las grandes iniciativas regionales tienen gran importancia para crear una visión amplia y atractiva, pero no para implementar la conservación propiamente dicha. Dichos enfoques de gran escala sirven para aplicar la ciencia a nivel de la naturaleza, crear colaboraciones regionales alrededor de prioridades comunes y establecer un foro para intercambiar ideas novedosas, creando una mayor atención sobre la región. También brindan un contexto importante para realzar el trabajo local.

Melanie Parker, una líder local de los esfuerzos para la colaboración en la conservación de Swan Valley, lo expresa de esta manera: “Tenemos que integrar nuestros esfuerzos en una región más amplia para tener influencia política y acceder a recursos, pero cualquiera que piense que el trabajo de conservación se puede o debe hacer a una escala de 4 millones de hectáreas está seriamente equivocado. Este tipo de trabajo se tiene que realizar a la escala del lugar donde la gente vive, trabaja y comprende su paisaje”.

La gente local quiere actuar para preservar su propio lugar y su propio modo de vida. El diseño de estrategias a gran escala es frecuentemente demasiado abstracto para los propietarios y, en algunos casos también puede hasta conducirlos a la alienación. Como en la política—los politicos responden mejor a proyectos locales, diseñados y apoyados por sus residentes— toda la conservación es local. Conocer cuán amplios pueden ser los esfuerzos regionales sin que se pierda la cohesion comunitaria es una cuestión importante, pero lo cierto es que Blackfoot, Rocky Mountain Front y Swan Valley están al límite de lo posible hoy en día. Cada una de estas regiones opera en una escala de 202.340 a 607.000 de hectáreas.

Los fideicomisos de suelos pueden agregar valor a los esfuerzos locales por medio de colaboraciones regionales. Si bien los propietarios y residentes locales frecuentemente no tienen el tiempo necesario para participar en estas iniciativas de mayor calado, quieren

que su lugar y sus intereses estén bien representados. Los fideicomisos de suelos y las organizaciones de conservación pueden desempeñar un papel muy importante para interconectar grupos locales y geográficos, pero tienen que coordinarse con estos grupos en vez de tratar de liderarlos. En última instancia, la comunidad de fideicomisos de suelos puede beneficiarse si refuerza su trabajo cooperativo, profundiza su participación en asociaciones de paisajes, y trabaja a gran escala para alcanzar éxitos en el ámbito de la conservación.

Conclusión

Después de muchas décadas de trabajo extraordinario, los más de 1.700 fideicomisos de suelos en todo el país pueden usar su impulso para conservar los grandes sistemas que resultan más importantes para la gente y para la naturaleza. En efecto, esto es lo que las comunidades están pidiendo y lo que la naturaleza necesita para sobrevivir. Trascender más allá de victorias aisladas, generando una visión de conservación más interconectada, es tan importante para el sustento de las economías locales y su acceso recreativo como lo es para los corredores de vida silvestre y las cuencas hídricas saludables. Para tener éxito a esta escala hace falta una colaboración real y una reorientación de todas las partes interesadas. Con las múltiples oportunidades que se presentan actualmente para la conservación de paisajes completos, el impulso está de nuestro lado.

Sobre el Autor

Jamie Williams es el director de conservación de paisajes de The Nature Conservancy en América del Norte, con sede en Boulder, Colorado. Se concentra en programas para proteger los grandes paisajes por medio de alianzas innovadoras públicas y privadas. Fue Kingsbury Browne Fellow en el Instituto Lincoln durante 2010–2011. Tiene una Maestría en Estudios Medioambientales de la Facultad de Estudios

Forestales y Ambientales de Yale y un título de licenciatura por la Universidad de Yale.

Referencias

Land Trust Alliance. 2006. 2005 national land trust census. Washington, DC. 30 November.

———. 2011. Accelerating the pace of conservation. www.landtrustalliance.org/policy

Maclean, Norman. 2001 [1976]. A river runs through it and other stories. 25th anniversary edition. Chicago: The University of Chicago Press.

Obama, Barack. 2010. Presidential Memorandum: America’s Great Outdoors, April 16. http://www.whitehouse.gov/the-press-office/presidential-memorandum-americas-great-outdoors

Rinehart, Jim. 2010. U.S. timberland post-recession: Is it the same asset? San Francisco, CA: R&A Investment Forestry. April. www.investmentforestry.com

The Trust for Public Land. 2010. www.landvote.org Trout Unlimited. 2011. Working together to restore the Blackfoot Watershed. February. www.tu.org

Williams, Jamie. 2011. Large landscape conservation: A view from the field. Working Paper. Cambridge, MA: Lincoln Institute of Land Policy

Informe del presidente

Impulso de redes sobre conservación y viviendas asequibles
Gregory K. Ingram, Octubre 1, 2012

Las políticas que afectan la utilización, la regulación y la tributación del suelo en los Estados Unidos son promulgadas y aplicadas en primer lugar por los estados y los gobiernos municipales, y los mercados inmobiliarios, en su mayoría, son de alcance local más que nacional. Sin embargo, las políticas nacionales que versan sobre impuestos, derechos de propiedad y financiamiento hipotecario ejercen un impacto significativo sobre las políticas de suelo y vivienda a nivel municipal y sus resultados. Así, con mucha frecuencia resulta lógico para los legisladores municipales y activistas combinar esfuerzos para aprender de las experiencias de unos y otros y garantizar que sus puntos de vista estén presentes en los debates acerca de políticas de suelo a nivel nacional. El Instituto Lincoln ha representado –y lo sigue haciendo– un papel impor tante al patrocinar la investigación y fomentar la capacitación, la comunicación y las actividades organizacionales que promueven políticas de suelo en consonancia con la misión del Instituto.

A modo de ejemplo, podemos mencionar el papel que cumplió el Instituto Lincoln a la hora de establecer la Alianza de Fideicomisos de Suelo (Land Trust Alliance o LTA), una red nacional de organizaciones conservacionistas sin fines de lucro cuyo objeto es proteger los recursos naturales tales como tierras de cultivo, bosques y áreas de vida silvestre. En el año 1981, el Instituto Lincoln otorgó una beca a Kingsbury Browne, abogado y conservacionista de Boston, para que visitara a los líderes de fideicomisos de suelo en todo el país. Browne descubrió que estos líderes no tenían una forma organizada para comunicarse entre ellos y aprender de las experiencias de cada uno. A través de su trabajo y asesoramiento, el Instituto Lincoln llevó a cabo una encuesta nacional de las 400 organizaciones conocidas de conservación del suelo, tanto municipales como nacionales, y patrocinó una reunión nacional para 40 representantes en octubre de 1981. Como resultado de dicha reunión, se constituyó el Land Trust Exchange, que comenzó sus actividades en julio de 1982. Este año, ahora bajo el nombre de Land Trust Alliance, la organización celebra su 30º aniversario.

La presencia de LTA se ha hecho notar de forma importante dentro de la comunidad conservacionista, y el Instituto Lincoln continúa apoyando sus metas de intercambio y contacto. Por ejemplo, el Instituto Lincoln patrocina todos los años la Beca Kingsbur y Browne, con el fin de apoyar la investigación, elaboración de artículos y orientación de aquellas personas cuya visión y creatividad hayan representado un aporte a la conservación del suelo y a la comunidad de fideicomisos de suelo. El Instituto Lincoln participa, además, en la conferencia anual de LTA y ha apoyado algunos proyectos seleccionados, como el Informe del Censo Nacional sobre Fideicomisos de Suelo de 2010, que resume las actividades sobre conservación del suelo y organizacionales de los 1.760 fideicomisos de suelo conocidos al momento de realizarse la encuesta.

El Instituto Lincoln también ha representado un papel clave en los últimos años al desarrollar una red de profesionales en el área de la conservación de grandes paisajes, reuniendo a aquellos que trabajan en proyectos a escala regional, como la Corona del Continente, un área de 7,2 millones de hectáreas a lo largo de la frontera entre los Estados Unidos y Canadá y que abarca parte de Montana, Alberta y la Columbia Británica. Esta red internacional, que aún se encuentra en su fase de formación, organiza un foro semestral a fin de intercambiar información y buenas prácticas, analizar las iniciativas de políticas emergentes y avanzar en la teoría y práctica de la conservación de grandes paisajes.

El Instituto Lincoln también apoya otra iniciativa similar, la Red Nacional de F ideicomisos de Suelo Comunitarios, constituida formalmente en 2006. Los Fideicomisos de Suelo Comunitarios (Community Land Trusts o CLT) son organizaciones locales sin fines de lucro que poseen tierras y ofrecen viviendas asequibles cuyo precio se mantiene de forma permanente. Aunque los CLT han existido por más de 30 años, la coordinación y comunicación entre ellos fue muy limitada hasta que se estableció la red nacional. Esta red, que en 2012 contaba con cerca de 200 CLT, brinda capacitación, apoya la investigación y difunde pautas y buena práctica aceptadas entre sus miembros.

El Instituto Lincoln cumple un impor tante papel en el programa de capacitación de esta red, denominado Academia de Fideicomisos de Suelo Comunitarios, que ofrece cursos, conferencias y otras actividades que van desde introducciones generales para nuevos residentes y miembros del personal hasta sesiones sobre documentos legales estándar, financiamiento y asociaciones entre la ciudad y las CLT. El Instituto Lincoln publicó The Community Land Trust Reader (2010), un compendio de artículos sobre los antecedentes históricos y las prácticas actuales relacionadas con el movimiento internacional de CLT, editado por John Emmeus Davis, exdecano de la Academia. Además, el Instituto Lincoln patrocina diferentes investigaciones, que quedan plasmadas en documentos de trabajo y artículos de análisis, tales como la encuesta realizada en 2007 sobre CLT en los Estados Unidos.

La información sobre estas redes de conser vación y fideicomisos de suelo comunitarios, así como sus programas y publicaciones, se encuentra disponible en el sitio web del Instituto Lincoln en www.lincolninst.edu.

News Analysis

Property Rights and Climate Change
Anthony Flint, Octubre 1, 2013

As coastal cities continue to face the potentially expensive threat of increasingly volatile weather, storm surge, and sea level rise associated with climate change, building resilience has become a top planning priority. But resilience has multiple dimensions. It means not only building things, like flood gates and hardened infrastructure, but also keeping natural systems such as wetlands free of development—and, in many cases, deciding not to rebuild in the most vulnerable places. Therein lies an evolving and complex issue affecting private property rights.

From at least the turn of the 20th century, the Supreme Court has wrestled with a basic question: When does land use regulation constitute a taking, requiring compensation for property owners under the 5th amendment of the U.S. Constitution (“ . . . nor shall private property be taken for public use without just compensation.”)? Since Pennsylvania Coal v. Mahon, 260 U.S. 393 (1922) and Euclid v. Amber Realty, 272 U.S. 365 (1926), the essence of the rulings has been that government has considerable leeway in its power to regulate land use. In Kelo v. City of New London, 545 U.S. 469 (2005), the high court affirmed the state’s power to use eminent domain for economic development in the 21st century.

In June 2013, however, a decision on a Florida development project seemed to indicate a subtle shift in another direction. In Koontz v. St. Johns River Water Management District, the justices ruled 5 to 4 that government was overzealous in imposing mitigation requirements on developers as conditions for building permits. Coy Koontz, Sr., who had wanted to build a small shopping center on his property, objected to a Florida water management district’s demands that he pay for off-site wetlands restoration to offset environmental damage caused by the construction. Citing two cases, Nollan v. California Coastal Commission, 483 U.S. 825 (1987) and Dolan v. City of Tigard, 512 U.S. 374 (1994), Koontz claimed that the requirements constituted a taking for exceeding a “rough proportionality” between the requirements and the scope of damages caused by the development. In 2011, the Florida Supreme Court rejected Koontz’s argument, but in June the high court ruled that the mitigation requirements on the builder went too far.

The ruling alarmed some environmentalists and groups such as the American Planning Association, who feared new limits on the government’s ability to control development and impose requirements to restore and conserve natural areas. The concern extended to coastal metropolitan regions preparing for the impacts of climate change, such as New York City, which in May proposed a model $20 billion plan that is a mix of strategies for living with water and keeping it out. Property rights experts speculated that developers could cite the Koontz case as justification to refuse to pay into a fund for such initiatives.

At a broader level, the question remains: After an event like Hurricane Sandy, is government within its rights to forbid rebuilding or to modify regulations in order to prevent new building? The legal answer is essentially yes, according to Jerold Kayden, an attorney and professor at Harvard University’s Graduate School of Design, who was part of the Lincoln Institute’s Journalists Forum on Land and the Built Environment, held in April.

Particularly as more data become available on sea level rise and storm surge, government has the legal right to restrict owners from building on a vacant lot that is subject to flooding and sea level rise, or from rebuilding a home that has been destroyed. But, Kayden said, “politically, it’s another story.”

New York and New Jersey represented two different approaches to post-Sandy reconstruction. New York Governor Andrew Cuomo and New York City Mayor Michael Bloomberg called for a mix of rebuilding and “strategic retreat,” while New Jersey Governor Chris Christie focused on allocating money to residents so they could rebuild on parcels battered by the storm—even when the property remained in harm’s way.

The City of Boston, meanwhile, has begun to require waterfront developers to prepare for rising seas and storm surge by relocating mechanicals from basements to higher floors, among other measures. As the Koontz case opens the door for heightened scrutiny of various measures imposed by local government as a condition for building, developers might sue over these expensive, climate-related requirements, arguing that they are too burdensome and may constitute a regulatory taking.

While property rights lawsuits over reconstruction and restrictions on new building in coastal areas will no doubt continue to proliferate, Pratap Talwar, principal at the Thompson Design Group, presented an alternative in long-range planning that could help prevent such conflicts from arising. He detailed for the journalists the case study of Long Branch, New Jersey, which overhauled its planning process several years ago to include tougher standards but also a fast-track process for development that satisfied the guidelines. Long Branch was the one mile of New Jersey shore that weathered Sandy relatively intact, Talwar said.

Journalists Forum on Land and the Built Environment: The Resilient City

Thirty-five leading writers and editors who cover urban issues attended the 6th Journalists Forum on Land and the Built Environment on April 20, 2013, at Lincoln House. The theme was The Resilient City, from coastal municipalities preparing for sea level rise and storm surge to legacy cities trying to evolve despite diminished populations and business activity.

Kai-Uwe Bergmann, principal at Bjarke Ingels Group, opened the forum with a look at urban design innovations that maximize efficiency in land, housing, and major infrastructure projects. Johanna Greenbaum from Kushner Companies, who helped run New York City Mayor Michael Bloomberg’s microhousing initiative, detailed that project as well as other similar efforts around the country to accom-modate singles and couples who can live in just 300 square feet.

Alan Mallach, co-author of the Lincoln Institute’s policy focus report Regenerating America’s Legacy Cities, noted signs of resurgence in places such as the Central West End in St. Louis or Over-the-Rhine neighborhood in Cincinnati, while acknowledging the challenges facing Camden, New Jersey; Flint and Detroit, Michigan; and Youngstown, Ohio. Antoine Belaieff, Innovation Director at MetroLinx, detailed the use of social media to gain citizen input on a $16 billion investment in resilient transportation infrastructure in the Toronto area.

John Macomber, from Harvard Business School, led a session on the global city by recognizing the hundreds of millions of people who continue to migrate from rural to urban areas, requiring large-scale planning for infrastructure. Martim Smolka, director of the Lincoln Institute’s Program on Latin America and the Caribbean, lamented widespread dislocations caused by preparations for the World Cup and the Olympics in Rio de Janeiro. Bing Wang, from Harvard University’s Graduate School of Design, noted that 11 cities in China have populations over 10 million—and yet the rapidly growing nation is only halfway to its expected urbanization.

John Werner, chief mobilizing officer at Citizens Schools, spelled out how urban school systems can ignite passion in students by bringing in outside professionals as teachers and mentors. Gordon Feller of Cisco Systems envisioned a completely connected world and an Internet of everything, joined by Washington Post investigative reporter Dan Keating, who shared his experiences extracting data from various levels of government.

The forum had to be shortened because of the manhunt for the Boston Marathon bombers in the Cambridge-Watertown area—but that event prompted dialogue about the “shelter in place” request by Massachusetts Governor Deval Patrick, security and public space, and another kind of resilience in the Boston area. Several participants wrote about the events, including Emily Badger at The Atlantic Cities, Donald Luzzatto at the Virginian Pilot, and Inga Saffron at The Philadelphia Inquirer.

The springtime gathering is a partnership of the Lincoln Institute, Harvard’s Graduate School of Design, and the Nieman Foundation for Journalism at Harvard University. The mission is to bring journalists together to share ideas and learn about cutting-edge trends in the coverage of cities, architecture, and urban planning. — AF

Un único patio trasero

Primer taller nacional sobre conservación de grandes paisajes
Tony Hiss, Febrero 1, 2015

El Instituto Lincoln de Políticas de Suelo se ha asociado con un equipo de organizaciones sin fines de lucro y agencias federales para patrocinar el Taller Nacional de Conservación de Grandes Paisajes (NWLLC, por su sigla en inglés) el 23 y 24 de octubre de 2014 en el Edificio Ronald Reagan de Washington, DC. La reunión contó con la presencia de aproximadamente 700 participantes, quienes consideraron cómo, trabajando a través de los sectores públicos, privados, cívicos (ONG) y académicos; a través de disciplinas; y a través de parcelas, pueblos, condados, estados e incluso límites internacionales, los practicantes de la conservación de grandes paisajes podrían alcanzar resultados concebidos creativamente, estratégicamente significativos, mensurablemente efectivos, transferibles y duraderos en el suelo, en esta era de cambio climático.

Las políticas, prácticas y estudios de casos discutidos en el NWLLC ofrecieron un amplio espectro de soluciones y trayectorias promete-doras para mejorar los esfuerzos de conservación de la vida silvestre a nivel regional; aumentar sustancialmente la calidad y cantidad del agua a través de grandes cuencas; alcanzar una producción sostenible de alimentos, fibra y energía; y proteger los recursos culturales y recreativos significativos a nivel internacional. Los organizadores de la conferencia apreciaron enormemente las contribuciones productivas de todos los participantes, desde la Secretaria del Interior Sally Jewell, el líder iroqués Sid Jamieson y el Presidente de la Federación Nacional de Vida Silvestre Collin O’Mara, hasta los gestores del suelo sobre el terreno, científicos y coordinadores de proyectos desde el Estrecho de Bering en Alaska hasta los Cayos de Florida.

Una versión de este artículo apareció originalmente en Expanding Horizons: Highlights from the National Workshop on Large Landscape Conservation (Expansión de horizontes: Aspectos destacados del Taller Nacional sobre Conservación de Grandes Paisajes), el informe completo del NWLLC. Este informe, preparado por el Instituto Lincoln y tres socios de la conferencia –el Instituto de Administración del Servicio de Parques Nacionales, la Fundación Quebec-Labrador/Centro Atlántico para el Medio Ambiente y la Red de Practicantes de la Conservación de Grandes Paisajes–se puede leer en el sitio web de la Red de Practicantes, www.largelandscapenetwork.org.

—James N. Levitt
Lincoln Institute of Land Policy and the Harvard Forest, Harvard University

En el primer Taller Nacional sobre Conservación de Grandes Paisajes cayeron en cascada grandes ideas sobre la naturaleza y la gente, y una nueva metodología de conservación. Pasaron tantas cosas y con tanta rapidez, que las frases usuales que se usan para describir sucesos alentadores y vivificantes no tienen siquiera cabida.

¿Un parteaguas? Más bien fue como bajar en balsa por las Cataratas del Niágara o a lo largo de una inundación en la Edad de Hielo.

¿Una mayoría de edad? Quizá, si se piensa en el crecimiento vertiginoso de un pino de hoja larga: el árbol puede pasar años sin que parezca más que una mata de pasto, aunque de manera invisible haya estado enterrando su raíz principal en la profundidad; después, en una sola temporada, asciende cuatro pies hacia el cielo, quedando fuera del alcance de los incendios forestales rastreros.

¿Variedad de opiniones? El rey medieval de España Alfonso X el Sabio es recordado por haber dicho que si hubiera estado presente en la Creación, habría dado algunas indicaciones útiles. Pero en el Taller de Grandes Paisajes, cuya inscripción excedió el cupo de vacantes, se tuvieron que comprimir 117 horas de experiencia, asesoramiento y datos en siete series de sesiones simultáneas que ocuparon la mayoría de las 17 horas de la conferencia. Hubo pláticas y paneles bien pensados, e informes y presentaciones cuidadosamente preparadas por 269 presentadores de cascos urbanos, remotas cumbres rocosas, islas lejanas, y paisajes de todo tipo a lo largo de los Estados Unidos, con conexiones con Canadá y México.

¿Impulso ininterrumpido? Ben Franklin dijo el último día de la Convención Constitucional de los EE.UU., realizada en 1787 en Filadelfia, que después de haber pasado tres meses escuchando el debate de ida y vuelta, y observando diariamente el resplandor dorado del respaldo de la silla del presidente, finalmente tuvo la alegría de saber que estaba presenciando la alborada, no el crepúsculo. Pero la Secretaria del Interior Sally Jewell, uno de los dos miembros del gabinete que habló a la audiencia del NWLLC y aplaudió sus esfuerzos, dijo en una sesión plenaria a la hora del almuerzo el primer día: “Esta sala está reventada de visión. Ustedes serán los pioneros de la comprensión a nivel de paisaje, como Teddy Roosevelt fue el pionero de la conservación hace ya un siglo. ¡Hagámoslo realidad!”

Conservación a nivel de paisaje: El término es todavía reciente, y se refiere a una nueva manera de comprender el mundo, de evaluar y nutrir su salud. Supera la práctica loable pero limitada del siglo XX de designar zonas de reserva y limpiar la contaminación. Con una lente gran angular y a la distancia, observa cada paisaje, ya sea designado o no, como una red intrincadamente conectada de seres vivos, sostenida por una amplia comunidad de gente. La conservación a nivel de paisaje ha estado inyectando nueva energía y ampliando el movimiento medioambiental. Y a medida que se adopte su perspectiva, lo primero que crece no es necesariamente el tamaño de la propiedad a proteger, sino la posibilidad de tomar medidas, algunas grandes y otras pequeñas, que marcarán una diferencia perdurable en el futuro de la biósfera y sus habitantes, incluida la humanidad.

Muchos de estos proyectos inaugurales fueron mostrados en las presentaciones del taller y en los 34 posters que adornaron el vasto atrio del Edificio Reagan. A veces el taller daba la impresión de ser un enorme bazar en el que se presentaban programas, conceptos, resultados de investigación, exploraciones, acuerdos cooperativos y otros éxitos preliminares, como también preguntas sobre las que reflexionar. Joyas inesperadas, esfuerzos hasta ahora sólo conocidos por pequeños grupos, resplandecían en los rincones para que todos los pudieran ver libremente.

Yellowstone to Yukón, conocido como “Y2Y’, es quizá el abuelo de los proyectos de grandes paisajes generados por la ciudadanía: una idea para crear un corredor conectado, binacional, de suelo silvestre de 3.200 kilómetros de largo, desde el Parque Nacional Yellowstone hasta la frontera con Alaska, a lo largo del último ecosistema montañoso intacto del mundo. En el NWLLC, Y2Y estaba llegando literalmente a la mayoría de edad, ya que celebraba su vigesimoprimer cumpleaños. En 1993, sólo el 12 por ciento de este territorio de 130 millones de hectáreas había sido conservado, pero para 2013 el total ascendía al 52 por ciento.

Las Áreas de Patrimonio Nacional, que rinden homenaje a la historia y los logros de este país, están aún más establecidas: el programa abarca decenas de millones de hectáreas, entre ellas el estado completo de Tennessee. Y ha cumplido 30 años recientemente.

Y2Y ha inspirado los planes de ‘H2H’, un corredor de suelo de 80 kilómetros de longitud identificado como “paisaje resiliente”, apenas alejado de los alrededores de los suburbios del norte de la Ciudad de Nueva York, que se extiende desde el Río Housatonic en Connecticut hasta el Río Hudson en Nueva York. Una vez protegido, podría reducir drásticamente los efectos del cambio climático.

La Staying Connected Initiative (Iniciativa Permanecer Conectados), una coalición de canadienses y estadounidenses que colaboran a través de 32 millones de hectáreas de bosques y suelos forestales en cuatro provincias y cuatro estados anclados en el norte de Nueva Inglaterra (un paisaje del tamaño de Alemania), se llama a sí misma “el primo más pequeño de Y2Y al que dentro de 15 años se le llamará su equivalente del noreste”.

Poco después de haber comenzado el taller, una agencia de alcantarillado de un condado de Oregón comenzó a agregar árboles y arbustos en las orillas sinuosas del Río Tualatin, de 130 km de longitud, al oeste de Portland, para mantener frescos a los peces del río. Para el 5 de junio de 2015, Día Mundial del Medio Ambiente, habrá plantado un millón de unidades.

El efecto, según me comentaron los participantes durante los descansos (hubo algunos) fue a la vez estimulante y aleccionador. La conservación a nivel de paisaje es alimentada por la esperanza, en vez de ser acelerada por el miedo. Es un grupo que se une ante las graves amenazas medioambientales de extinción y degradación. Al expandir nuestros horizontes, el foco se desplaza de operaciones de rescate a una increíble cantidad de cosas que se pueden y deben llevar a cabo para restaurar, reponer, salvaguardar, proteger y celebrar la integridad a largo plazo del sorprendente patrimonio natural y cultural de este continente gigante.

Cuando nuestros antecesores humanos se irguieron por primera vez hace millones de años, y observaron más allá de los pastos altos de la sabana de África Oriental, su mundo pasó instantáneamente de abarcar entre 5 y 10 metros de ancho a algo así como 5 a 10 kilómetros. Esto redefinió lo que era práctico, necesario y posible pensar. Similarmente, la expansión o aceleración de nuestra propia conciencia de conservación a nivel de paisaje es una manera útil de confrontar las complejidades que proliferan en el mundo moderno de los Estados Unidos, un país de 320 millones de habitantes que dentro de medio siglo tendrá 400 millones.

Es un país donde, según los conocimientos científicos adquiridos en el último medio siglo, los métodos de conservación existentes no bastan para proteger estos lugares de manera adecuada, en parte porque las plantas y los animales atraviesan los límites delineados en el mapa y porque, a medida que estos lugares se van aislando cada vez más, los habitantes anteriores no pueden volver, ya sea para residir en forma ocasional o permanente. Incluso los chorlitos de alto vuelo de Alaska, que pasan el invierno en México o China o Nueva Zelanda, encuentran obstáculos en sus viajes debido a los derrames de petróleo en la Bahía de San Francisco y los manglares invasivos de Nueva Zelanda. Tom Tidwell, jefe del Servicio Forestal de los Estados Unidos, llama a los pájaros, murciélagos y mariposas los “mensajeros alados” de la conservación a nivel de paisaje. En años recientes también hemos visto que, si bien los mapas y designaciones de suelo se mantienen estáticas, los lugares pueden estar transformándose por completo, a medida que el cambio climático desplaza un ecosistema y atrae otro.

Quizás la cartografía propiamente dicha esté ingresando en una fase no euclidiana o posjeffersoniana. Durante casi 230 años, desde 1785, cuando Thomas Jefferson, aun antes de la Convención Constituyente, sugirió que la geometría debería primar sobre la topografía para relevar lo que en ese entonces se llamaban los “suelos vacantes” al oeste de los Apalaches, hemos heredado la “cuadrícula jeffersoniana”, visión ineludible desde las ventanillas de cualquier vuelo transcontinental por la forma en que están delineados los caminos y los campos. Esta cuadrícula usó las líneas, en este caso invisibles (y sólo recientemente calculadas), de longitud y latitud que dividían el paisaje en “secciones” de kilómetros cuadrados para delimitar las propiedades que ignoraban los ecosistemas, las cuencas y hasta las cadenas montañosas. Creó una realidad de ángulos rectos para los colonos que se desplazaban hacia el oeste a fundar pueblos, sin que les importara lo que estaban heredando: la organización natural del paisaje y las tradiciones y conocimientos de sus habitantes humanos anteriores.

Causa común. Si el trabajo en una perspectiva mayor del suelo es una consecuencia de haberse dado cuenta de que hay más en el suelo (y debajo y encima de él), la nueva ecuación de conservación pone tanto énfasis en quién hace el trabajo como en qué consiste el mismo. En desviación de las prácticas tradicionales, también crece la cantidad y tipo de gente que se alinea detrás de cualquier proyecto a escala de paisaje.Todo el proceso, dijo Dan Ashe, director del Servicio de Pesca y Vida Silvestre de los EE.UU., depende de una “colaboración épica”, que se convirtió en la frase más repetida del taller. El término “épico” tuvo resonancia porque hablaba de llegar a través de tantas barreras de separación. Otra palabra popular del taller fue “descarrilador”:

Terratenientes privados en alianza con administradores de suelos públicos. La ruta migratoria de la antilocapra americana, que atraviesa tanto suelo público como privado, ha sido protegida, pero este es el último de siete corredores que existían anteriormente; los demás fueron suprimidos. La Iniciativa del Urogallo de las Artemisas del Servicio de Conservación de Recursos Naturales, trabajando con 953 ganaderos de 11 estados del Oeste, ha movido o marcado con etiquetas blancas de plástico 537 millas de alambrado de púas, para que estos pájaros de vuelo rasante no queden clavados en ellas. “Trabajo con los que tienen esperanza, no odio”, dijo un ganadero.

Los terratenientes privados se asocian con sus próximos propietarios. Decenas de millones de hectáreas de campos agrícolas y ganaderos cambiarán de manos en los próximos 20 años, junto con más de 80 millones de hectáreas de “bosques de familia”. La edad promedio de un propietario de un bosque es 62,5 años y la “afinidad con el suelo”, como apuntó un comentarista, “puede ser más difícil de transferir que una escritura legal”.

Los administradores de suelos públicos colaboran con otros administradores de suelos públicos. Demasiadas agencias hermanas tienen el hábito arraigado de tratarse entre sí como hermanastras desdeñadas, o funcionan como las Grayas de la mitología griega, que compartían un solo ojo. En los últimos 30 años, la Oficina de Administración de Suelo (BLM) ha desarrollado un sistema de Gestión de Recursos Visuales (VRM) para evaluar intrusiones en los suelos del Oeste, que también cuenta con una lista de calidades paisajistas a varias distancias de Puntos de Observación Claves (KOP). Pero los métodos del VRM no se han propagado todavía hacia el Este, donde la Comisión Federal de Regulación de Energía tiende a aprobar sin hacer preguntas todas las propuestas para corredores de gasoductos nuevos y de transmisión eléctrica, aunque afecten las vistas de hitos históricos nacionales, como Montpelier, la hacienda de Virginia rodeada de bosques primarios donde James Madison escribió un borrador de la Constitución de los EE.UU.

Otras disparidades que aún tienen que resolverse. El ochenta y cinco por ciento de los estadounidenses vive en áreas urbanas, dando paso a una generación de jóvenes que han “caminado sólo sobre asfalto”. En este taller, la mayoría de los presentadores eran hombres, comprometidos con la “hombrexplicación”, como dijo una mujer. Otro participante quedó sorprendido de que la conferencia fuera tan “abrumadoramente blanca”. La Dra. Mamie Parker, subdirectora retirada del Servicio de Pesca y Vida Silvestre (la primera mujer afronorteamericana en ese puesto) fue oradora plenaria, y recibió una prolongada ovación, sólo igualada por la dedicada a la Secretaria Jewell. “Por muchos años”, dijo la Dra. Parker, “hemos estado atascados, frenados y asustados de hacer alianzas no tradicionales. El miedo nos ha impedido comunicarnos con otra gente que quiere sentirse respetada, quiere saber que ellos también son miembros valiosos de nuestro equipo”.

“El cambio se produce al ritmo de la confianza”, dijo uno de los participantes.”No creo que hayamos probado la confianza todavía”, dijo otro. Queda claro que, de ahora en adelante, para lograr éxito en la conservación se va a necesitar de gran éxito en los diálogos, muchos de los cuales pueden ser incómodos al principio. Va a ser una travesía plena de desafíos. Nuestros antecesores humanos se sintieron incómodos cuando se pusieron de pie por primera vez; todavía estamos trabajando para lograr un sentimiento de pertenencia a otras tribus.

City People (Gente urbana), un libro pionero del historiador Gunther Barth, demostró cómo las ciudades norteamericanas del siglo XX se convirtieron en lugares cohesivos gracias a las invenciones de finales del siglo XIX: Millones de estadounidenses de pueblos pequeños e inmigrantes de Europa Oriental aprendieron a vivir y trabajar juntos gracias a las casas de apartamentos, los grandes almacenes, los periódicos (que les proporcionaban la misma información de partida) y los campos de béisbol (que les enseñaban reglas para competir y cooperar). También podemos agregar las bibliotecas y los parques públicos a la lista.

Masonville Cove, en Baltimore, primera asociación urbana de refugio de vida silvestre del país, fundada en 2013, es quizá un nuevo tipo de biblioteca pública para la era de grandes paisajes. El Área de Conservación de Vida Silvestre Urbana de Masonville Cove, un barrio costero en la parte más meridional de la ciudad, destruido después de la Segunda Guerra Mundial para construir un túnel de paso hacia el puerto, y plagado de zonas industriales abandonadas que se han regenerado y han sido descubiertas nuevamente por 52 especies de pájaros, ahora ofrece clases dictadas por el personal del Acuario Nacional sobre la Bahía de Chesapeake y su cuenca de 165.000 km2 (18,5 veces más grande que Yellowstone). También hay excursiones, sendas peatonales, plataformas de lanzamiento de kayaks y oportunidades para ayudar a retirar los escombros carbonizados, que pueden remontarse al gran incendio de Baltimore de 1904.

A escala nacional, la conservación a nivel de paisajes tiene un comité directivo informal y extraoficial: la Red de Practicantes de Conservación de Grandes Paisajes, una alianza de administradores de suelos gubernamentales, fideicomisos de suelo, académicos, ciudadanos y organizaciones nacionales sin fines de lucro que salvan suelos y protegen las especies. Y oficialmente, como resultado de una iniciativa temprana de la administración Obama, existe ahora un apuntalamiento nacional para este trabajo: una red de investigadores y convocantes federales, organizada como 22 Cooperativas de Conservación del Paisaje (LCC). Las LCC no son propietarias de nada ni administran nada, ni tampoco promulgan normas, pero generan y compilan datos científicos confiables sobre todos los paisajes del país (y muchos paisajes adyacentes en Canadá y México), creando así una base de datos de información compartida. Por necesidad cubren mucho territorio y agua (una de las LCC abarca tanto Hawái como Samoa Americana, 6.500 kilómetros al oeste). Y reúnen a mucha gente; cada LCC tiene por lo menos 30 socios que representan agencias independientes del gobierno, organizaciones sin fines de lucro y gobiernos tribales.

¿Y ahora qué? Esa era la pregunta que todos se hacían una y otra vez, con emoción y urgencia, en los pasillos de este edificio extenso, del tamaño de un centro comercial. Estaban aquellos animados por una encuesta reciente que revelaba que los estadounidenses creen que el 50 por ciento del planeta debe ser protegido para otras especies (los brasileños creen que se debe proteger el 70 por ciento). Algunos vislumbran un sistema continental ininterrumpido de grandes paisajes interconectados, y el establecimiento de un parque internacional de la paz en la frontera entre los EE.UU. y México, para complementar el que se estableció en 1932 en la frontera entre los EE.UU. y Canadá. Por otro lado, estaban aquellos que se mostraban angustiados porque ven que los todos los esfuerzos se están quedando cortos, confinando a los norteamericanos a un continente con más desarrollo, menos biodiversidad y menos lobos, salmones y búhos manchados. Estaban aquellos que pensaban que en el próximo taller nacional las alianzas deberían formar parte oficial del programa, integradas en la planificación de sesiones, en las presentaciones y en as discusiones e iniciativas posteriores.

Realmente, ¿y ahora qué? La gente necesita tomarse un poco de tiempo para asimilar el ascenso de una nueva visión, una expansión permanente en la percepción de los paisajes. No más de “No en mi patio trasero”; hay un único patio trasero, y existe para nuestro cuidado y deleite, nuestra herencia y responsabilidad.

Cuando uno adquiere una nueva capacidad, ¿hacia dónde dirige su mirada? Si alguien le da un telescopio, ¿dónde mirará primero?

Sobre el autor

Tony Hiss fue miembro de la redacción de la revista New Yorker durante más de 30 años, y ahora es un académico visitante en la Universidad de Nueva York. Es autor de 13 libros, entre los que se incluyen The Experience of Place (La experiencia del lugar) y, recientemente, In Motion: The Experience of Travel (En movimiento: la experiencia de viajar).